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Declaración de la Revolución Coreana (1923)

category asia oriental | historia del anarquismo | opinión / análisis author Friday December 17, 2010 05:26author by Shin Chaeho Report this post to the editors

Traducción y Notas de José Antonio Gutiérrez D.

Con motivo del 60 aniversario de la Guerra de Corea, hemos venido publicando una serie de documentos y análisis de la realidad coreana y de su historia, haciendo énfasis en la historia de la tradición libertaria. Reproducimos un documento clásico del fundador del anarquismo coreano, Shin Chaeho, el cual representa la piedra angular sobre la cual el movimiento libertario se erigió en ese territorio del Lejano Oriente. Esta "Declaración de la Revolución Coreana" ha sido publicada originalmente en la revista anarco-comunista chilena "Comunismo Libertario", Número 1, Diciembre 2010.
Imagen de Shin Chaeho preso (fines de los '20, comienzos de los '30). El cartel que tiene colgado en el pecho, puesto por la policía colonial japonesa, dice "Shin Chae" en caracteres chinos.
Imagen de Shin Chaeho preso (fines de los '20, comienzos de los '30). El cartel que tiene colgado en el pecho, puesto por la policía colonial japonesa, dice "Shin Chae" en caracteres chinos.


DECLARACIÓN DE LA REVOLUCIÓN COREANA
(SHIN CHAEHO, Enero de 1923)

Introducción

Danjae Shin Chaeho (1880-1936) fue un revolucionario coreano, activo en el movimiento de liberación nacional desatado por la anexión de Corea por parte de Japón en 1910. Fue un intelectual de primer orden, profesor, periodista e historiador, que hasta el día de hoy es respetado tanto en Corea del Sur como del Norte (aún cuando rara vez, o mejor dicho, casi nunca, se mencione que era anarquista –al igual que a Makhnó en Ucrania, se le respeta como “héroe nacional” sin mencionar mucho sus ideas políticas). Primero cercano al nacionalismo, entra en conflicto con éste y más tarde con el gobierno coreano en el exilio presidido por Syngman Rhee en Shangai (1919), por su negativa a emprender la lucha armada en contra de la ocupación japonesa de Corea. Esto lo hace reconsiderar el camino que lleve a la liberación nacional; en ese proceso de replanteamientos, descubre a Kropotkin gracias a su contacto con anarquistas chinos y adopta sus teorías comunistas-anarquistas, a las cuales ya adhiere plenamente tras su participación en el Movimiento Independentista Primero de Marzo en 1919 (Mansei). También fue muy influenciado por un libro de Kôtoku Shûsui que leyó en esa época sobre el tema de la influencias del cristianismo en el socialismo, pues el tema de la reivindicación cultural y el combate a la colonización del intelecto y del espíritu fueron temas muy importantes para él, como se desprende en este manifiesto.

En octubre de 1919 participa en la redacción de la cuartilla libertaria Sin Dae Han (La Nueva Corea), la cual denuncia fuertemente al gobierno en el exilio en Shangai. En 1921 organiza en Beijing la sección de la “Alianza de la Juventud Negra” (Heuksaek cheongnyeon dongmaeng bukgyeong jibu), uno de los primeros grupos anarquistas Coreanos. Escribió la “Declaración de la Revolución Coreana”, en 1923, para un grupo de liberación nacional, que incluía elementos nacionalistas y anarquistas, llamado el Grupo de los Virtuosos (Uiyoldan), con base en China. Durante la década de 1920 se dedicarían a realizar algunos atentados explosivos en Corea. Este texto se convertiría en base teórica del movimiento anarquista Coreano por largo tiempo. Contribuyó frecuentemente en el primer periódico de la Federación Anarquista Coreana en China (Jae jungguk joseon mujeongbu juuija yeonmaeng), el Jeongui gongbo, pero nunca militó directamente en ella. En 1927 se unió a la Federación Anarquista de Oriente, que incluía miembros de Corea, China, Vietnam, Taiwán y Japón. Fue arrestado en 1928 por las autoridades japonesas en Taiwán, por recaudar fondos para el movimiento anarquista coreano en China mediante un fraude, siendo sentenciado a diez años de prisión, donde falleció en 1936.

El tono de esta declaración está bastante marcado por un acento en la liberación nacional, pero no separa la liberación nacional de la revolución. Así, para él la auténtica liberación nacional, de las “masas libres de Corea” es la que se alcance mediante la destrucción –destrucción que es enfatizada con cierto catastrofismo casi milenarista- de la explotación, de la clase privilegiada, aparte de dar término al imperialismo. No hay espacio en esta declaración ni para etapismos ni para un estrecho nacionalismo burgués.

