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Consideraciones Generales Respecto a la Autogestión Como Proyecto Estratégico en la Educación

category bolivia / peru / ecuador / chile | education | opinión / análisis author Thursday January 15, 2009 08:34author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

Artículo publicado originalmente en la revista anarco-comunista chilena Hombre y Sociedad, número 21, Primavera del 2007 (Edición aniversario, 10 años de circulación de esta revista libertaria), en el cual se aborda un debate necesario y a la vez abierto, sobre el sentido de las consignas y cómo traducirlas en propuestas concretas de lucha para el presente.
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CONSIDERACIONES GENERALES RESPECTO A LA AUTOGESTIÓN COMO PROYECTO ESTRATÉGICO EN LA EDUCACIÓN CHILENA



Nota Introductoria:



El siguiente documento fue preparado entre Diciembre del 2002 y Enero del 2003 para un encuentro de profesores libertarios que llevó a cabo en Chile en marzo del 2003. Quien escribe este artículo no es profesor, pero sí en ese momento veníamos saliendo de una enorme experiencia de lucha en el movimiento estudiantil, que nos había llevado a plantearnos, en nuestra condición de libertarios, cuál era nuestra alternativa educativa frente a la opción de la privatización, pero también frente al modelo público-estatal. Si defendíamos la educación como un derecho público, ¿qué era lo que efectivamente entendíamos por ella? Este artículo, si bien resume algunas de las ideas que veníamos discutiendo los libertarios en el movimiento estudiantil, es aplicable en algunos de sus planteos a otras esferas de la vida social y económica. Ante la avasalladora ofensiva neoliberal, ¿qué proponemos los anarquistas como alternativa de lucha? ¿Podemos contentarnos con la mera defensa nostálgica de los “buenos días” del Estado social y económicamente activo? En este artículo, intentamos responder parcialmente a estas interrogantes.

Además de responder a estas interrogantes, también consideramos oportuno el definir claramente qué es lo que entendíamos por autogestión, debido a que el término se usaba frecuentemente de manera equívoca. La tendencia a usar el término autogestión abusivamente en el movimiento popular requiere como siempre que los anarquistas seamos precisos en la utilización conceptual. De igual manera, los teóricos contemporáneos del capitalismo, que han dado la espalda a las anticuadas teorías administrativas de Henri Fayol, han seguido desarrollando formas “autogestionarias” de administración y planificación laboral, pero que son por lo general limitadas a los estratos más elitizados y especializados entre los trabajadores intelectuales, y que, por lo demás, jamás cuestionan el principio mismo de propiedad. En este sentido era importante para nosotros el plantear la incompatibilidad estratégica de la autogestión, en el sentido en que los libertarios manejamos el término, con cualquier forma de capitalismo. Entendemos que, aunque tácticamente y en el proceso de lucha, podamos ganar cuotas de participación y control obrero, o que podamos introducir ciertas formas autogestionarias en empresas recuperadas, como ocurrió en la Argentina posterior a la crisis del 2001-2002, esta situación es a largo plazo insostenible. Por tanto, la autogestión precisa de ser un proyecto social de carácter global.

Por último, hemos agregado al artículo original unas notas escritas como comentarios al documento por parte de Franck Mintz, militante anarco-sindicalista francés y autor del libro “La Autogestión en la España Revolucionaria” (Editorial La Piqueta, Madrid, 1977). Estas notas son relevantes, pues siendo el interés principal del artículo el defender a la autogestión como proyecto social, no se trata en el documento en sí del gran problema que ocasiona la necesidad de generar una cultura de la participación en cualquier proyecto autogestionario, así como prestar atención a las dinámicas sociales que posibiliten la contraparte política del proyecto autogestionario: la democracia directa. Muchas veces, las principales dificultades en las experiencias sociales libertarias no se encuentran en el diseño de las estructuras sociales nuevas, sino en el funcionamiento de éstas. El gran problema como siempre consiste en que el funcionamiento, efectivamente, sea participativo y de abajo hacia arriba. Las notas de Mintz plantean esta cuestión como complemento al artículo.

