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Elementos para una izquierda anti-racista en Chile: La cuestión colonial mapuche

category bolivia / peru / ecuador / chile | luchas indígenas | opinión / análisis author Wednesday December 07, 2016 08:08author by Claudio Alvarado Report this post to the editors

No hace falta adentrarse mucho en la historia de la izquierda en Chile para percatar una actitud, digamos, no muy cercana a las profundas resonancias del lugar mapuche al interior del sistema político, económico y cultural en Chile. Es cierto que existe, sobre todo durante las últimas décadas, una ola solidarizante anclada al proceso de emergencia de una movimentalidad mapuche que trastocó la pasividad de la posdictadura neoliberal, lo cual permitió construir en lo mapuche un espacio de resistencia que fortificaba la moral de una izquierda magullada.
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Lo mapuche se edificó como una figura que permitía mantener en pie las utopías moribundas. Eso hasta la aparición pública de diversas expresiones sociales en lucha del pueblo chileno: ahora la esperanza de esa izquierda podía depositarse, otra vez, en la chilenidad popular. Desde mi punto de vista eso no representa un problema, sino que incluso da cuenta de dos historicidades que sustentan la posibilidad de hablar de dos pueblos trenzados – malamente trenzados quizás – pero distintos.

El desanclaje en torno a las temporalidades de cada movimiento, el mapuche y el chileno, es una prueba contundente en torno a las complejidades y divergencias en su relación con la consolidación del capitalismo. Y quizás aquí se ubica justamente aquella solidaridad de cierta izquierda que no ha encontrado una articulación política profunda con el movimiento mapuche, toda vez que analíticamente no ha comprendido la dimensión interseccional, combinada y articulada – dirían los viejos marxistas – de la dominación capitalista. Y digo dominación para remarcar la cuestión política y cultural en torno a la generación de plusvalía, la cual, nosotros insistimos, tiene un componente racial y colonial en Chile que las izquierdas deben comenzar a reflexionar para encontrar cauces comunes y densos con la sociedad mapuche, y superar así aquella solidaridad nominal y muchas veces caritativa. Avancemos entonces sobre ciertos elementos, particularmente en torno a la cuestión racial, para comenzar a trenzar una crítica anticapitalista y antiracista en nuestros programas comunes.

Racismo y deshumanización

El año 1883 es una fecha fatídica para el andar de las vidas mapuche. Ese año, como símbolo, marca el comienzo de los tiempos coloniales. Sabemos, ya es de conocimiento público, y solo es negado por el conservadurismo ciego y vil, que la “pacificación” fue un proceso que inauguró las actuales condiciones en Ngulumapu. El arma, a contrapelo del discurso historiográfico oficial, no fue el mosto, aquel elixir que pena como estigma en la imagen del indio borracho, sino que fue la violencia real y simbólica: la pólvora y la inferiorización. Es que las violencias coloniales, sostenidas sobre la construcción de un antagonismo entre civilización y barbarie, condenó las vidas mapuche a la reducción territorial y a la negación de nuestras diversas formas de existir, desde ahí se construyó un sistema mediante el cual los cuerpos y los saberes mapuche fueron catalogados como inferiores, despreciables, condenados al exterminio civilizador. Detengámonos en esto, en el racismo como dispositivo y relación global que ha definido el siglo XX mapuche.

La opresión colonial enclaustra e inferioriza: además de impedir el desarrollo autodeterminado como pueblo, deshumaniza a los miembros de los oprimidos. Para ello la violencia, real y simbólica, tiene un papel fundamental. Dice Fanon que la violencia colonial animaliza al colonizado, que el lenguaje del colonizador es un lenguaje zoológico, “se alude a los movimientos de reptil del amarillo, a las emanaciones de la ciudad indígena, a las hordas, a la peste, el pulular, el hormigueo, las gesticulaciones. El colono, cuando quiere describir y encontrar la palabra justa, se refiere constantemente al bestiario”. El colonizado constituye una bestia, un cuerpo más cercano al animal que a lo humano, y desde ahí debe ocupar roles definidos al interior de las jerarquías fijadas por el colonizador. Este proceso de deshumanización no pretende aniquilar al ser colonizado, dado que borrar al catalogado como inferior impediría el ejercicio de superioridad, sino que la intención es la permanente agonía del indio. El ideal agónico del otro es lo que permitió la reducción territorial mapuche, mantener esas vidas en el hilo agobiante del empobrecimiento y la inferioridad, hacer del mapuche un indio, un ser que interiorizara la negatividad, un ser cabizbajo, silencioso, taciturno. Fue esa imaginería la que sustentó la incredulidad y la rabia de la oligarquía colonial cuando vieron al indio alzado: aquellos seres sin historia, aquellas vidas definidas como serviles, entrando de golpe y fracturando el consenso racista del Estado nacional.