Es interesante recalcar su visión crítica del iluminismo como mecanismo para “despertar a las masas”, planteando que la educación no puede ser disociada de la práctica o comprendida como una fase “previa” a la acción revolucionaria: es la misma práctica, la misma acción, la misma lucha revolucionaria, la cual puede despertar al pueblo y servirle de escuela –no olvidemos que él mismo es profesor. Así mismo, plantea como incitadores de la revolución, como vanguardia, a ese “segmento del pueblo que ya ha despertado”, con lo cual rechaza explícitamente el elitismo del vanguardismo que se cree por fuera de (y por sobre) las masas –esto no es menor, ya que en ello delinea el método anarco-comunista de trabajo, lucha y agitación en el seno mismo del pueblo y desde éste. Su defensa de la lucha de masas no sólo se detiene en la crítica al iluminismo, sino también a la propaganda por el hecho, al comparar desfavorablemente la insurrección de masas con “arrojar una bomba”.

Por último es importante destacar su énfasis en la “revolución cultural”. Su correcta apreciación del rol conservador de elementos de la cultura tradicional y su énfasis en la necesidad de crear una cultura “de las masas”, nueva, popular, no significan un anarquismo desarraigado de las masas o “europeizante”, sino que destacan la decadencia de los elementos conservadores y la necesidad de una nueva Corea, libertaria, que reciba una renovación absoluta por parte de la vitalidad del movimiento popular. Así hay que entender su anarquismo profundamente coreano, a la vez que profundamente abierto a las influencias internacionales, que adopta una teoría universal para ayudar a desembarazarse al pueblo coreano de los elementos que le impiden su expresión libre, que hace propio todo aquello de cuanto hay útil en la lucha en contra de los grandes enemigos de las masas coreanas. El arraigo a la tradición popular de Corea queda claro en su mismo método expositivo y en su línea argumentativa.

Agradecemos a Robert Graham (editor de la antología “Anarchism: A documentary History of Libertarian Ideas” Black Rose Books, 2005) por facilitarnos el texto completo para su traducción, el cual aparece parcialmente reproducido en su antología, y por permitirnos su reproducción en nuestra revista. Agradecemos además al traductor del original al inglés, Hwang Dongyoun.

Traducción y Notas: José Antonio Gutiérrez D.

♦♦♦♦♦

DECLARACIÓN DE LA REVOLUCIÓN COREANA

I.

El ladrón de Japón barrió con el nombre de nuestra nación, usurpó los poderes y derechos de nuestro gobierno y nos privó de todas las condiciones necesarias para nuestra supervivencia. Se llevó nuestros bosques, nuestros ríos y pantanos, nuestras líneas férreas, nuestras minas, nuestros bancos de peces, e incluso los materiales de la industria a pequeña escala, todo lo cual constituía la savia vital de nuestra economía. Todas nuestras funciones productivas han sido penetradas por su daga y arrancadas con sus bueyes. Un impuesto a la tierra, a las casas, a las cabezas, a los animales, un impuesto a la ganancia, impuestos locales, al tabaco y el alcohol, a los fertilizantes, a las semillas, al comercio, al servicio sanitario, a los sueldos, así como otros variopintos impuestos, han aparecido cotidianamente... de manera que hasta la última gota de nuestra sangre ha sido succionada. Casi todos los capitalistas coreanos se han convertido en meros agentes de venta de productos manufacturados japoneses y gradualmente están desapareciendo por el principio de concentración del capital. La mayoría de las masas coreanas, es decir, los campesinos comunes y corrientes, son incapaces de alimentarse ni a sí mismos, ni a sus esposas ni a sus hijos, con el ingreso anual de sus tierras cultivadas con sudor y sangre. Harían bien en convertirse en caballos y vacas. Enriquecerían así a los ladrones japoneses con sus tributos para terminar siendo devorados ellos mismos. El ingreso de los colonos japoneses aumenta cada año a pasos agigantados, al punto que ya no podremos vivir ni como vacas ni como caballos. Entonces, nuestro pueblo, bajo presión de aquellos que usan geda (ed. japoneses) no tendrán ni una pulgada de tierra que pisar, y serán arreados hacia las montañas y ríos, hacia el Gando occidental y septentrional[1], y hacia las zonas desiertas de Siberia. Finalmente, se hambrearán y convertirán en fantasmas errantes sin hogar.

