Las revelaciones hechas por Juan Gossaín en su editorial en RCN radio el día 16 de Abril [reproducidas más abajo] sobre la investigación abierta por la Fiscalía en contra del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), no hacen sino constatar ciertos elementos de la estrategia global de dominio del uribismo que refuerzan precisamente nuestra convicción de que en Colombia lo que se ha abierto es un proceso de fascistización; no de fascismo consolidado, pero para allá vamos. Las revelaciones de Gossaín no son más que un bocadillo. No es sino una rápida pincelada de 6 páginas de un total de más de 300 (Gossaín menciona 166) que hoy se encuentran en poder de la Fiscalía General de la República. Y aún así, al igual que Gossaín, yo no termino de salir de mi asombro, pues aunque esto no es más que la punta del iceberg, sobrepasa en muchos sentidos lo que veníamos denunciando desde hace tiempo. Jamás pensé que llegaran a esos extremos, que pudieran ser tan metódicos y tan integrales en su estrategia de terror.
Acá hay varios elementos que tomar en cuenta de esta estrategia de propaganda: primero, está la propaganda "indirecta", reproducida por los grupos de agentes virtuales del sistema que, posando de "ciudadanos de bien" o de "patriotas", escriben basura en todos los foros de internet de los periódicos, que montan cuentas en facebook para atacar a la oposición o para convocar a marchas pro-Uribe, que hacen páginas web fantasmas (Operación Internet); después, tenemos la propaganda "directa" del gobierno, repetida ad nauseam por todos los medios colombianos (Comunicados y Denuncias según el documento); y por último, tenemos la propaganda "por los hechos" del uribismo, es decir, la aplicación del "terrorismo", "chantaje", "falsos positivo", “amenazas”, "sabotajes", "montajes", etc. Todos los métodos son buenos, como pudimos apreciarlo en las elecciones del 2006, cuando algunos petardos y asesinatos (atribuidos a las FARC-EP, cometidos por la XIII Brigada del Ejército) hicieron la magia de aumentar el voto de Uribe. Se habla mucho de la supuesta "derechización" del pueblo colombiano, pero no deberíamos sorprendernos si consideramos que solamente durante el 2007 el Estado colombiano gastó, al menos, $12.800.000.000 en propaganda [4]. Este aparato de propaganda es fundamental para el fascismo porque, a diferencia de otras formas de Estado de excepción (dictaduras militares por ejemplo), éste reposa sobre un nivel de apoyo de masas importante, principalmente entre las clases medias de los grandes centros urbanos.
Con este documento ya es imposible no atar cabos sueltos. La perspectiva estratégica del DAS fue tan rigurosa que logró de manera bastante exitosa uno de los objetivos manifiestos en este mismo documento, “impedir la materialización de escenarios previstos por la oposición”... Es muy difícil seguir negando el rol directo que ha tenido el Ejecutivo en la verdadera cacería de brujas desatada desde el DAS [5] y que llevan a la consolidación, no solamente de un escenario de aniquilamiento de cualquier forma de oposición, sino que además, de consolidación gradual del Estado corporativo soñado por el uribismo (y el paramilitarismo), de corte fascista, que encarnara la “refundación de la patria” de la cual nos hablaba el pacto de Ralito, celebrado el 2002 entre los partidarios de Uribe y las AUC.
Pero veamos esto en perspectiva, pues no se trata sencillamente de una estrategia diseñada por una mera “empresa criminal” sino que un plan político de fascistización calculado e implementado por fuerzas políticas muy claras y el cual ha sido de largo aliento.