El colonialismo, aquel proyecto en donde un grupo autodenominado racialmente superior invade, conquista y domina a otro, estableciendo tanto máquinas administrativas de sujeción, formas de operativizar una mano de obra racializada e instalando en el “espíritu” del colonizado una imagen inferiorizada de él mismo, es por sobre todo un modelo sustentado en la violencia. La(s) violencia(s) compone(n) todas las relaciones entre colonos y colonizados, nada queda por fuera del garrote, del abuso, de la explotación. Basta adentrarse en los escenarios cotidianos por donde la chilenización forzada y, su contraparte complementaria, la autopercepción negativa como mapuche, se forjaban. Tal como sentenció Martin Alonqueo: “Todos los actos y hechos abusivos formaron cadenas de ignominias o cercos de hierros de explotación, apropiación y despojos fraudulentos de su tierra y animales (…) Estos hechos paulatinamente se tradujeron en angustias, desesperaciones, miserias y descalabros económicos que produjeron una psicosis colectiva, incertidumbre y desconfianza en la mente de los mapuche que se tradujeron en su propio desprecio dando nacimiento al odio a su propia cultura e idioma (…). Ya muchos mapuches no querían que sus hijos aprendieran a hablar su idioma para que no fueran víctimas de burlas, engaños y atropellos” (Alonqueo, 1985)

La inferiorización se instaló lentamente en los cuerpos y subjetividades mapuche. El colonialismo se internalizó mediante las operaciones cotidianas, entre ellas las violencias escolares. Ahora se era indio; categoría colonial que naturalizó desigualdades y discriminaciones (Pillalef, 2012), “el ‘indio’ fue inscrito en la economía política colonial como raza inferior, sujeto inferior o cuerpo despojable que debía estar al servicio de quienes se arrogaron y auto-legitimaron como superiores o civilizados” (Nahuelpan, 2013).

Ahora bien, si durante gran parte del siglo XX histórico la obsesión civilizatoria obnubiló la presencia indígena, desde la tibia emergencia del indigenismo criollo primero y de la imposición de cuño multicultural después, hemos vivido una reactualización de aquellas violencias coloniales, las cuales actualmente se expresan mediante una aceptación cultural que no interviene ni en los procesos productivos, ni en el sistema político que, a fin de cuentas, son los centros de irradación del sistema colonial. En últimas, de lo que se trata actualmente es de establecer un “indio permitido” bajo los criterios de los gobiernos neoliberales. Con ello, la deshumanización colonial y aquella arrogancia cognitiva del opresor, se intenta superar mediante un juego multicultural de aceptaciones despolitizadas. En otras palabras, la aprobación de lo mapuche, y con ello la supuesta superación del racismo, se da por medio de una acogida controlada por parte de los gobiernos neoliberales, los cuales, además de no problematizar las relaciones de poder a toda escala, configuran una imagen de lo mapuche objetivada e inmóvil, es decir, otra vez, sin historia.

Hacia una izquierda anti-racista y anti-colonial

La cuestión racial, como elemento que sustenta una relación colonial, es profundamente productiva para sostener una construcción sobre lo mapuche anclada a las disposiciones de la inferioridad o a las celebraciones multiculturales. En ambas circunstancias es vital un cuerpo indio cosificado, sin historia, sin movilidad. Una solidaridad de izquierdas implicaría desde un principio luchar contra el racismo que inferioriza, y desde ahí dar el salto hacia la crítica al colonialismo latente en Chile que sustenta el extractivismo en territorio mapuche e impide la libredeterminación de nuestro pueblo. Ahora, por otro lado, aquel racismo igualmente constituye un artefacto político que permite un falso encuentro entre la burguesía y los sectores populares chilenos. En esa edificación identitaria, que tiene como alteridad al indio y al negro, se construye un nosotros que profundiza la hegemonía capitalista. Ya lo decía Marx cuando señalaba que “el obrero inglés ordinario detesta al obrero irlandés (…) se siente, por su parte, miembro de una nación dominante, cosa que lo hace instrumento de sus aristócratas y capitalistas contra Irlanda y consolida con ello el poder de éstos sobre él mismo”. El racismo, que en el caso mapuche fortifica una relación colonial, y que tiene su expresión también sobre las vidas de los inmigrantes peruanos y afrocaribeños en nuestra contemporaneidad, constituye un armazón ideológico, una variedad de significaciones con efectos concretos que las izquierdas deben comenzar a problematizar, y que en particular para el caso mapuche deben adoptar bajo una mirada anti-colonial que observe en lo mapuche a un pueblo con derecho al territorio y a la autodeterminación. Solo así sera posible superar aquella solidaridad nominal y, muchas veces, caritativa.

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