El ladrón de Japón refuerza la política de la Policía Militar, la política policíaca, sobre nuestro pueblo. Bajo estas circunstancias no pueden tomar la menor iniciativa por su propia voluntad, no tienen ninguna libertad de expresión, de prensa, de asociación o de asamblea, y por consiguiente, como bestias, les toca sólo arrastrar sus penas, odio y rencor. Como brutos ciegos, no saben del mundo de la felicidad y la libertad. Sus hijos son enviados a un centro de esclavitud –escuelas donde a los niños se les enseña que “el japonés es nuestro idioma nacional y que la escritura japonesa es nuestra escritura nacional”. El libro de historia de Corea que leen no es sino la maldita versión japonesa de ésta, que incluye afirmaciones tales como que “Tan’gun[2] era el hermano de Susano’onomikoto[3]” y que “al sur del río Han, durante los tres períodos Han, era todo territorio del Japón”.

Los periódicos y las revistas traen solamente artículos esclavizantes que semi-japonifican a los coreanos, buscando hacerles admirar las políticas del despojo de Japón. Una vez que ha nacido un niño inteligente, ese niño se convierte frecuentemente al crecer en un degenerado doblegándose ante las presiones de su tiempo, o se convierte en un depresivo o un pesimista. De no ser así, ese niño terminará en la cárcel bajo cargos de “conspiración” y será torturado hasta la muerte. Tales torturas incluyen la utilización del cangue (ed. una forma de cepo transportable) con las dos piernas entrecruzadas y encadenadas, torturas con barras de hierro candentes, flagelaciones, tortura eléctrica, con agujas pinchadas entre las uñas de las manos y los pies, las personas son atadas y colgadas de los brazos o las piernas, se les insufla agua por las narices, se les introducen pequeñas varas dentro de los órganos genitales, todas estas prácticas que no están contenidas siquiera en los códigos penales de los países más bárbaros y déspotas. Aún de ser uno lo suficientemente afortunado como para salir vivo de la prisión, se verá incapacitado para el resto de sus días. De no estar incapacitado, sus instintos inventivos y creativos desaparecerán por las dificultades para ganarse la vida. Su espíritu emprendedor se apagará por la presión de las circunstancias al verse engrillado, azotado, maltratado y oprimido, sin permitírsele la menor queja. Los tres mil li[4] de territorio coreano, rodeados de tres mares, se convertirán en una gran prisión para él o ella. Nuestro pueblo, al perder no sólo su sentido de humanidad sino que además sus instintos básicos, se convertirá de esclavo en máquina, y no será utilizado más que como herramientas en manos del ladrón.

El ladrón de Japón ve a nuestras vidas como de menor valor que paja seca. Es de hecho imposible enumerar todos los actos violentos que los soldados japoneses han cometido en las 13 provincias de Corea, en donde virtuosos ejércitos se han rebelado desde 1905. Podemos incluir, por ejemplo, las masacres que siguieron al Movimiento Primero de Marzo en lugares tales como Suweon y Uicheon, y en lugares del extranjero como el Gando, el Gando occidental y la provincia litoral de la Siberia rusa[5]. Ha habido incendios de pueblos completos, saqueos de propiedades e insultos a las mujeres. Ha habido decapitaciones, gente enterrada viva, gente ha sido quemada o desmembrada en pedazos, castigos crueles a los niños y se han destruido los órganos genitales de las mujeres. Usando los más terribles mecanismos para aterrorizar y hacer estremecer a nuestro pueblo, el ladrón de Japón le coloca bajo una presión opresiva, intentando convertirle, en última instancia, en “cadáveres vivientes”.

Basados en los hechos mencionados, declaramos que la política del saqueo de Japón, vale decir, el dominio de una raza extranjera, es enemiga de la supervivencia del pueblo de Corea. A la vez, declaramos que es un recurso legítimo para nosotros el emplear métodos revolucionarios para aniquilar al ladrón de Japón, que es el enemigo de nuestra supervivencia.

II.

¿Quiénes son aquellos que pretenden lograr independencia política interna, sufragio o autonomía?

¿Se han olvidado de la historia mediante la cual nuestros tres mil li de territorio nos han sido enajenados, aún antes de que la tinta de los pactos que garantizarían la “Paz en Asia Oriental”, “la preservación de la independencia Coreana” y otros semejantes, se hubiera alcanzado a secar?

¿No ven la realidad de que las vidas de 20 millones de seres humanos han sido condenadas a un infierno por la proclamación de todas esas promesas escrituradas como ser “la protección de las vidas, propiedad y libertad del pueblo Coreano”, “la promoción de la felicidad del pueblo Coreano” y otras, que han sido suficientemente escritas pero jamás materializadas? Desde el Movimiento Primero de Marzo, el ladrón de Japón ha permitido a un par de traidores como Song Byeongjung, Min Weonsik, y otros de igual calaña, vociferar argumentos demenciales de independencia política interna, sufragio o autonomía, a fin de moderar nuestro movimiento independentista. Por esta razón, quienes sigan ciegamente estos argumentos han de ser hábiles traidores, si es que no están completamente ciegos.