El proceso político del fascismo tiene varias etapas, pero podemos nombrar por lo menos tres que son las más nítidas. Estas etapas son extraídas del estudio de las experiencias alemanas e italianas, las experiencias clásicas del fascismo, que aún cuando seamos conscientes de que la historia no se repite, no dejan de ser útiles los paralelos, siempre y cuando se consideren las particularidades propias de la situación colombiana (existencia de una tradición centenaria de violencia estatal como respuestas privilegiada a cualquier protesta social, intervención permanente del imperialismo norteamericano, existencia de una tradición derivada de la violencia estatal de respuesta guerrillera, y formación de milicias privadas como parte normal de la lucha de clases). Estas tres etapas son:
1. El fascismo como bandas de asalto anti-populares: en sus comienzos el fascismo no hace sino el papel de grupos paramilitares o parapoliciales que se dedican a acosar, agredir y quebrar las expresiones organizadas del pueblo y particularmente, de la clase trabajadora. Son frecuentes, en el campo, sus expediciones punitivas a los poblados “rojos”, los cuales ocupan ante la cómplice inercia de la “fuerza pública”. En los centros urbanos atacan a los dirigentes populares en las calles. En todo momento estos grupos son armados, tolerados, y financiados por los aparatos represivos del Estado. El objetivo de esta violencia no solamente es la agresión física, sino que la desmoralización del enemigo de clase [6].
Esta violencia tiene un fin muy específico:
"la burguesía se dedica en primer lugar a modificar la relación real de las fuerzas sobre las cuales se han fundado estas conquistas, y sólo después pasa al ataque directo de las conquistas mismas. Y esto por una razón sencilla (...): con el fin de engañar al adversario y adormecerlo, ocultándole el lugar real de la lucha de clases, y a fin de imponerle su propio terreno de lucha (...) no se trataba simplemente de anular estas conquistas, sino de ir todavía más lejos en la explotación de las masas populares." [7]
Es decir, como las conquistas sociales se sustentan en última instancia sobre la correlación de fuerzas en la lucha de clases concreta (y no como pretenden quienes aún desde la izquierda mistifican al derecho burgués como la cristalización de derechos eternos), la burguesía lo que busca primero es cambiar esa correlación de fuerzas atacando no la “conquista” o la “reforma”, sino que a la misma clase obrera que sustenta estas conquistas, a sus organizaciones y a los militantes populares, y sólo después pasa a la ofensiva abierta en contra de las conquistas: cuando la fuerza para defenderlas ya no existe.
En este proceso, el Estado, pese a las apariencias, no se desintegra, sencillamente se disloca al desplazarse el poder real de la clase dominante a instancias ajenas a los mecanismos de poder formal, es decir, de los mecanismos tradicionales del Estado como institución:
"Es cierto que el aparato represivo del Estado parece perder, durante el proceso de fascistización, su monopolio del ejercicio de la fuerza y de la violencia legítima, en provecho de milicias privadas. Sin embargo, por una parte, esto se hace en provecho únicamente de organizaciones armadas del bloque en el poder; por otra parte, no hay que perder de vista las connivencias y las relaciones entre el aparato de Estado y esas milicias, ya que es el Estado el que las arma." [8]
Y aún así, esto no es sino un proceso momentáneo; por eso no deja de llamar la atención que si hay algo que se le reconoce a Uribe por parte del espectro político colombiano (aún algunos de sus opositores) no son sus vínculos innegables con el paramilitarismo, sino el que haya supuestamente “recuperado” el monopolio del uso de la fuerza en Colombia para el Estado: es decir, que haya superado en cierta medida al paramilitarismo como el agente central de represión y haya vuelto a dar esta labor al ejército (estos mismos ilusos deploran, acto seguido, que como parte de este mismo proceso, las fuerzas del Estado hayan escalado notablemente sus actos atentatorios contra los derechos humanos). Pero como la crisis subsiste, la duplicidad de los mecanismos de represión para-estatales sigue siendo una realidad, como lo demuestra la persistencia del paramilitarismo, disfrazado bajo el mote de “bandas emergentes”. El predominio del aparato de fuerza pública por sobre el privado es solamente la prueba de que el proceso de "estabilización" del régimen ha avanzado notablemente desde los días de las CONVIVIR.
