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Sectarismo y vanguardismo – Debatiendo un problema en la izquierda

category brazil/guyana/suriname/fguiana | movimiento anarquista | opinión / análisis author Sunday April 09, 2017 14:50author by Federação Anarquista do Rio de Janeiro - FARJ/CAB Report this post to the editors

FARJ - Publicado en Libera Nº 163 (Julio - Octubre 2014)

Una práctica política ética que respete las diferencias políticas y procure siempre por el fortalecimiento de la clase trabajadora es lo que diferencia una propuesta liberadora de un proceso autoritario; una meta democrática de un método impositivo. Prácticas informales de articulación y grupos mal estructurados también perjudican el camino hacia el poder popular, porque pueden reproducir por otras vías el vanguardismo, creando “liderazgos ocultos” y desestimulando espacio de construcción colectiva.
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Sectarismo y vanguardismo – Debatiendo un problema en la izquierda

El sectarismo es la intolerancia con las posiciones, opiniones, ideologías o prácticas diferentes a las propias o a las de su movimiento, organización, grupo, etc. Viene acompañada de arrogancia, vanidad y oportunismo, sobreponiéndose a la lucha por la transformación social. Así, una práctica sectaria va a guiar una política de la diferencia, afirmándose a través de la negación y la denuncia continua hacia el otro, buscando el conflicto en vez del consenso colectivo y el debate fraterno.

Cuando se manifiesta entre los sectores de la izquierda, el sectarismo es aún más dañino, pues muchas veces la lucha conjunta contra los enemigos de clase se ve perjudicada por una visión de mundo inflexible, fanática y poco atractiva, que acaba más por espantar al pueblo que por atraerlo a la causa revolucionaria. El sectario se preocupa más por lo que otros grupos políticos están haciendo que por los enemigos de clase de los trabajadores.

Las diferencias políticas, ideológicas y estratégicas existen en la izquierda, pero ningún movimiento social o ideología avanzará sola en el proceso de transformación social. Hace parte de la lucha saber construir alianzas, composiciones y articulaciones, con ética y sin que sea necesario dejar de lado los principios y el programa estratégico, pero buscando el consenso colectivo a través de los puntos y demandas que hay en común que ayuden a fortalecer el pueblo y con ello alcanzar los objetivos revolucionarios. Una práctica política ética que respete las diferencias políticas y procure siempre por el fortalecimiento de la clase trabajadora es lo que diferencia una propuesta liberadora de un proceso autoritario; una meta democrática de un método impositivo. Prácticas informales de articulación y grupos mal estructurados también perjudican el camino hacia el poder popular, porque pueden reproducir por otras vías el vanguardismo, creando “liderazgos ocultos” y desestimulando espacio de construcción colectiva.

Es necesario prestar atención pues las relaciones de opresión también pueden estar encarnadas en nuestra militancia y esa práctica debe ser combatida. Debe evitarse todo tipo de adoctrinamiento que imponga en la cabeza del pueblo un sistema de ideas o sistemas de acción ya establecidos que no dialogan con su realidad. El proceso de construcción de poder popular no es ni el adoctrinamiento ni las formas autoritarias de hacer política que suponen que una “vanguardia iluminada” sabe, habla y enseña, mientras que el otro, el pueblo, ignora, escucha, aprende y obedece.

No serán los bellos discursos lo que convenzan al pueblo de su fuerza y su capacidad de lucha. Será su participación concreta y efectiva en la organización de trabajos de base, huelgas, manifestaciones en la calle, mingas, etc., en prácticas colectivas que generen acumulados y poder popular. Tampoco será con una bella retórica que vamos a dar a conocer las demandas populares, al contrario, será por medio de la participación política directa, con el pueblo organizado que actúa en su vida diaria; en el ejercicio práctico con apoyo de una teoría volcada a la realidad y nutrida por esta. Por lo tanto, se trata de avanzar con el pueblo sin “idealizaciones” o “ideologizaciones”, o simplemente quedándose en “programas máximos” que no establecen un diálogo con la cotidianidad de las personas. De lo que se trata es de trazar objetivos, construir un programa mínimo y planes de acción proporcionales a las exigencias de la realidad y de la práctica.

Porque cuando hay una voluntad de acelerar artificialmente el proceso de organización, incluso en nombre de las causas más “revolucionarias”, se crea un desajuste peligroso que lleva a formas estériles de radicalismo. Es querer más que el pueblo y dar pasos más grandes que él. Es proyectar un punto de vista ideológico sobre una realidad, de arriba para abajo, viendo solo lo que se quiere ver y forzando al pueblo a hacer aquello que piensa que debería hacer. Esto viene muchas veces acompañado de la exaltación de un “martirio militante” o de una “autoridad teórica revolucionaria”, promoviendo determinadas vanguardias políticas.

Otra práctica sectaria es hacer una acción que no esté no acorde a la realidad o que no es construida colectivamente y acusar de “reformistas”, o algo similar, a los que no participan en ella. Al final, la acción tiene como objetivo fortalecer las vanguardias políticas y no la lucha popular. Esa práctica autoritaria de forzar una “radicalización” o imponer una pauta externa que no fue construida colectivamente puede ser contraproducente y puede desembocar en un retroceso. Eso que parece “revolucionario” tiene un efecto reaccionario porque no tiene sensibilidad con el pueblo y no quiere caminar junto a él.

Así contribuye a la arrogancia de no analizar correctamente las posibilidades de la coyuntura y las condiciones concretas de la lucha. Querer “empujar” dogmáticamente al pueblo siempre hacia una correlación de fuerzas desigual es actuar de forma irresponsable que puede causar pérdidas para los sectores menos privilegiados. Forzar el caminar lleva a iniciativas sectarias y a la división de las masas. Una acción revolucionaria no se expresa por su “estética radical”, sino por los objetivos que busca y por el método con que fue construida y encaminada. Desear que, de un momento para otro, haya un compromiso inmediato del pueblo en un proceso político es poner el trabajo de base a perder. “Es mejor dar un paso con mil que mil pasos con uno”.

Todos los verdaderos procesos de poder popular comienzan con modestia, pues la lucha de los de abajo crece a partir de los pequeños problemas sentidos y en sus posibilidades de solución, donde toda acción debe ser asumida por el pueblo en tanto sujeto activo. Así, el lugar de las organizaciones políticas no es ni atrás ni adelante, sino que al ser formadas por el pueblo deben estar en el medio para estimular, proponer políticas y organicidad, e impulsar la lucha. Es necesaria gran sensibilidad para acompañar y respetar la dinámica viva de la acción popular en el momento en que presenta en el día a día, por ejemplo, en una manifestación o una movilización.

¡Voluntad para luchar por la transformación social, sí! Pero con una determinada concepción de trabajo y de práctica política cotidiana que son las diferencias que van a determinar el carácter del nuevo mundo que se busca construir. Existen otros métodos que ayudan a acelerar efectivamente y de manera consecuente ese caminar del pueblo, como el análisis de la coyuntura, la promoción de articulaciones, el avance en la organización interna y el contacto con otros grupos y experiencias, el estímulo a la (auto) formación política, y la construcción de un entorno social y político ético con la participación directa y el respeto hacia el pueblo. Métodos y prácticas dotados de principios populares como la acción directa, la autogestión, la ética, el apoyo mutuo y el clasismo; valores que deben estar presentes en el ahora para la construcción de poder popular y para la transformación social.

Texto original: https://anarquismorj.wordpress.com/2015/01/17/sectarism...erda/


Publicado por: Federação Anarquista do Rio de Janeiro / CAB
Traducido por: Alejandra F. Grupo Libertario Vía Libre

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