Digamos que el ladrón de Japón sea la suficientemente generoso y abierto de mente como para así aceptar firmemente nuestras demandas. ¿No sería entonces el caso que el pueblo de Corea poseyendo su independencia política interna, pero carentes de derechos y privilegios, se transformarían en nada más que espectros famélicos? Digamos que el pueblo de Corea obtuviera el sufragio. Al convertirse en la población colonial de una nación capitalista ladrona, que también explota la sangre de su propio proletariado, ¿cómo podría evitar el pueblo coreano el desastre de morir de hambre con sólo elegir algunos cuantos representantes esclavizados? Digamos que el pueblo coreano gane la autonomía. Sin necesidad de saber qué clase de autonomía tendrían, ¿Como podría el pueblo coreano, bajo el imperio del Japón, mantener su supervivencia nacional cuando la autonomía es un nombre vano y humillante y cuando aún existe el término “Imperio”, el cual es utilizado por el ladrón de Japón como bandera para su expansionismo?

Digamos que el ladrón de Japón se transforme abiertamente en un país que guste de Buda y Bodhisattva[6]. Que súbitamente elimine al gobernador general (ed. en Corea), que nos retorne nuestros numerosos derechos y privilegios, que deje en nuestras manos todos nuestros asuntos domésticos e internacionales, que retire de Corea de una vez sus fuerzas policiales y armadas, que retorne al unísono a sus colonos japoneses de vuelta a sus hogares en Japón, y que posea tan sólo una soberanía nominal sobre Corea. No es, aún así, posible en cuanto seres humanos, que conocen la palabra “desgracia”, el reverenciar al Japón como Estado soberano a menos de que hubiéramos olvidado por completo nuestras memorias del pasado.

¿Quiénes son aquellos que convocan a un movimiento cultural bajo las políticas del ladrón de Japón?

La cultura es un término que denota una acumulación total de los desarrollos de la industria y de la cultura material. Un pueblo que, bajo el sistema de la explotación económica, ha sido privado del derecho a la vida duda de la posibilidad de preservar su propia raza. Más aún, ¿habría posibilidad para su desarrollo cultural? Los desgraciados indígenas asiáticos y los desgraciados judíos han tenido sus propias culturas respectivas. Los últimos, por el poder que les da el dinero, han podido continuar con sus oficios religiosos transmitidos por sus ancestros, y los primeros, debido a su amplio territorio y a su gran población han conservado los beneficios heredados de su propia civilización, la cual fue desarrollada en épocas ancestrales de manera libre. ¿Ha habido algún precedente que demuestre que la cultura se haya desarrollado o conservado exitosamente en un país como Corea, donde el ladrón de Japón muerde y succiona la sangre y el tuétano como mosquitos y tábanos, o como los lobos? Debido a la censura, al requisamiento y la opresión, se ha dicho, espontáneamente, que ciertos periódicos y revistas sea han convertido en los líderes de un “movimiento cultural”. Si algunos discursos y escritos que no resulten ofensivos para el ladrón han sido expuestos, y esto es visto como progreso del desarrollo cultural, este desarrollo cultural entonces no sería sino una desgracia para Corea.

Basados en lo mencionado anteriormente, declaramos tanto a quienes están dispuestos a ceder concesiones al ladrón de Japón, enemigo de nuestra supervivencia, así como a quienes piensan en parasitar de las políticas del ladrón, como nuestros enemigos.

III.

También, entre los que toman partido por la expulsión del ladrón de Japón, hay quienes defienden las siguientes teorías.