2. El fascismo, una vez que ha desarticulado a la izquierda, a los sectores populares y que ha sometido a un ataque constante a aquellas expresiones que aún desde la misma democracia burguesa se les pueda oponer, está listo para conquistar el poder político, lo cual tanto en Alemania como en Italia (y en Colombia) han hecho siempre por métodos absolutamente legales (la legalidad del ascenso al poder del fascismo es otro aspecto que lo distingue de otras formas de Estado de excepción capitalista). No debemos confundir la manera perfectamente legal en que el fascismo conquista el poder político con una “legalidad” de principios. De hecho, el fascismo solamente puede asumir “legalmente” el poder (por ejemplo, mediante una victoria electoral) gracias a la utilización de una larga lista de métodos “ilegales” en su lucha política. No es posible el ascenso al poder del fascismo o su triunfo electoral sin una fase previa de terror fascista y paramilitar, de asesinatos selectivos y expediciones punitivas, sin amenazas ni chantaje [9]. No creo que sea necesario alargarse demasiado en este asunto: cualquier persona que tenga un mínimo de conocimiento de la circunstancias que han rodeado las elecciones colombianas en las últimas décadas o de los escándalos de Uribe relacionados con su elección y re-elección (e intentos de re-elegirse otra vez), sabrá exactamente a qué nos referimos.
3. Una vez en el poder, el fascismo está en condiciones de desmantelar abiertamente la democracia burguesa y establecer un sistema de corte autoritario que permita superar la crisis de hegemonía del sistema en beneficio del gran Capital. Esto se conduce mediante el fetichismo de masas de la voluntad de un jefe que es dotado de carácter mesiánico (semi-divinidad, inteligencia superior, etc.), y el cual es identificado con el Estado y con la nación. Atacar a Uribe es atacar a Colombia; no hay opositores del gobierno sino que del Estado. Como ya hemos explicado, esto es debido a la necesidad de encontrar los mecanismos para saltarse las reglas del juego democrático burgués que dificultan la necesaria “libertad de acción” requerida por los representantes del gran Capital para dar su propia solución a la crisis (en detrimento de los sectores populares).
Esto lleva al uribismo en el poder a incurrir con frecuencia en actitudes que se podrían catalogar como “antidemocráticas” o “ilegales” –al punto que un candidato “opositor” como Mockus ha tomado la guerra a la “ilegalidad” como bandera de batalla… ¡sin cuestionarse que esa ilegalidad responde a una dinámica política y económica de fondo! A medida que el proceso de fascistización avanza, lo que sucede es el cuadro siguiente:
"El derecho (...) ya no regula: es la arbitrariedad la que reina. Lo que caracteriza el Estado de excepción no es tanto que infrinja sus reglas sino que ni aún da sus propias "reglas" de funcionamiento; en el sentido (...) de un sistema, es decir, de un conjunto que prevea -y permita prever- sus propias transformaciones. El caso es particularmente claro en lo que concierne al Estado fascista y a la ‘voluntad del jefe’ (…) El derecho ya no limita: en este sentido, pero sólo en este sentido, es en el que se puede hablar (...) de un ejercicio ilimitado del poder. Porque incluso en esta forma de Estado, el poder de la clase o fracción hegemónica está limitado por el poder de las otras clases y fracciones del bloque en el poder, asi como por la clase obrera y las clases-apoyo (...) Esto toma la forma de un derecho que ya no pone límites de principio entre lo ‘privado’ y lo ‘público’; todo cae virtualmente en la esfera de intervención estatal". [10]
Cualquier parecido con la realidad colombiana no es mera coincidencia. Lo que escapa, frecuentemente a una izquierda que fetichiza la Constitución como si fueran las Tablas de Moisés, es que se olvida que la única fuerza que puede limitar al fascismo no son ni las denuncias internacionales, ni la ley, ni la estridencia en demandar apego a la Constitución. Como dicen los haitianos, la Constitución es de papel y las bayonetas son de fierro. Lo único que puede mantener a raya al fascismo y derrotarlo, eventualmente, es solamente la lucha de clases, es decir, la fuerza organizada que el pueblo sepa imponer en las calles, mediante la lucha y la acción directa. Ese es el único límite al ejercicio aparentemente “ilimitado” del poder del fascismo.
A la luz de una comprensión del proceso político de fascistización según la experiencia histórica, podemos entender que el ascenso del uribismo al poder no es concebible al margen del contexto de crisis de hegemonía abierto desde la década de los '80 en Colombia y al margen de la estrategia de guerra sucia desarrollado por el paramilitarismo de manera decidida desde ese momento histórico (marcado por la irrupción de la burguesía mafiosa). Ha habido un proceso de exterminio de las fuerzas populares sistemático desde los '80, acelerado desde el '94, el cual es el que pavimenta el camino al ascenso del uribismo al poder (a su control hegemónico sobre el Estado), momento en el cual recién se deciden a atacar abiertamente la Constitución de 1991. El “escándalo” del DAS, por llamarlo de alguna manera, no es sino el último eslabón de un proceso complejo, prolongado e integral de fascistización en Colombia.