José Antonio Gutiérrez D.
Agosto del 2007


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Últimamente, el termino Autogestión ha andado a la orden del día en la izquierda chilena, vinculado principalmente a grandes segmentos de jóvenes activistas y militantes, que buscan perspectivas nuevas y que no se criaron en la lógica gubernamental del Estado benefactor. Pese a que el término empalma necesariamente con la tradición revolucionaria del anarquismo y a que es referido en un sentido eminentemente positivo, ha estado sujeto a un número de malentendidos e interpretaciones equivocas que es preciso aclarar; en orden a desarrollar la autogestión como una perspectiva viable y deseable en el escenario del siglo XXI. Así, estaremos dotando, táctica y estratégicamente, al anarquismo de una poderosa herramienta, fundamental para la consolidación de su programa revolucionario.

Sentido y Significado de la Autogestión


La Autogestión se ha tendido a confundir, erróneamente, con ciertas prácticas de economía “alternativa” dentro de la sociedad capitalista. Siendo aún más precisos, el término es frecuentemente usado, indistintamente, como sinónimo de:

• Producción Artesanal
• Microempresa
• Autofinanciamiento

Cierto es que incluso los propios ideólogos capitalistas han dado al término una significación dentro de este esquema, entregando su lugar a la Autogestión, al lado de la gestión privada y estatal, dentro de las probabilidades del sistema. Quizás no haga falta traer a colación el sistema de “Autogestión”, propiciado por los sectores “radicales” de la Democracia Cristiana (a comienzos de los años setentas), para “oponerse”, a la desprestigiada privatización de la economía, así como a su estatalización.... dejando, en su esquema, intactas las leyes del libre mercado, pero dándoles la “oportunidad” a los obreros de tomar parte activa en el juego de la oferta y la demanda. (Este esquema fue mas honestamente abordado por el MAPU de aquel entonces, escisión de izquierda de la DC, pero no pasó de ser más que una izquierdización del mismo modelo, sin cuestionar de fondo ciertos principios de las leyes de mercado, eje fundamental de la economía capitalista). Pero para nosotros, el hablar de Autogestión es indisociable de un proyecto revolucionario, que ataque a las bases mismas del sistema: en sus relaciones de propiedad y en las relaciones jerárquicas que se desprenden de la organización de la sociedad de clases. Es por ello necesario aclarar el preciso sentido que nosotros damos a la tan manoseada palabra, y disociarla de las interpretaciones equívocas que ésta recibe.

Para nosotros, la Autogestión no puede ser (como sí lo son la producción micro empresarial o artesanal) un sub modelo coexistente con la producción capitalista y que, aunque más no fuera indirectamente, participe de sus leyes. No existe al lado del capitalismo, como una isla en medio del salvaje juego de la oferta y la demanda: la autogestión, tiene necesariamente como horizonte la subversión revolucionaria de las relaciones sociales, la expropiación del Capital y su colectivización sobre nuevas bases. Por tanto, la Autogestión solo cobra pleno sentido en función del proceso revolucionario, de reapropiación del conjunto del Capital social. Entendido esto, la Autogestión no se trata de cómo fundamos nuevas escuelas, sino de cómo aspiramos; en la lucha, a la reorganización del sistema educativo completo, significa, puesto en el ejemplo más burdo y más frecuente de la industria musical, donde vemos todos los días anarquistas fundando nuevos sellos “autogestionados” (que de una u otra manera dependen de la gran industria-en-manos-del-burgués), que en lugar de centrarnos en la formación de nuevas compañías discográficas (que oscilan entre la microempresa y el artesanado), entendamos que es mucho más importante, y de veras revolucionario, que los trabajadores de EMI comiencen a tener un cierto poder en la decisión de qué y cómo se va a producir, y tengan como proyecto la expropiación de esta empresa.

