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El sueño de paz y unidad europea agoniza en manos del poder financiero

category internacional | economía | non-anarchist press author Tuesday February 07, 2012 21:11author by ANTONIO ALBIÑANA Report this post to the editors

¿Sobrevivirá Europa al 2013 con todos aquellos sucesos que han estado por acabar con la UE?

Los problemas económicos y la defenestración de los presidentes de Grecia e Italia, la inoperancia de las instituciones europeas, ninguneadas por el eje germano-francés y oscuras fuerzas económicas, junto al progresivo "euroescepticismo", que se ha saldado ya con la práctica salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, y la desafección progresiva de los ciudadanos del sur ante una Unión que no hace sino imponerles sacrificios, indican que la crisis va mucho más allá del euro. Son muchos analistas los que han empezado a preguntarse: ¿Sobrevivirá Europa al 2013?

La idea de una Europa unida, superando los nacionalismos, surgió con fuerza al final de las dos guerras que en el siglo XX se cobraron más de 70 millones de vidas, en su inmensa mayoría civiles, con el objetivo de sellar una paz definitiva en el continente. En 1957, la Europa política estaba integrada por seis países fundadores, que pasaron a 15 en 1995, hasta llegar a la Unión que conocemos hoy, con 27 miembros, desde Portugal hasta Estonia. De ellos, 17 comparten la misma moneda, el euro.

La UE cuenta con unas instituciones rectoras: el Consejo, la Comisión, el Parlamento y la Presidencia, que los ciudadanos no sienten aún como suyas y de las que incluso desconfían. Para el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger, los organismos europeos con sede en Bruselas constituyen "un almacén de políticos molestos o inservibles, un monstruo al margen del ciudadano europeo, un agujero negro en el que desaparece lo que entendemos por democracia".

La presidencia formal de la Unión correspondió hasta el final del 2011 a Polonia, cuyo ministro de Economía, Jacek Rostowki, se despidió del Parlamento Europeo pidiendo salvar a Europa de una posible guerra en los próximos diez años. Desde enero de este año, preside la UE Dinamarca, un país que en el año 2000 rechazó en referéndum usar el euro y donde el "euroescepticismo" no deja de aumentar.

En realidad, las instituciones "decisorias" de la UE se han venido reuniendo en los últimos meses únicamente para dar el visto bueno formal a los acuerdos que han cocinado previamente la pareja Merkel-Sarkozy (Merkozy), a la cabeza de las potencias alemana y francesa, sin ninguna legitimidad para gobernar Europa por su cuenta.

Según el politólogo de la Universidad de Barcelona Joseph M. Vallés, "el viejo déficit democrático de la Unión avanza hacia una declaración de quiebra a la que sigue la liquidación de la entidad (...), parece como si las obligaciones financieras con los 'mercados' fueran prioritarias y debieran anteponerse a las obligaciones políticas con los ciudadanos".

Y entre la propia ciudadanía se está fomentando una brecha norte/sur. Los del sur, a los que se llama despectivamente, incluso en la prensa económica más seria, los "PIGS" (Portugal, Italia, Grecia y España), supuestamente pasan la vida en la indolencia más improductiva, subvencionados por un norte laborioso y más desarrollado, dentro del mito weberiano de la "eficacia protestante".
No en vano la señora Merkel es hija de un pastor luterano. En suma, no existe realmente aún un sentimiento de ciudadanía continental. Un grave fallo en la construcción europea. Uno de los "padres fundadores" de Europa, Jean Monnet, se lamenta en sus memorias de haber empezado a levantar la Unión a partir de la economía, en lugar de haberlo hecho desde la cultura.

En frase del expresidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, "en Europa manda la señora" (Merkel), con el apoyo de un Banco Central Europeo germanizado, más los mercados y las tres agencias calificadoras, Moody's, Standard & Poor's y Fitch.

Es cierto que Alemania es la mayor potencia económica del continente y un pagador neto en el seno de la Unión, pero la canciller Merkel no debería olvidar a su correligionario Konrad Adenauer, otro de los "padres fundadores", que siempre propugnó poner los intereses europeos por delante de los alemanes.
También debería escuchar a su antecesor Helmut Schmidt en su alocución al congreso del SPD: "Alemania tiene obligaciones contraídas en el tiempo de los nazis que se proyectarán a lo largo de los siglos XXI y XXII. La gran reconstrucción de las seis últimas décadas no la hemos hecho los alemanes solos y con nuestras propias fuerzas, sin la inserción alemana en los cauces de la Unión Europea no hubiera sido posible (...). Los alemanes tenemos la obligación de ejercer la solidaridad con quienes nos rodean, hacernos dignos de la solidaridad recibida".

El diseño de la Unión monetaria, mal concebido desde el principio, se fijó el objetivo de una moneda única, el euro. Para aceptar prescindir de su moneda, el marco, los alemanes y su banco central, el Bundesbank, fijaron condiciones. El Banco Central Europeo no puede comprar deuda pública ni prestar a los Estados miembros (art. 123 del Reglamento). Sí puede prestar a los bancos privados a intereses bajísimos (del 1 al 1,25%). Los Estados tienen que acudir a pedir prestado a la banca privada pagando intereses del 7% (Italia) o 6,5% (España), por ejemplo. Como consecuencia, los países se van endeudando con la banca privada y se van creando problemas de solvencia hacia su deuda pública.

Ahí llegan entonces las agencias calificadores y rebajan sus niveles de solvencia. Empiezan las condiciones para prestar ayuda: desde hacer ajustes fortísimos en el gasto público, siempre a costa de lo social -pensiones, salud, educación-, hasta cambiar a los políticos y "ajustarlos" también a los mercados, como ha sucedido en Grecia o Italia.

En lo que muchos analistas, y hasta el filósofo Jürgen Habermas, han calificado como una especie de "golpe de Estado financiero", 15 países de Europa han situado a banqueros, gestores de fondos o de "calificadoras" a la cabeza de los ministerios de Economía o bancos centrales en los últimos meses.

Más allá de la crisis del euro, habría que examinar el posible fin de la actual Europa unida como paradigma de paz y unión entre los pueblos de un continente. Para el analista Rafael Argullol, lo más importante son "las consecuencias civilizatorias del fin del sueño europeo, la verdadera catástrofe a la que, de no remediarlo, nos vemos abocados (...), el síndrome del barco inmediatamente antes del naufragio domina ya los gestos. El buque roza el remolino con una tripulación inepta y un pasaje apático".

El antiguo director del diario francés Le Monde, Edwy Plenel, es cortante en su diagnóstico como europeo: "No controlamos la política, hemos puesto a tecnócratas al frente y estamos en plena catástrofe social... Es el momento de decidir si nos ponemos en manos de Goldman Sachs o inventamos algo nuevo".

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