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El por qué nos quieren destruir a nosotros los soyeros

category bolivia / peru / ecuador / chile | economía | non-anarchist press author Friday November 14, 2008 03:12author by Pedro López Juiz - Asociación Riosense de Arroceros y Soyerosauthor email arasmontalvo at hotmail dot comauthor address Km. 1 1/2 Vía Flores, Montalvo, Los Ríos, Ecuadorauthor phone 593-052-953325

Crónica de una muerte anunciada

Desde hace tiempo nosotros los soyeros somos como una verruga molestosa y bochornosa en la existencia de los industriales balanceadores del Ecuador. Para ellos nosotros somos los pordioseros de la cadena agro-productiva de la soya y de cierta forma su maldición.

El por qué nos quieren destruir a nosotros los soyeros

Por

Pedro López Juiz

Es algo irónico e incomprensible que, en un país donde lo que más abunda es la pobreza, se quiera decapitar un cultivo tan polifacético, útil y promisorio como el de la soya. La soya es una planta que prácticamente se nutre por sí sola. En sus raíces se desarrollan bacterias benéficas llamadas Rhizobium japonicum, que gozan de la habilidad de fijar el nitrógeno del aire. De tal forma que la afamada y controversial Urea no tiene cabida en dicho cultivo, pues se vuelve redundante—lo cual significa que con cada ciclo de soya el terreno sembrado mejora sus propiedades fundamentales, recibiendo materia orgánica y nutrientes naturales. Es decir, con respecto al suelo y al medio ambiente, la soya suma en lugar de restar. Lo mismo no se puede decir sobre la caña de azúcar o la palma africana—cultivos que requieren altas cantidades de fertilizantes y pesticidas, tienen un considerable impacto ambiental, y aportan poco o nada a la seguridad alimentaria.

Además, la soya es un extraordinario alimento. De la misma se puede hacer leche, chicha, máchica, carne, pan, empanadas, helado, yogurt, y café. Tiene propiedades medicinales. Por ejemplo, baja la presión sanguínea en hipertensos. Según muchos estudios científicos, es más nutritiva y saludable que la misma leche de vaca.

A pesar de todas estas bondades del producto, el número de hectáreas de soya sembradas anualmente en Ecuador ha declinado estrepitosamente en los últimos años. De su pico de más de 100,000 hectáreas cayó a 20,000 el año pasado, su punto más bajo. Este año repuntó a más de 40,000 hectáreas bajo la esperanza cobijada por los soyeros de que los precios del sector en el 2008 serían buenos. Pero como nunca esta vez los industriales se mostraron renuentes y esquivos en la compra de la cosecha del grano cultivado mayormente en la época seca ecuatoriana, sorprendiéndonos a nosotros los soyeros y agarrándonos poco preparados para tomar otras alternativas. En este momento el incumplimiento inesperado está causando entre nosotros estragos económicos y sufrimiento moral y psicológico. Pero en realidad debimos haber previsto todo esto. Era prácticamente inevitable. The writing was on the wall. Estaba escrito en la pared. Y en letras rojas.

¿Por qué digo esto? Desde hace tiempo nosotros los soyeros somos como una verruga molestosa y bochornosa en la existencia de los industriales balanceadores del Ecuador. Para ellos nosotros somos los pordioseros de la cadena agro-productiva de la soya y de cierta forma su maldición. En los Consejos Consultivos de dicha cadena nos hemos visto forzados a pedirles migajas de precios referenciales para la cosecha, puesto que sin su compra nos veríamos abocados a arrojar nuestro producto en algún río o lago o en el mar. Nos tildaban de no ser competitivos, cuando eran ellos los que sufrían de altos costos de producción, en particular, el costo de procesar grano de soya para convertirlo en aceite de soya y torta o harina de soya. El costo de procesar un tonelada rondaba los US$60 para ellos, mientras que en Bolivia la misma operación no pasaba los $14 en costo y en Argentina oscilaba entre $10 y 12. Pero como existía un asfixiante Oligopsonio (pocos compradores) en el negocio de la compra del grano de soya en este país, teníamos que mantenernos callados y humildes ante las diatribas ofensivas de estas élites.