Así entonces, nuestro concepto de Autogestión, que recoge el sentido original que le daban los Sindicalistas Revolucionarios y los clásicos del Anarquismo, rompe radicalmente con la visión caricaturesca de los anarquistas que colorean ciertos panfletos marxistas: que los anarquistas son incapaces de pensar en una sociedad moderna, compleja y sofisticada; que no pueden comprender las necesidades de la industria moderna y que aspiran a la vuelta a los talleres, a la pequeña producción de mala calidad. En definitiva, que no es más que una utopía pequeño burguesa y premoderna. Nuestro concepto de Autogestión emana, tal cual el anarquismo, del conflicto ocasionado por la sociedad industrial respecto al control de la producción, y nuestro modelo, que se expresó rudimentariamente en las colectividades industriales en España, en los Consejos Obreros y Soviets rusos, no es una vuelta atrás, sino que una superación revolucionaria del individualismo arcaico capitalista y del estatalismo. Nuestro modelo social es viable de forma óptima, en una sociedad compleja, altamente tecnológica e industrial, con producción de calidad, en la cual el factor cualitativo del producto se hermana con las condiciones sociales que le dan fruto.

Queda por descartar el sentido del Autofinanciamiento: al ser la Autogestión un sistema de organización de la producción en una sociedad colectivizada, no entendemos a cada empresa o unidad productiva/distributiva, autofinanciándose “en competencia” dentro del mercado. Antes bien, entendemos a cada una de estas unidades dentro de un sistema racional de toma de decisiones que el conjunto social hace respecto a las riquezas que ella misma en su conjunto, posee. Entonces, la ligazón de autogestión con autofinanciamiento, dice mas bien relación con las interpretaciones torcidas de la autogestión coexistiendo en el medio capitalista. Ante todo, Autogestión dice relación con el problema de la gestión, con el problema de cómo se administra la producción, la distribución, los servicios, etc.; el problema del “financiamiento” recae en la colectividad soberana de sus medios de existencia. De este modo, una sociedad libertaria puede garantizar plenamente los medios para el desarrollo de la educación, sin que esta sea una actividad directamente “productiva” en el sentido industrial del término (aunque si lo sea en cuento servicio), al determinar que si vale la pena movilizar recursos en función de ella. O sea, la educación, a diferencia del sistema imperante hoy en nuestro país, no requeriría ”autofinanciarse” en la sociedad autogestionaria, garantizando así efectivamente el acceso igualitario a las aulas.

La Autogestión en el proceso de lucha contra el Capitalismo: de la Táctica a la Estrategia


La Autogestión, según la definición que hemos entregado, esta reñida con la sociedad capitalista; para su plena realización precisa la expropiación de la burguesía y su consecuente eliminación como clase. Requiere, en una palabra, la Revolución Social, que elimine las antiguas/actuales relaciones de propiedad y gestión.

Esto hace, por necesidad, que para nosotros, la Autogestión no implique sólo una cuestión táctica, una cuestión de medios. Es ante todo, una cuestión de fines, es un asunto estratégico. El que los mismos explotados se hagan cargo de sus asuntos y den dirección colectiva a sus movimientos y experiencias organizativas es una constante de la tradición revolucionaria anarquista. Pero esto no se puede disociar de los objetivos finales: así, partimos de la base de que nuestro movimiento actual configura aunque sólo sea rudimentariamente, la sociedad a la cual aspiramos. Como dice el preámbulo de los IWW, las bases de la nueva sociedad deben desarrollarse en el cascarón de la vieja.

Muchos grupos de tradición marxista ocupan el término Autogestión y recalcan la necesidad de aplicarla en la lucha: pero sólo la entienden como un medio, como una fase dentro de la lucha por generar “espacios de resistencia” desde los cuales poder oponerse al Estado Concertacionista; a final de cuentas, no la entienden más que como un movimiento de resistencia, en el cual estemos ajenos a los riesgos coptadores del asistencialismo estatal, pero no dan mayor importancia a su potencialidad creadora de las bases de la sociedad revolucionaria. En última instancia, siguen esperando que las fuerzas desplegadas por el movimiento autogestionario desemboquen, fatalmente, en el Estado conquistado por “el Partido”, legítimo garante de que la iniciativa popular no se torne “anárquica”.

