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Recuerdos en resistencia

category venezuela / colombia | la izquierda | non-anarchist press author Saturday December 02, 2017 20:57author by Alexander Escobar - REMAP Report this post to the editors

Resistir al sistema es enfrentarse al horror, “al más frío de todos los monstruos fríos”. La comprensión de ello llegó de forma paralela mientras cientos de cuerpos cercenados eran convertidos en cifras e informes de derechos humanos, y miles de rostros que habitaban trochas y ríos eran condenados al humo indiferente de ciudades convertidas en campos de concentración que infamemente pasaron a ser denominadas como “albergues”.
Foto Archivo: Toma estudiantil de la Universidad Nacional de Colombia con sede en la ciudad de Palmira, departamento del Valle del Cauca
Foto Archivo: Toma estudiantil de la Universidad Nacional de Colombia con sede en la ciudad de Palmira, departamento del Valle del Cauca

No siempre hay un clima ni la calma propicia para escribir. A no ser que se trate de literatura, pues su encanto radica en que ningún momento es propicio para hacerlo. Con esto trato de excusarme de los mensajes que en poco tiempo recibí y que no estuve en capacidad de responder. Nunca había sentido conjugadas tantas angustias y peguntas sobre los momentos difíciles que atraviesan los procesos de resistencia en Colombia, así como nunca volveré a tener tantos mensajes en un solo día.

Ahora cuento con algo de serenidad que me permite escribir. Sin embargo, no me está dado resolver o decir algo que despeje las preocupaciones que refieren a la ola de líderes sociales asesinados y el incumplimiento del Acuerdo de Paz por parte del Gobierno. Tan solo estoy en posibilidad de compartir algunas cortas experiencias que deberán sumarse a otras para construir, con cabeza fría y sensatez, un modo de afrontar esta embestida brutal del Estado colombiano.

Cuando trato de recordar mi vida en las luchas sociales, siempre imagino a Morpheus con la píldora roja y la azul dándome a escoger entre una vida de confort – graduado, con un buen trabajo y amado por la familia como hijo ejemplar– o la opción de tomar la píldora roja para despertar en la resistencia con toda la intranquilidad y la gastritis que ello conlleva.

Imposible en mi mundo sería tener un ejemplo más gráfico para abordar el escenario de complicaciones que implica tomar la píldora roja. Pero sin importar las dificultades, el despertar trae consigo la bella recompensa de tener conciencia de la libertad y la lucha colectiva que libera pueblos.

Casos particulares y diversas circunstancias nos llevan a salir del estado de confort para sumarnos a las luchas sociales. En mi caso concreto, abandonarlo fue un despertar donde enfrentar a las formas y sistemas de dominación no es una opción que tomamos, o algo que se escoja, hacerlo simplemente es un acto de resistencia que emerge como respuesta natural, a manera de un flujo vital, de quienes afirmamos la vida en medio de la barbarie. Y hacerlo, por lo regular, implica sacrificar lo más cercano, o aplazarlo indefinidamente, por un ideal colectivo que será materializado por otras generaciones de las que seremos parte esencial de su memoria, como ya lo son otras generaciones que habitan en nosotros.

Sin estado de confort también comprendí, ayudado por Nietzsche, que resistir al sistema es enfrentarse al horror, “al más frío de todos los monstruos fríos”. La comprensión de ello llegó de forma paralela mientras cientos de cuerpos cercenados eran convertidos en cifras e informes de derechos humanos, y miles de rostros que habitaban trochas y ríos eran condenados al humo indiferente de ciudades convertidas en campos de concentración que infamemente pasaron a ser denominadas como “albergues”. Fueron esos años unas de las épocas más difíciles, de aprender que el horror siempre será superado por un crimen más atroz, horrendo.

Y es a partir de esos años que no recuerdo un periodo de tiempo en que gozáramos de alguna ventaja en una lucha que siempre ha sido desigual. Recuerdo vivir momentos de calma y avances significativos, pero siempre con la mente fija en que el horror estaba preparando nuevos ataques. No importa qué tan alegre se estuviera, o que el cine, la literatura y el teatro amablemente llenaran los lugares que el alma oculta de la guerra, al final ni el amor lograba disipar el horror latente.

Es por eso que hoy percibo este duro escenario de recrudecimiento del paramilitarismo y los crímenes de Estado, no como el exterminio inevitable de la lucha social en Colombia –como proponían algunos mensajes–, lo percibo como momentos difíciles de una lucha desigual que otras generaciones ya han afrontado. Esto lo afirmo no sin sentir impotencia y la rabia más profunda, pero también lo digo mientras recuerdo al movimiento campesino, indígena y afrodescendiente que, luego de vivir las masacres y el despojo paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se levantó nuevamente a pesar de los miles de muertos dejados por el terrorismo de Estado.

Repaso estas experiencias y momentos que he vivido porque es a partir de ello que puedo superar la inmadurez de lo inmediato. Es un breve recorrido que ahora me permite comprender que resistir no implica necesariamente vivir para ver al pueblo liberado, resistir es, ante todo, aquello que se vive para no permitir que el sueño de liberación de otras generaciones muera con nosotros. De ahí que la resistencia se me presente como una bella terquedad que, a pesar de tener todo en contra, no claudica hasta que el sueño se cristaliza.

Todos mis afectos a quienes están a pesar de la adversidad.

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