La ciudad como la entendemos y la vivimos hoy en día es el resultado de las dinámicas de apropiación e inversión del excedente de capital que genera el modo de producción capitalista. No hace falta sino ver por la ventana que la ciudad ha generado bastos cinturones de miseria en donde se reproducen ejércitos de hombres y mujeres dispuestos a vender su mano de obra en las condiciones más miserables, para poder conseguir algunos pesos para comer y tener fuerzas para al otro día, volver a trabajar y así conseguir algún recurso adicional para pagarle a sus hijas un estudio para que ellas puedan ingresar a este círculo vicioso algunos escalones más arriba.
Por ello y porque hemos vivido esta realidad es necesario definir la lucha por el territorio en nuestro contexto, como una lucha por la ciudad, pero desarrollada en un plano específico; es hora de ahondar en las reflexiones sobre el territorio en la vida real ¿Cómo sentimos las relaciones que se tejen por un lugar determinado? ¿Cómo sentimos y reproducimos la relación que se cruzan entre personas en ese espacio? ¿Cómo concebimos la lucha por lo que creemos nuestro frente al significado que le damos?
Es fundamental que como luchadoras sociales nos adelantemos al panorama que se nos aproxima con el llamado posconflicto, el cual se viene gestando como un acomodo de los grandes capitales para enfrentar la crisis mundial y a su vez, desde la otra orilla, se viene gestando como bastión de cambio en la ruralidad. No es gratuito que frente a la posible y anhelada agudización de las luchas reivindicativas locales que se están comenzando a gestar desde las comunidades, la maquinaria estatal esté preparando una gran inversión de capital en los territorios en los que se desarrollan estas luchas. La luchas de siempre que finalmente se han dado frente a la inmersión de grandes proyectos productivos a gran escala, como la represa del Quimbo, los grandes proyectos mineros como Cerro Matoso, los multimillonarios planes de Renovación urbana, los conflictos con los grandes ingenios de valle del Cauca, los procesos de gentrificación en algunos barrios de las principales ciudades o las miles de hectáreas de monocultivos Agroindustriales en gran parte del suelo que llamamos Colombia.
Pero en consecuencia con la idea de este articulo tenemos que resaltar las luchas que nos tocan de primera mano, es necesario trabajar en nuestros barrios por la restitución de tierras de miles de personas que provenientes del campo se han visto obligadas a dejar su vida allí, para desplazarse a viviendas de menos de 40 metros cuadrados; desplazamiento que ha sido de una u otra forma forzados por el conflictivo “desarrollo” económico que desde hace 50 años se ha venido configurando en la ruralidad, y que de manera directa a contribuido a desarrollar la gran urbe inhumana que llamamos Bogotá, o que bien podríamos llamar, Cali, Barranquilla, Medellín o cualquiera de las ciudades que recibe cada día a miles de campesinos, indígenas y afros. A su vez hacerle frente a los grandes proyectos de Renovación urbana que planteándonos un proyecto de desarrollo, con grandes avenidas, nuevos parques metropolitanos han destruido las relaciones que por años se hemos tejido con nuestras vecinas, y que en muchas ocasiones y siempre con la excusa del desarrollo económico han destruido la flora y fauna que ha estado acá incluso mucho tiempo antes que nuestras tataratataraabuelos exisitiesen.
Estas luchas también tienen que profundizarse y recalcar el carácter clasista que nunca han dejado de tener, pero que en épocas de posmodernidad y neoliberalismo se destiñen en la filantropía de algunas y el silencio de otras. Recuperar el discurso por el derecho a la ciudad es una estrategia certera para el desarrollo de nuevas formas de lucha. Acompañado por el impulso de un modo de organización con principios libertarios y tácticas radicales para la consecución de metas palpables.