De la misma manera, muchas veces, la Autogestión es “tolerada” por el sistema, cuando esta puede ser canalizada para tapar sus propios baches y garantizar la “supervivencia” de los “ciudadanos” ahí cuando el mismo Estado ya no es capaz de garantizarla. Un caso interesante, puede ser la experiencia chilena en los años ochentas, en medio de la crisis económica de 1982, cuando los niveles de cesantía se disparaban sobre el techo y cuando el hambre se convertía en un invitado de piedra en la mayoría de los hogares populares, florecieron múltiples iniciativas, que podríamos calificar de Autogestionarias (ollas comunes, movimiento cooperativo, etc...), que tenían como legítimo objetivo garantizar la supervivencia de una población amenazada por la precariedad. Pero jamás se plantearon más allá de ser iniciativas autónomas, paralelas al sistema; que organizaban la solidaridad de clase sin afectar los intereses de la burguesía. No realizaron acciones de enfrentamiento al sistema. Por supuesto que uno de los efectos positivos innegables de esta experiencia fue reforzar la confianza del pueblo en sus propias capacidades organizativas y en su espíritu de solidaridad, demostrando la futilidad de la organización estatalista. Pero la Autogestión, para ser completamente realizada, no debe sólo existir en el nivel de la supervivencia, sino que debe conquistar la vida; las ollas comunes pudieron dar el salto a la expropiación de alimentos (un proceso sin lugar a dudas complejo, que hubiera gatillado otros fenómenos y hubiera requerido un movimiento dispuesto a dar una batalla ya frontal al sistema). En definidas cuentas, la crisis pasó y el fuego de las ollas comunes se apagó, dejando intactos los intereses de la burguesía. Era necesario que el movimiento pensara en la autogestión de la propiedad que hoy posee el empresariado; es necesario comprender que mientras exista la propiedad privada, no podemos competir con ella, pues tenemos los recursos, los medios, la infraestructura, en una palabra, el Capital, en nuestra contra. Lo mismo ocurre hoy con las industrias autogestionadas en Argentina, experiencias valiosas y que nos llenan de entusiasmo revolucionario, pero que no van a pasar a mayores si, en lugar de la apropiación solo de las empresas quebradas no comenzamos a pensar en la expropiación de las empresas “saludables”, transformando la Autogestión en un verdadero grito de guerra en contra del capitalismo, más que en una simple alternativa de supervivencia.

Enlazando medios y fines: Definiendo nuestra actitud ante el “Sector Público”

Es, por tanto, menester para el desarrollo de un proyecto revolucionario, que los medios sean coherentes con los fines, y en nuestro caso que la Autogestión, como norte revolucionario, sea a su vez un método aplicado de forma correcta.

Acá nos enfrentamos a un tema espinoso y complejo, que es el tema de las “privatizaciones”: uno de los pilares de la (ir)racionalidad Neoliberal, es el supuesto que el Mercado es el mejor asignador de recursos y que no hay mecanismo más eficiente para que los servicios y la producción funcionen que la propiedad privada. Lo que implica explícitamente la ola privatizadora que recorre al mundo en los últimos veinticinco años. Y las consecuencias de las privatizaciones (que, paradójicamente, representan una auténtica política de Estado en la mayoría del mundo) las sufrimos en carne propia el pueblo, con servicios que se encarecen y que, al contrario de todo lo que alegan los apologistas neoliberales, ven afectada drásticamente su calidad. La educación es uno de los mejores ejemplos: la progresiva privatización de la educación ha hecho de este servicio un auténtico privilegio (sobre todo a nivel universitario) para la inmensa mayoría de los chilenos, a la vez que su calidad se ha visto mermada considerablemente, por la falta de profesores de planta (único medio de garantizar en cierta medida un verdadero compromiso con la educación), por la precariedad laboral, por la ausencia de recursos; etc... Por lo tanto, las privatizaciones son ante todo, una cuestión que afecta directamente al pueblo y a las cuales debemos oponernos irreductiblemente.