Primero están aquellos que defienden las medidas diplomáticas. La dinastía Yi[7] adoptó medidas diplomáticas como su estratagema para proteger la nación. La situación, desde ese momento, empeoró durante los últimos años de la dinastía, de tal modo que el auge y el declive del grupo de los reformistas (Yusin Dang) y del grupo de los conservadores (Sugu Dang) era determinado por el hecho de tener o no tener ayuda económica propia del extranjero. Las políticas de los estadistas no eran sino sobre cómo usar a un país para controlar a otro, y su cultura de la dependencia proliferó infectando los círculos políticos más generales. Cuando Japón, mediante el sacrificio de decenas de miles de vidas y cientos de miles de propiedades, derrotó a la dinastía Qing[8] y a Rusia, respectivamente, en las dos guerras de 1895 y 1905, y quiso seguir con sus políticas agresivas del saqueo, aquellos que en nuestro país dijeron “yo quiero a mi país, y quiero salvar a mi pueblo” no fueron capaces de arrojar un simple puñal ni de disparar una simple bala contra los torpes, tontos y avaros oficiales (ed. de la dinastía Yi) ni contra los traidores. En lugar de esto, mandaron cartas oficiales a embajadas extranjeras y enviaron largas epístolas al gobierno del Japón, rogándoles conocer la debilidad del poder nacional de Corea. Solamente esperaban las respuestas para la cuestión de la existencia y la extinción de la nación y de su pueblo, por parte de los extranjeros e incluso del enemigo. Los tratados firmados en 1905 y 1910[9] fueron los primeros en desgraciar miles de años de historia de Corea, los primeros tales tratados desde que el nombre de Corea ha existido. Así como nos desgraciaron, la furia popular coreana sólo pudo expresarse con un revólver en Harbin[10], con un sable en las calles de Jongno[11] y en los ejércitos virtuosos organizados por los académicos confucionistas sin posición oficial.

¡Qué desgracia! Los muchos años de nuestra historia se convertirán, para el hombre de valor, meramente en algo a lo cual escupir y maldecir, y, para el hombre de buena voluntad, en algo de qué apenarse. Tras la pérdida de la nación, algunos hombres con voluntad (jisa) salieron al extranjero, adoptando ante todo “medidas diplomáticas” como su primera idea (ed. hacia la independencia). Un método que adoptaron para movilizar al movimiento doméstico por la independencia ha sido asociado, sin excepción, a frases como “ya vendrá la oportunidad con la próxima guerra norteamericano-japonesa o con la guerra ruso-japonesa”. Recientemente, tales consignas extremadamente confiadas propias de la “Conferencia de la Paz” o de las “Ligas de las Naciones”, propagadas por ciertos personajes en el Movimiento Primero de Marzo han servido sólo para destruir el espíritu de una masa de veinte millones que avanzan estruendosa y valientemente.

En segundo lugar, están aquellos que favorecen los preparativos. En momentos en que el tratado de 1905 era firmado, nadie podía asir firmemente a los derechos nacionales que volaban como hojas sueltas de papel por las embajadas de las potencias. Tres enviados secretos enviados a La Haya en el año de 1907 no pudieron retornar con buenas nuevas respecto a la recuperación de nuestra independencia. Estos dos incidentes causaron el gradual cuestionamiento de la táctica de las medidas diplomáticas, y la conclusión a la que se llego es que no podía sino haber guerra (ed. por la independencia). Sin soldados ni armamento, sin embargo, ¿cómo se libra una guerra? La escuela de los confucionistas académicos sin posición oficial, sin consideraciones sobre la victoria o la derrota, sino solamente hacia la causa virtuosa, reclutaron soldados para el ejército virtuoso. Y luego ellos, pese a usar elevadas diademas y ropajes oficiales, se convirtieron en comandantes dirigiendo al ejército y, reclutando a cazadores con sus rifles, se fueron al frente de la guerra coreano-japonesa. Sin embargo, aquellos que solamente leen periódicos y que, aparentemente, comprendían mejor la situación, no tuvieron el coraje de hacer lo mismo. Entonces, dijeron, “es absurdo ir a la guerra con Japón ahora. Iremos a la guerra sólo cuando tengamos rifles, dinero, cañones, oficiales y tropas”. A esto se le llamó el argumento en favor de la preparación (junbi ron) de la guerra de independencia. Mientras más severa es la invasión, más visibles se hacen nuestras falencias. Como resultado, el alcance de la preparación ha sido extendido hasta comprender aspectos ajenos a la guerra: la promoción de la educación, el desarrollo del comercio y de la industria, y así sucesivamente. Casi todas las discusiones por la independencia han sido parte del argumento en favor de la preparación. Desde 1910, todos los hombres con voluntad (jisa) han deambulado a tientas en los bosques del Gando occidental y septentrional, se han compenetrado del viento frío de Siberia, han merodeado por Beijing y Nanjing, han ido a América o a Hawai, o se han aparecido en cada recoveco y rincón del país, ¡gritando en repetidas ocasiones a favor de la preparación! Y esto ha tenido por efecto el establecimiento de algunas escuelas insuficientes y de algunas sociedades impotentes. Esto no quiere decir, sin embargo, que no sean lo suficientemente sinceros, sino que sus ideas son, de hecho, incorrectas. Debido al control opresivo del ladrón de Japón sobre la política y la economía, nuestra economía atraviesa por crecientes dificultades, todas las dependencias productivas se encuentran extorsionadas, y los medios de subsistencia han dejado de existir. Entonces, ¿cómo y con qué desarrollaremos nuestra industria o extenderemos nuestra educación? Más aún, ¿dónde alzamos a nuestros soldados y cuántos alzamos? Y aún de alzarlos, ¿podremos hacer su poder idéntico al de la centésima parte de las fuerzas de combate del Japón? Obviamente, tales especulaciones resultan ser lo mismo que hablar en sueños.

