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La militancia en la era de la obsolescencia programada

category internacional | movimiento anarquista | debate author Thursday January 04, 2018 06:55author by Omar López - distribuidora alternativa DDT Report this post to the editors

Publicado en Ekintza Zuzena #43.

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Desde E.Z. se propone debatir un tema al cuál llevo ya bastante tiempo dándole vueltas y sobre el cual hablo mucho con compañer@s pero sin dejar nada plasmado formalmente. Y tod@s sabemos que «Las palabras se las lleva el viento», así que qué mejor que esta oportunidad que me brinda esta revista para poder dejar plasmadas algunas reflexiones en un formato algo más duradero (el texto). Sí, ya sé que esto tampoco es ninguna panacea porque «el papel lo aguanta todo», pero al menos las personas interesadas podrán echar mano de hemeroteca para volver a ojear estas reflexiones (yo el primero) o para rebatirlas o para taparle la boca a quien escribe esto cuando en un futuro a lo mejor defienda posturas contrarias (supongo que después de darme un fuerte golpe en la cabeza, pero nunca se sabe, «no digas nunca de este agua no beberás»).

El caso es que quiero que este texto sea un poco mordaz y políticamente incorrecto, pues la urgencia de la situación nos obliga a ser un poco incisivos y rotundos. Seguramente voy a caer en este texto en generalizaciones y en afirmaciones un poco exageradas y por lo tanto, al menos en parte, injustas. Mil perdones de antemano, pero no dejéis que el árbol os oculte el bosque. Detrás de cada exageración existirá la denuncia de un problema en mi humilde opinión bastante real.

Al anarquista se le estropeó el coche

Se le estropeó y no llegó a la conferencia a la que se había comprometido. Esta anécdota es real. Diremos el pecado pero no el pecador. La cosa es que ese día yo estuve a punto de dedicarme a la calceta o de afiliarme al Opus Dei, cualquier cosa antes de que alguien me identificara como anarquista. Pero vayamos al grano: el caso es que en cierta ciudad se organizó un ciclo de conferencias de lo más interesantes. Se iba a hablar de las experiencias que en la cárcel han vivido en las últimas décadas l@s pres@s polític@s. Se iban a dar cita gentes de latitudes muy diversas, poco menos que la insurgencia mundial se reunía allí. Palestinos, colombianos, irlandeses, vascos, expresos del GRAPO y también anarquistas, con gran detalle y acierto por parte de quienes organizaban. O al menos eso me parecía a mí (me refiero a lo de «acierto»). Señalar que quienes organizaban aquello no eran anarquistas. En las jornadas había asimismo una mesa redonda de mujeres expresas políticas, para tratar el caso específico de mujer y cárcel.

Las conferencias fueron un éxito. Día tras día se llenaba el ateneo donde se realizaba el acto y donde cada ponente explicaba su caso o los casos de otros militantes de su misma organización o de su mismo país. Los ponentes llegaban como digo de latitudes lejanas, algunos sorteando dificultades fronterizas, administrativas, etc (ya sabemos que puedes tener problemas en un aeropuerto si resulta que se te tiene fichado como activista y no digamos si encima tienes antecedentes penales por empuñar las armas). El caso es que todo el mundo iba llegando y participando, pero vísperas de la intervención del compa anarquista los organizadores empezaron a preocuparse porque al llamarle para recordarle el tema, éste empezó a poner excusas raras: una avería en el coche. «¿Y?, pues llévalo al taller, aún quedan unos días», «alquila uno», «ven en tren», «en autobús», «en avión» «que te traiga alguien», «manda a otro compañero»… Había muchas alternativas pero el supuesto «movimiento» anarquista no tenía capacidad para recorrer unos cuantos cientos de kilómetros para participar en una conferencia. Otros atravesaban fronteras y recorrían miles de kilómetros, a los anarquistas un problema mecánico les dejaba fuera de combate. Desconozco las vicisitudes personales del compa anarquista, si le pasó algo, si no tenía dinero para arreglar el coche, si no podía dar explicaciones por teléfono de algún problema, si a lo mejor no le apetecía… el caso es que a mí aquello me sonó a excusa barata (y a los organizadores también). Cuando un colectivo se organiza mínimamente en serio no suele tener problema para mandar un emisario. Sucesos como éste sólo pueden ocurrir cuando detrás, más que un movimiento, encontramos un colectivo minúsculo, poco organizado y económicamente un desastre.