Hasta un día en que yo exploté. En aquel entonces militaba en el Consejo Consultivo de la Soya. Les dije a los industriales que ya era hora que dejaran de comparar soya ecuatoriana con soya argentina o uruguaya, ya que la de esos países era en más de un 95% soya transgénica; que estaban comparando en esencia “apples with oranges”, manzanas con naranjas; y que debido a sus cualidades naturales la nuestra debería tener un valor adicional especial como lo tenía la soya no-transgénica en Japón, pueblo inteligente y noble.

Pero eso no se quedó allí. Llamé a una organización ecologista, que me dio la mano. Montamos un operativo y con permiso del MAGAP y del SESA nos fuimos a Trinipuerto y tomamos varias muestras de un cargamento de torta de soya que acaba de llegar al Ecuador, supuestamente desde Uruguay. Me basaba en información que había recibido de una amiga en el SICA, pero la información resultó errada. La soya provenía de Bolivia, y en aquel entonces a Bolivia todavía no le llegaba la soya transgénica (la cual fue legalizada en dicha nación en el 2005). Nos salió el tiro por la culata. Las muestras, enviadas a Estados Unidos, resultaron negativas. De regreso al Consejo Consultivo fui señalado como “ese terrorista”. A mí me importó un bledo. Había actuado según mi conciencia—y también con un poquito de rabia, eso sí.

Transgénica o no, la soya importada es diferente a la nuestra por otra razón. La torta o harina de soya (que es lo que se trae del exterior) es, simple y llanamente, el bagazo de la soya. Es la soya sin su aceite. Y para la extracción del mismo se usan solventes, el más popular de los cuales es el hexano, un químico derivado del petróleo crudo, es decir, un tipo de gasolina, el cual, al ser inhalado por el ser humano, produce, según la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos, lesiones en los nervios y parálisis de los brazos y piernas. Residuos de hexano quedan no sólo en la torta o harina de soya sino también en el aceite comestible mercadeados en los supermercados. De tal manera que la contaminación de este solvente, que se encuentra incluso en la gasolina que bombeamos a nuestros vehículos, abarca el reino animal y el humano. Por eso el aceite vegetal que verdaderamente vale desde el punto de vista de la salud es el extraído por el método físico y natural, libre de químicos, llamado prensado y extrusión. Algo en lo cual deberíamos incursionar nosotros los soyeros—para darle valor agregado a nuestra soya, para liberarnos de nuestros verdugos, y para precautelar la salud del pueblo ecuatoriano.

Sin embargo, ahora se les comienzan a cerrar las puertas a los industriales. La nueva Constitución declara al Ecuador libre de transgénicos. Aparte de eso, hoy por hoy Bolivia es por lo menos 70% transgénica en términos de su soya. ¿Adónde van a comprar ahora los industriales su torta de soya que no sea transgénica? ¿En Paraguay, Argentina, o Uruguay? Ya estos tres países se fueron por la equivocada ruta de la soya transgénica. Y en el Brasil predomina de igual manera la soya procedente de organismos genéticamente modificados. La cancha está trazada. Entonces, sólo quedamos nosotros orgullosamente libres de transgénicos, es decir, el Ecuador. De tal forma que la única lógica aplicable para estos sitiados empresarios es llevarnos a la quiebra y a la desesperación con la finalidad de sacarnos del mundo del cultivo de la soya, lógrese eso a la fuerza o con subterfugios, para hacer que el Presidente de la República luego declare una emergencia nacional, dada la circunstancia de que ya no existe producción soyera nacional, tire el articulado 15 de la Nueva Constitución al tacho, y permita la inmediata importación de soya transgénica sin ninguna restricción bajo el concepto de seguridad alimentaria.

En pocas palabras, somos la gran piedra en el zapato de los industriales en esta época de cambios, y a como dé lugar nos quieren exterminar. Sería una solapada eutanasia sobre un feto agrícola indeseado.

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