Debido a las razones mencionadas, declaramos que despreciamos las ilusiones vanas de las “medidas diplomáticas” y de las “preparaciones”, y que adoptamos por medio la revolución directa de las masas.

IV.

Para mantener la supervivencia del pueblo coreano, debemos barrer con los ladrones de Japón. La expulsión de los ladrones de Japón puede sólo ser conseguida mediante la revolución. No hay otro camino que la revolución para barrer con el ladrón de Japón.

¿Pero por dónde comenzamos para involucrarnos en la revolución?

Luego de las revoluciones de los viejos tiempos, el pueblo solía convertirse en esclavos del Estado, y por sobre éste, solían haber amos y señores, un grupo de privilegiados que les dominaban. Consecuentemente, la mal llamada revolución no era sino la alteración del nombre del grupo privilegiado. En otras palabras, una revolución usada tan sólo para reemplazar a un grupo privilegiado por otro. Entonces, el pueblo determinaba su orientación hacia la revolución acorde a su comprensión de qué grupo de los nuevos/viejos amos y señores era más generoso, más despiadado, más virtuoso o más malvado. Evidentemente, como resultado, el pueblo no tenía relación directa con la revolución. Conforme a esto, consignas como “Decapitar al Rey, Consolar al Pueblo”, se convertían en la sola consigna de la revolución y frases como “con una lonchera y un pequeño pocillo de salsa, el pueblo enfrentaba al ejército del rey”, se convirtieron en la leyenda revolucionaria transmitida hasta nuestros días con intacta admiración. Sin embargo, la revolución de hoy en día, es una que las masas hacen ellas mismas, y por ello la llamamos una “revolución de masas”. Ya que será una revolución directa de las masas, el fermento y expansión de su entusiasmo trasciende cualquier comparación numérica, en esta revolución entre el débil y el fuerte. El resultado de esta revolución, triunfe o fracase, siempre irá más allá del significado de una guerra corriente: las masas sin dinero y sin armas derrotan a un monarca con millones de soldados y cientos de miles de riquezas, y expulsan a los invasores extranjeros. El primer paso en nuestra revolución, por consiguiente, es demandar el despertar de las masas.

¿Cómo pueden ser despertadas las masas?

Las masas no serán despertadas ni con personajes divinos, de saga, o con héroes galantes, que hagan “despertar” a las masas, ni con escuchar declaraciones vehementes tales como “masas, despierten” o “masas, despertemos”.

La destrucción por las masas y para las masas de todos los obstáculos, tales como la desigualdad, lo antinatural y absurdo, que se imponen en el camino del mejoramiento de la vida de las masas, es el único método para “despertar a las masas”. En otras palabras, las masas que ya se han despertado por adelantado han de ser los pioneros revolucionarios de toda la masa, tal es el primer camino hacia el despertar de las masas.

Debido a las hambrunas, al frío, a las dificultades, al dolor, al clamor de las esposas, al llanto de los niños, a la presión por pagar los impuestos, a la presión por pagar los préstamos, a la falta de libertad de acción, y a un sinnúmero de otras presiones, las masas en general no pueden ni vivir ni morir. En esta situación, el ladrón ha institucionalizado las políticas del robo, que son la principal causa de estas presiones. Si se derriba al ladrón, todas las dependencias del ladrón son destruidas y estas buenas nuevas se propagan por los cuatro mares; todas las masas, entonces llorarían de simpatía. Consecuentemente, todos se percatarían que, además de la muerte por inanición, hay un camino llamado revolución. Si el valiente, por su correcta indignación, y el débil, por su dolor, transitaran ese camino, avanzando intransigentemente para influenciar universalmente a las masas, a fin de lograr una gran revolución con unidad nacional, eso definitivamente arreglaría las cosas y el artero, pillo y cruel ladrón de Japón sería expulsado. Consecuentemente, si queremos despertar a las masas, derrocar el dominio del ladrón, y así inaugurar una nueva vida para nuestra nación, debiéramos considerar alzar cien mil soldados y lanzar nuestra rebelión, pues ellos serían incomparables a arrojar una bomba o a los miles de millones de hojas de periódicos y revistas escritas.