El problema seguramente estribó en que detrás del compañero anarquista no había ningún movimiento, con lo cual ante algún tipo de contratiempo personal esta persona ya no pudo acudir y la cosa se quedó colgada.

Por lo tanto la conclusión a lo anteriormente descrito es que mientras otras corrientes sí que tienen un movimiento organizado detrás, en el caso del anarquismo/autonomía/asamblearismo encontramos rara vez algo que pueda merecer el nombre de «movimiento».

A día de hoy, la CNT es, con todos sus defectos, guste o no guste, de lo poco organizado que aún le queda al anarquismo.

Alaitz eta Maider no pueden llamarse Orfeón Donostiarra

O si lo preferís, El Dúo Dinámico no puede llamarse Gran Coro del Ejército Rojo. Es decir, que si yo y una amiga creamos un colectivo, pues eso seremos, un colectivo (concretamente de dos personas) no «un Movimiento». ¡Humildad, por favor, un poco de humildad! A las cosas hay que denominarlas por su nombre y asumir que somos lo que somos y que no representamos mucho más. Yo conocí una época bastante cercana en la que había gran cantidad de grupos de todo pelaje. Algunos se coordinaban y daban lugar a movimientos, pues estaban presentes en muchos lugares y actuaban coordinadamente. Incluso en institutos, universidades, pueblos y barrios estos colectivos y movimientos pugnaban entre sí para ser los hegemónicos. Y entre ellos estaban, por supuesto, la gente más o menos antiautoritaria que también pugnaba por tener su espacio e incluso disputárselo a l@s comunistas, a l@s trostkos, a la izquierda abertzale, etc. Quienes vivimos en Euskal Herria bien sabemos que históricamente ha sido la Izquierda Abertzale la que ha llevado la voz cantante.

Pero otras familias políticas también trataban de tú a tú a la Izquierda Abertzale y le disputaban esa hegemonía. El anarquismo/autonomía entre ellas. Desde hace algún tiempo la gente anarquista que conozco ni sueña con poder ser fuerza hegemónica entre la izquierda radical, real o como queramos denominarla. Por lo menos en tierras vascas. Como mucho algún panfletillo anónimo y cobarde para criticarles en su deriva claudicante, pero en ningún caso un ataque cara a cara, como hacen por ejemplo los escindidos de la izquierda abertzale, por los cuales no tengo mayores simpatías pero al menos van de frente y firman con nombres y apellidos.

Con el declive de la izquierda abertzale que comenzaría a principios de los años noventa, recuerdo muchos textos anarco-autónomos que poco menos se regodeaban de su situación y vaticinaban que ahora la gente se iba a dar cuenta de que la alternativa era el anarquismo. Lo cierto es que ese proceso de desgaste se llevó a cabo más rápido si cabe en las filas ácratas. No nos dábamos cuenta que nuestra sociedad se estaba europeizando, acomodando, que a nivel internacional el ambiente se había derechizado y la izquierda global estaba en plena crisis por diversos motivos. Esa tendencia nos iba a hacer tanto daño o más a nosotr@s, quizá más que a otras fuerzas tipo el PCE o la Izquierda Abertzale. Incluso cuando nuestra situación era ya muy precaria todavía nos permitíamos el lujo de dar lecciones a los demás, como en la época del Pacto de Lizarra (proclamado paralelamente a la tregua de ETA de 1998-1999) en donde fueron demasiados los escritos libertarios que se atrevieron a llamar a l@s demás poco menos que traidores/as por pactar con fuerzas de la derecha vasca y por intentar liquidar la lucha armada. Comparto ese lema que dice que «la única lucha que se pierde es la que se abandona», pero no vi entonces, y mucho menos veo ahora, a l@s anarquistas/autónomos en una situación de poder ser ell@s los que mantengan en alto la antorcha de la insurrección armada. Esta actitud de «bocarranas«, de «pepitos grillos», de meternos en asuntos en los que ni estamos ni se nos espera, nos pierde. Y más si encima es una crítica a toro pasado. Para colmo en la mayoría de ocasiones estas críticas suelen ser anónimas, se lanza la piedra y se esconde la mano. No existe la confrontación ya que nadie puede ir a pedir cuentas a quienes permanecen escondidos después de lanzar tan graves acusaciones. Hoy en día son Podemos y similares los que se han puesto de moda en el objetivo de los dardos inclementes de los libelos anarquistas. Nuevamente l@s anarquistas no hicimos lo deberes y fueron otr@s quienes capitalizaron el descontento de la calle. Ahora como novi@s despechad@s y celos@s insultamos a quién nos robó a nuestro amor. Nada de autocrítica. Sól@s y espantando a cualquier posible aliado, así andamos.