Pero, ¿es posible oponerse a las privatizaciones sin oponer una salida revolucionaria y libertaria? Creemos imposible responder afirmativamente a tal interrogante. Pero es en este punto donde los anarquistas, en la práctica, hemos sido incapaces de dar una respuesta que sea coherente con nuestra propia visión respecto a cómo debieran administrarse los servicios.

La izquierda autoritaria, estatalista, cree y defiende como proyecto, que los servicios y la propiedad sea Estatal.... a fin de cuentas, esperan que pronto llegue su turno de estar a la cabeza del Estado. El resto del programa ya es conocido. En ese sentido, tienen una perfecta coherencia entre sus medios y sus fines, entre su táctica y su estrategia.

Los libertarios, en cambio, nos vemos enfrentados, en este momento, a una disyuntiva de profunda trascendencia y a la cual no se pueden dar soluciones ni generales, ni a la ligera: esta disyuntiva es cómo resolver la relación entre propiedad y gestión. Para resolver esta cuestión (que no pretendo ni puedo desarrollar acá cabalmente) es necesario tener una visión tentativa de cómo se resuelve, en términos prácticos y no en consignas, la cuestión de la propiedad y la administración de ésta en la sociedad revolucionaria: a quien pertenece la propiedad, ¿a quiénes la trabajan o a quiénes son beneficiarios de lo que ella produce, es decir, la sociedad en su conjunto? ¿A quién pertenece, al conjunto de los trabajadores, a la colectividad de trabajadores que la produce, o a la comuna libre? Todas estas cuestiones no son fáciles de resolver, pero urge tratarlas para poder delinear el camino a seguir hasta nuestro proyecto estratégico. Creo que reside en nuestra incapacidad de pensar estas problemáticas, nuestra incapacidad para irrumpir con demandas coherentes como anarquistas en contra de las privatizaciones. Aparecemos, por una parte criticando de forma absolutamente correcta las políticas neoliberales del Estado, pero somos incapaces de avanzar en ninguna propuesta que no sea la tradicional administración Estatal.

Y es en este último punto en donde reside el meollo del asunto y donde tenemos la clave para comenzar a pensar alternativas para solucionar nuestra disyuntiva: el asunto, por ahora, podemos centrarlo en la administración, en estricto rigor, en la “gestión”. Entonces, no podemos sino propiciarnos a favor de la Autogestión, ya no como una sola consigna, sin mucho significado, sino que ahora sí con un sentido muy preciso: que la gestión de los servicios públicos no recaiga en manos ni de los burócratas ni de los tecnócratas estatales o privados, sino que de los propios implicados en el proceso en cuestión. De esta manera damos paso de la negación (no a las privatizaciones) a la afirmación (gestión popular de los servicios). Esto plantea en términos correctos nuestra lucha en contra de los privados (que compran nuestros servicios) y en contra del Estado (que los vende). Así, nuestra lucha contra las privatizaciones se transforma en una lucha en contra del Estado y del Capital, entregando al propio pueblo el poder sobre los asuntos que los afectan más directamente.

Esto redefine nuestra lucha en función de ganar un sector genuinamente “público” para la administración de los servicios más básicos como vivienda, educación y salud. Público en el sentido de que sean controlados por el pueblo, sin la ingerencia del Estado o de los Privados; entenderemos lo público, entonces, como lo Autogestionado, no como lo Estatal. ¿Y qué ocurre con los recursos necesarios para garantizar el óptimo financiamiento de los Servicios Públicos? Estos deben ser exigidos de las arcas estatales, al ser éste el espacio en el cual se concentra el capital producido socialmente y acumulado (mediante la recaudación de impuestos, ej.), un hecho el cual no podemos ni debemos desconocer. En este sentido, no se trata de “legitimar” al Estado, sino de reapropiarnos socialmente de los recursos que las clases dominantes nos enajenan y que el Estado concentra, para poder utilizarlo según la libre determinación popular.