Si una revolución violenta de las masas no ocurre, que así sea. Pero de ocurrir, como una piedra que rueda cuesta abajo, no se detendrá hasta llegar a su fin. Hablando desde nuestra experiencia pasada, podemos decir que el Golpe político de 1895 no fue más que una obra dramática de acción en un solo acto sobre una lucha al interior de un palacio, entre un grupo privilegiado y otro. El alzamiento de los soldados virtuosos antes y después de 1910 fue conducida por las ideas de una clase ilustrada que se alzó (contra Japón) por las honorables causas de la lealtad y el patriotismo. Pese a que los actos violentos de hombres de ferviente lealtad, tales como An Junggeun, Yi Jaemyeong y otros, fueran ardientes, no había en sus actos ninguna base sentada sobre la habilidad de las masas. Pese a que el acuerdo de las masas con el empuje general del Movimiento Primero de Marzo fue espiritualmente visible en el sonido de los “vivas” durante la movilización, no hubo un centro para la violencia. Si una de estas dos palabras, “masas y violencia” es omitida, las insurrecciones, aunque sean fervorosas y truenen como para sacudir al mundo, desaparecerán como la luz de un relámpago.

Las razones que nos da el ladrón de Japón para lanzar una revolución se han juntado en Corea como una montaña. Una revolución violenta de las masas se desencadenará en cualquier momento, y si seguimos avanzando con consignas como “Sin independencia, no podremos vivir” y “No retrocederemos hasta expulsar al Japón”, conseguiremos nuestro fin. La revolución no se podrá detener ni con la espada policial, ni con el rifle militar, ni con las medidas de los políticos arteros.

El curso de esta revolución será, naturalmente, extremadamente terrible y sublime. Nuestro pueblo coreano solamente avanzará, describiendo este extremadamente terrible y sublime curso, pues de retroceder, a sus espaldas quedará un vacío negro, mientras que de avanzar, a su frente existirá un vigoroso resplandor.

Ahora enunciaré los objetivos de la violencia, el asesinato, la destrucción y la revuelta:

1. El gobernador general de Corea y los oficiales de gobierno;

2. El emperador y los oficiales de gobierno de Japón;

3. Los espías y los traidores;

4. Todas las dependencias del enemigo.

Además, si la nobleza y los ricos de las diversas provincias, aunque sin sabotear de manera evidente al movimiento revolucionario, intentaran, por palabras o hechos, moderar o hablar mal de nuestro movimiento, los enfrentaremos por medio de la violencia. Los colonos japoneses también han de ser expulsados por la violencia, porque se han convertido en uno de los mecanismos de la política de robo del Japón y se han convertido en una punta de lanza para las amenazas a la supervivencia del pueblo coreano.

V.

El camino a la revolución será abierto por la destrucción. Sin embargo, destruimos no sólo por destruir, sino para construir. Si no sabemos cómo construir, significa que tampoco sabemos como destruir, y si no sabemos como destruir, significa que tampoco sabemos como construir. La construcción sólo es distinguible de la destrucción en su forma, pero en su espíritu, la destrucción implica construcción. Las razones por las que debemos destruir a las fuerzas japonesas son:

1. Destruir el dominio de una raza extranjera. ¿Por qué? Pues ya que sobre “Corea” reside una raza extranjera, “Japón”, un país despótico, entonces Corea bajo el despotismo de esta raza foránea no puede ser una auténtica Corea. Para descubrir la auténtica Corea, destruimos entonces el dominio de una raza extranjera.

2. Destruir a la clase privilegiada. ¿Por qué? Pues ya que sobre las “masas” coreanas se sienta el Gobernador General u otros que son miembros de una clase privilegiada compuesta por una banda de ladrones que oprimen a las masas, las masas coreanas bajo la opresión de esta clase privilegiada no son las masas libres de Corea. Para descubrir a las masas libres de Corea, derrocamos entonces a la clase privilegiada.

3. Destruir al sistema de explotación económico. ¿Por qué? Pues ya que la economía bajo el sistema de la explotación no es una economía organizando por las mismas masas para su bienestar, sino que una economía organizada para alimentar al ladrón, destruimos entonces el sistema económico de la explotación y desarrollamos el bienestar de las masas.

4. Destruir la desigualdad social. ¿Por qué? Pues ya que el fuerte sobrevive a costa del débil y el alto a costa del bajo, una sociedad llena de desigualdades se volverá una en la cual la gente se explotará, usurpará, odiará y detestará entre sí. En la sociedad, al principio para complacer a la minoría, se inflinge daño a las masas, la mayoría, y, al final, la minoría termina inflingiéndose daño entre sí. .. para promover la felicidad de toda la masa, destruimos entonces la desigualdad social.