Hoy en día creo que actuamos sin un término medio: o somos un@s petulantes soberbi@s que tratamos a l@s demás con total desprecio como si nuestra causa fuese la única correcta y nuestra influencia social fuera enorme (a pesar de que a día de hoy no trascendamos a cuatro gatos); o por el contrario actuamos con un tremendo complejo de inferioridad, abandonando luchas antes de empezarlas por verlas como poco menos que imposibles o pensando que por ser uno pequeño no se puede ir a donde uno grande a decirle cuatro cosas si fuese menester. Hacernos respetar, respetar a otr@s y ser conscientes de lo que realmente somos es una asignatura todavía pendiente.

Antes de nada, pregúntate quién eres y qué quieres

Sun Tzu ya lo decía bien claro en su celebrado «El arte de la guerra»: «conoce a tu enemigo, conócete a ti mismo y en mil batallas no conocerás la derrota». Resumiendo al chino, que sólo iniciarás la guerra cuando sepas que vas a ganarla o a menos tengas muchas posibilidades. Mientras tanto la prepararás pero sin entrar en combate. Para mártires mejor l@s cristian@s, nosotr@s preferimos ser perdedores/as pero al menos estar viv@s. Un vivo siempre puede hacer más adelante cosas. Durante mucho tiempo me han causado estupor la proliferación de alegatos insurreccionales que claman por la guerra social en nuestros entornos antiautoritarios.

Bien es cierto que últimamente no son tan habituales como hace unos pocos años, pero en todo caso siguen siendo para mí demasiados. Afortunadamente una cosa es la palabrería y otra los hechos.

En sacar panfletos incendiarios no nos gana nadie, pero en conseguir llevar a término luchas…puff!, esa es harina de otro costal. Nuestro nivel teórico está en 100 pero nuestro hacer práctico en 1. A lo mejor debemos rebajar un poco las soflamas y acercarlas un poco más hacia lo que hacemos realmente. O sea, dejarnos de cargas históricas que al menos de momento no vamos a poder igualar (Revolución Social de 1936, Mayo del 68, Gasteiz 1976, etc) y ver a qué metas cercanas podemos aspirar. No es de recibo que despreciemos cualquier reivindicación obrera, vecinal, feminista, etc. con la coartada de que siempre nos parezca insuficiente o reformista. Con esa excusa barata nunca nos implicamos en nada que no tenga que ver con los cuatro temas habituales de la liturgia del gueto político y que sólo nosotr@s manejamos. Yo me lo guiso, yo me lo como, así no hay conflicto ni confrontación. ¿Tiene acaso la gente que comulgar con todo nuestro catecismo ideológico para poder contar con l@s libertari@s? Esta actitud sectaria nos mantiene aislad@s de la sociedad y de sus problemas e inquietudes.