Ahora bien, todo este proceso político se encuentra, en el caso colombiano, de la mano de una estrategia global contrainsurgente: es míope el pensar que esta estrategia fue una escapada "paralela" a la política de "Seguridad Democrática", la cual ninguno de los candidatos presidenciales se cansa de alabar (aún cuando haya alguno que critique los "excesos" o que la complete con énfasis en más o menos educación para el pueblo). La estrategia de profundización del conflicto militar no es sino la contracara de la persecución política del DAS, ya que ambos constituyen maneras de consolidar el engranaje autoritario del Estado. Es por ello que el tema del conflicto social y armado en Colombia hoy merece una reflexión profunda por parte de los sectores del movimiento popular, ya que este tema es indisociable del escándalo desatado por el DAS. Y es en este punto, precisamente en el énfasis en la solución militar, en el cierre de espacios de negociación política, en el cual todos los candidatos se dan la mano [11]. Y ahí reside el peligro más grande de esta hora, que es que en las próximas elecciones lo que se legitime sea el "uribismo sin Uribe".
El proceso de fascistización está bastante avanzado y constituiría un error el pensar que este será derrotado en las urnas o que las elecciones provocarán un cambio fundamental de la estructura social-política colombiana. Ese cambio solamente puede ser hecho por un pueblo movilizado, consciente y en lucha. Es en las calles en donde realmente se puede torcer a este proceso de fascistización que está demasiado avanzado como para que aún el administrador de mejores intenciones pueda hacer mucho por revertirlo desde la Casa de Nariño. La fuerza del fascismo está en esta estructura siniestra parapolicial y paramilitar que va muchísimo más allá de la estructura del DAS, que se multiplica todos los días con soplones y sapos (no por nada es que Gossaín exclama " quién intentó convertir esto en una nación de espías"), pero sobretodo, en los grupos sociales que lo mantienen: el gran Capital nacional y extranjero que se benefician de él. Y el conflicto social y armado (insisto en lo social) es el canal mediante el cual se ha desarrollado, se ha impuesto, se ha forjado un estado de excepción permanente, mediante el cual se ha instituido una forma de acumulación de Capital mediante el saqueo abierto y el desplazamiento forzado. Por eso insisto, lo que está ocurriendo con el DAS no puede disociarse, como se maneja en el discurso público de gran parte de la oposición, de la política de seguridad democrática y de la solución militar al conflicto.
Acá no estamos ante hechos de corrupción individuales ni ante meros "actos" deplorables: estamos ante una estrategia integral, coherente, metódica, sistemática.
Por eso es necesario insistir que las llaves para revertir este estado deplorable de cosas recae única y exclusivamente sobre la movilización popular. Aún cuando las investigaciones y los procesos judiciales respectivos deban avanzar, y aún cuando debamos también pugnar porque nada de esto quede en la impunidad, no cambiará nada sin la movilización y articulación decidida de las fuerzas populares en un proyecto autónomo. Esto no es un caso puramente judicial, esto es un proyecto político y debe ser combatido en ese terreno. Lo demás es palabrería hueca.
Gossaín bien lo dice: el cáncer no se cura con mejorales. Quizás él mismo no sea conciente de las implicancias últimas de sus frases, pero eso no resta validez a ellas. Por eso el movimiento popular no debe hacerse falsas ilusiones con las elecciones, independientemente de los escenarios que puedan abrirse con ellas, pues en última instancia lo que decide es la lucha.
[2] Poulantzas, op.cit., pp.380-381.
[3] Guerin, Daniel “Fascism and Big Business”, Monad Press, 1973, p.71.
[4] http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/maria-teresa-herran/columna-escarbando-16
[5] http://www.caracol.com.co/nota.aspx?id=986575
[6] Guerin, op.cit., pp.102-105.
[7] Poulantzas, op.cit., p.158.
[8] Poulantzas, op.cit., pp.396-397.
[9] Guerin, op.cit., pp. 113-122.
[10] Poulantzas, op.cit., pp.380-381.