5. Destruir el pensamiento cultural servil. ¿Por qué? ¿No es esto producto de los poderosos para beneficio de los poderosos, en forma de religión, ética, literatura, bellas artes, costumbres y moral pública? ¿No han servido al poderoso como herramientas diversas de sus placeres? ¿No son, acaso, narcóticos para esclavizar a las masas? Mientras que la clase minoritaria se vuelve fuerte, la mayoría de las masas se vuelven débiles. Que los débiles no puedan resistir a la injusta opresión, se debe enteramente al hecho de que éstos se encuentran encadenado por el pensamiento cultural servil. Si no cortamos estas cadenas de contención e impulsamos una cultura de las masas, las masas en general, débiles en el pensamiento de sus derechos y careciendo de interés en el avance de su libertad, solamente vivirían sus destinos como esclavos. Por consiguiente, para defender una cultura de las masas, debemos destruir entonces el pensamiento cultural servil.

En otras palabras, a fin de construir una Corea hecha de la “auténtica Corea”, de las masas coreanas libres, de una economía de las masas, de una sociedad de las masas y de una cultura de las masas, es que intentamos romper fenómenos tales como el dominio de una raza foránea, el sistema de explotación, la desigualdad social y el pensamiento cultural servil. Como se ha esclarecido, el espíritu de la destrucción existe dentro de la vocación constructiva. Hacia adelante, impulsamos la espada de nuestra destrucción. Hacia atrás, llevamos la bandera de la construcción. Por tanto, si sostenemos la idea pueril de solamente construir, pero carecemos del vigor y del espíritu para destruir, no seremos entonces capaces de soñar con una revolución ni de aquí a 500 años. Entendemos hasta ahora que: la destrucción y la construcción son inseparables, no son dos sino una sola; que previo a la destrucción por parte de las masas, existe la construcción por parte de las masas; que las masas coreanas destruirán ya a las fuerzas del ladrón de Japón sólo mediante la violencia de masas, ya que esas fuerzas son un obstáculo en el camino de la construcción de una nueva Corea; y que las masas coreanas se encuentran con el ladrón de Japón en un “mismo puente”, donde ambos se dan cuenta de que uno de ellos debe quedar arruinado por el otro. Por consiguiente, nosotros, la masa de los veinte millones, nos uniremos y marcharemos por el camino de la violencia y la destrucción.

Las masas son el cuartel general de nuestra revolución.

La violencia es la única arma de nuestra revolución.

Vamos hacia las masas y vamos de la mano con las masas.

Con incesante violencia-asesinato, destrucción y rebelión, derrocaremos el domino del ladrón de Japón.

Transformar todos los sistemas absurdos de nuestra vida, construir una Corea ideal, en la cual un ser humano no sea capaz de oprimir a otro ser humano, y una sociedad que no sea capaz de explotar a otra sociedad.




[1] Una región de China, fronteriza con Corea, llamada Yanbian en la China moderna.
[2] Personaje mítico que habría fundado la nación Coreana hacia el 2.333 AC.
[3] Dios japonés del mar y las tormentas.
[4] Una unidad de medida china, equivalente a 500 metros.
[5] Durante estas movilizaciones por la independencia se calcula que unas 7.500 personas fueron asesinadas y unas 45.000 fueron arrestadas por las tropas japonesas.
[6] En la tradición religiosa budista un Buda es alguien plenamente iluminado que ha experimentado el nirvana (como Siddartha, por ejemplo) y Bodhisattva es un personaje iluminado que ayuda a los demás a alcanzar el nirvana. En esta sentencia, Shin Chaeho se refiere al carácter secundario de las imposiciones religiosas del Japón frente al carácter de la opresión colonial.
[7] 1392 a 1910. Constituye la última y la más larga de las dinastías imperiales de Corea.
[8] La última dinastía imperial de China, referida frecuentemente como la dinastía manchú (1644-1912).
[9] En el tratado de 1905, Corea se convirtió en un protectorado de Japón, mientras que en 1910, Corea asumía control absoluto de este país.
[10] El asesinato del gobernador general del protectorado de Corea, el japonés Ito Hirobumi, a manos del obrero independentista An Junggeun, en octubre de 1909.
[11] Jongno es un distrito de Seúl, en el que Yi Jaemyeong intentó asesinar a Yi Wanyong (ministro Coreano que en 1910 firmó el tratado de anexión Coreano-japonés que transformaba a Corea de un protectorado a une región de pleno control japonés)

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