Una vez alguien me dijo que la invasión de Irak por parte Estados Unidos y cía. en 2003 no era una «guerra» si no una «ocupación», teniendo en cuenta la desproporción de medios entre las partes contendientes. La insistencia de los panfletos anarquistas y autónomos de hablarnos de una supuesta «Guerra Social» me alucinan. Si lo de Irak no era una «guerra», (y el término «ocupación» en este caso no es a lo mejor el más adecuado) ¿cómo le llamamos a esto que padecemos hoy en día? ¿«Machaque»? ¿«laminación continua»? Desde luego aquí no veo ninguna guerra social, tan solo veo a una parte con todos los medios a su disposición que reparte a diestro y siniestro y a otra parte enfrente llevándose todas las ostias y con las manos desnudas como única defensa. Hacer llamamientos al asalto general cuando aún no hemos ni empezado a movilizar tropa, ni a hacer acopio de pertrechos, ni a organizar estrategia alguna… no deja de ser una muy épica declaración de intenciones, eso sí totalmente irrealizable a día de hoy. ¡Pobres de aquellos generosos ilusos que sigan la consigna y se lancen al ataque!

Acordaros de Sun Tzu: ¿cuál es la situación? ¿Cuánt@s somos? ¿Cuánt@s son ell@s?...

Como he advertido al principio de este texto voy a generalizar. Pero puedo asegurar que los ejemplos que voy a enumerar a continuación son reales y pueden dar una cierta idea de cual es nuestra situación: he conocido casos de radios libres en donde sólo sonaba música porque nadie tenía ganas de hacer programas, gaztetxes que tras ser ocupados se abandonaban a los pocos meses porque nadie sabía qué hacer en él, bibliotecas y videotecas creadas con gran trabajo que sucumbían bajo el polvo en vistas de que al parecer a nadie interesaban sus contenidos y cualquiera puede recordar alguna charla o algún ciclo de cine documental en donde no han aparecido ni los organizadores. El activismo inútil nos quita muchas fuerzas y en muchas ocasiones hacemos cosas por hacer, porque organizar algo justifica nuestra existencia como colectivo, aunque la actividad en sí nos la traiga al pairo.

Si no hay interés, si no hay pasión, si los propios organizadores muestran desidia, ¿cómo van a convencer al resto de los mortales de que participen en sus actividades? No hagamos esfuerzos estúpidos, seamos eficaces, no perdamos de vista nuestros objetivos y vayamos directos a por ellos sin malgastar energías.

De ahí que lo primero que tiene que saber un colectivo es qué es, a qué se dedica, qué inquietudes mueven a sus miembros, cuál es su función, cuál es su aspiración máxima y cuáles los objetivos o metas más inmediatos. No perder nunca de vista el objetivo máximo al que se aspira pero mirando siempre metas mucho más cercanas y asequibles. Conseguir pequeñas victorias da ánimo y optimismo para seguir avanzando. Uno de los males que arrastramos en los últimos tiempos es la falta de victorias. En la memoria se pierden ya las huelgas generales que paralizaban el país, l@s insumis@s tumbando el Servicio Militar Obligatorio, l@s Solidari@s con Itoitz iluminando la noche con sus rotaflex y cortando los cables de las obras del famoso pantano…. La Patronal nos sigue meando encima, el Ejército perdura y el pantano se construyó finalmente, pero eso no quita para que esas victorias merezcan ser recordadas y celebradas. Y es lo que hay que hacer cada vez que logremos un pequeño avance, porque estoy harto de gentes incapaces de hacer nada porque todo les parece perdido, como si l@s explotadores/as no estuviesen ahí mismo, como si fueran inalcanzables seres de otro planeta, como si no fueran de carne y hueso como nosotr@s.

Colectivos nuevos versus viejos colectivos

Creo que en la actualidad existen demasiados colectivos que no saben muy bien qué hacen, qué quieren o a qué se dedican y que en muchos casos funcionan por simple inercia, «porque así se ha hecho siempre», sin plantearse si eso que se hace es eficaz, si las condiciones siguen siendo las mismas o si han cambiado, si con ello nos estamos acercando a la consecución de nuestro objetivo. Suelen ser grupos con bastante historia y en general con gente que lleva muchos años militando. Estos grupos son poco dados a aceptar nuevas ideas, están cómodos en su ya más o menos previsible planning y es difícil que aporten novedad alguna. Su actitud es la de despreciar las energías de la gente joven tachándola de «ingenua», «inexperta»…