¿Qué significa, en términos concretos, nuestra lucha por el Sector Público en el plano de la educación? Significa, que, por una parte, nos oponemos a la privatización, pero que por otra, lucharemos por lograr que la gestión de la educación sea realizada en todos sus niveles -económico, de contenido, etc.- por quienes están directamente afectados por estas decisiones, es decir: funcionarios, apoderados (cuando corresponda la educación de menores de edad), estudiantes y académicos, en estrecho vínculo con organizaciones de otros ámbitos populares –laborales, comunitarias, etc. y, a su vez, que el financiamiento de este sector sea un financiamiento decente que se logre “arrebatar” en la calle, en la lucha, en la movilización, a un Estado deseoso de desligarse del oneroso y molesto “gasto social”.

Por supuesto que el pensar esta alternativa implica que seamos capaces de proyectarnos mucho más allá de lo estrictamente educativo y que podamos trabajar una respuesta global, de conjunto de sociedad, revolucionaria, que vincule los distintos sectores sociales, de la clase, y que conecte las luchas del presente con las conquistas del mañana. Pero, ciertamente, tal respuesta requiere dar más vuelta al asunto; requiere trabajar encuentros de discusión en distintos espacios populares, y sobrepasa las expectativas de un único encuentro de esta naturaleza. Pero tengamos altura de miras y claridad de que los medios a los que estamos optando, determinarán en gran medida los resultados que obtengamos. Y el único resultado al que podemos, de forma realista, aspirar, no es otro que la Revolución, pero la lucha es larga y hay que saberla dar, para no fatigarnos ante de tiempo ni para condenarnos al “eterno retorno” al punto de inicio del reformismo. Nuestras tácticas serán revolucionarias sólo si nuestros fines lo son, pero a su vez, nuestros fines serán revolucionarios, siempre y cuando nuestras tácticas sean también revolucionarias.

José Antonio Gutiérrez Danton
Enero del 2003

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NOTAS DE FRANCK MINTZ SOBRE EL ARTÍCULO

Me parece que para dar una viabilidad a la autogestión se puede partir de una observación de 1913 de un sociólogo alemán, Robert Michels, sobre el marxismo: “la administración de una enorme fortuna, sobre todo se trata de una fortuna que sea de la colectividad, confiere al que la gestiona una dosis de poder por lo menos igual a la que posee el dueño de una fortuna, de una propiedad privada. Por eso los críticos por anticipo del régimen social marxista se están preguntando si no es posible que el instinto que empuja los propietarios, en la actualidad, a dejar en herencia a sus propios hijos las riquezas acumuladas, incite también los administradores de la fortuna y de los bienes públicos en el Estado socialista, a aprovecharse del inmenso poder suyo para trasladar a sus propios hijos la sucesión en los cargos que tienen.” (“Les partis politiques”, ed. 1971, p.284)

Como rezan los estatutos de la Asociación Internacional de los Trabajadores de 1864: “los esfuerzos de los trabajadores para conquistar la emancipación no deben tender a constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos (los seres humanos que viven en la tierra) derechos y deberes iguales, aniquilando cualquier dominación de clase.” Y también está escrito: “Tanto la Asociación como todos sus afiliados reconocen que la VERDAD, la JUSTICIA, la MORAL tienen que ser la base de la conducta para con todos los seres humanos, sin que valga distinción de color, de creencia o de nacionalidad.

Ahora bien, la idea de justicia, de moral puede evolucionar según las épocas, como lo vemos con los derechos otorgados a las mujeres. Para que la autogestión sea eficiente y válida en una sociedad socialista libertaria, tiene que funcionar en todos los ámbitos, sin excepción alguna; y que esté dotada de tres requisitos:

-el control de los ciudadanos con la posibilidad permanente de la revocación inmediata del, de los o de las, responsables que cometan abusos y/o errores;
-la formación idónea de los ciudadanos que quieran dedicarse a tareas y cargos sociales;
-la rotación de las tareas para evitar que la permanencia en el mismo cargo provoque desviaciones autoritarias inconcientes [ya Aristóteles, en “La Política”, preveía eso para los jueces, limitando su función a seis meses).

Y es evidente que actualmente, dentro de un grupo, una organización, un sindicato, etc., que apoya la autogestión, tienen que existir estas reglas, que son la misma base de la democracia, tal como la concebimos desde la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores.

Frank Mintz, enero de 2003

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