En el otro extremo se encuentran colectivos más nuevos y con gente más joven. Suelen pasar olímpicamente de los anteriores. Como le suele pasar a la gente joven de todas las épocas (y más a la de hoy en día) se piensan que lo saben todo. Su principal defecto reside en que ni se molestan en escuchar a las generaciones más veteranas. En mis tiempos jóvenes, no hace tanto, l@s militantes jóvenes mostrábamos interés en escuchar y aprender de l@s más veteran@s. Sus advertencias nos podían ahorrar más de un tropiezo innecesario. Para los colectivos jóvenes ya no hace falta escuchar a l@s mayores, total ya tenemos Wikipedia.

Flipados de las nuevas tecnologías suelen rechazar todo lo que se ha hecho hasta ahora. Por el contrario, se muestran absolutamente deslumbrados por todo «lo que se lleva» en lejanas latitudes. Sus viajecitos al extranjero les ha hecho ver la luz y quieren importar a aquí todos los inventos allá utilizados. Y no seré yo quien niegue que algunos nos han servido, pero reconozcamos que en general la mayoría han sido perfectamente inútiles. Unos porque lo son per sé (aquí y en Pekin) y otros porque sencillamente son útiles para aquella realidad social, pero no para la nuestra.

Cuesta organizarse en un barrio y relacionarse con sus gentes para ver qué problemas sociales deben ser abordados, sin embargo con una facilidad increíble somos capaces de mandar gente a buscar las esencias a cualquier sitio de moda, Chiapas, Grecia, Kurdistán…. Sí lo sé, la mayoría ya ni os acordabais de Chiapas…

Hace falta saber inglés para manejarse hoy en la lucha militante: reclaim the streets, hackmeetings, lip dubs, black bloks…. Algunas pocas cosas han sido aprovechables, la mayoría pasaron como una moda efímera, una vez agotada su fiebre de hiper-activismo esteril.

Soy crítico con las formas tradicionales de organizarse, pero en vistas de que las nuevas formas están resultando un auténtico fiasco, prefiero volverme a lo de siempre, que aunque insuficiente al menos tenía cierta eficacia. Además estas últimas al menos tenían vocación de permanencia, de crear estructuras duraderas. Las nuevas formas de militancia son hijas de su tiempo, el tiempo de la obsolescencia programada, el tiempo del usar y tirar, de lo rápido y compulsivo. Las nuevas militancias son efímeras y caprichosas, claro signo de que están totalmente atravesadas por el virus del capitalismo.

Con este panorama creo que dejo claro cuál es mi parecer con respecto a los llamamientos a echarse al monte.

La gente mayor se paga sus cosas

¿Cuántos colectivos libertarios o cercanos conocéis hoy en día en donde la gente paga una cuota? Salvo los sindicatos yo por aquí apenas conozco a ninguno. La barra de bar del gaztetxe / okupa, las txosnas (caseta festiva) y los conciertos suelen ser la principal fuente de financiación y no todos los colectivos tienen a mano estos medios. De ahí que una de las características principales, de los colectivos en general y de los colectivos anarquistas en particular, sea la precariedad económica. Si algun@s compañer@s anarquistas supiesen las cuotas y escotes que han venido poniendo l@s militantes de la izquierda aber­tzale durante la década que ha durado su ilegalización lo fliparía. Ante situaciones excepcionales y graves, esfuerzos mayores e igualmente excepcionales. Poco que ver con la indigencia económica en la que viven la mayoría de los colectivos anarquistas. Pero claro, la gente humilde saca su dinero generalmente de su salario. En los últimos tiempos nuestra tendencia ha sido la de estar cada día más separados del mundo laboral, el discurso contra el trabajo arraigó bien en nuestros entornos. De ahí que el grueso de la militancia antiautoritaria sea parada, estudiante, cobre las ayudas sociales, trabaje en cosas muy esporádicas o directamente pertenezca a la categoría de l@s lumpen excluid@s. Nuevamente excluyo de esto a la C.N.T., sindicato obrero por excelencia y que se mantiene gracias a la cuota mensual que pagan sus afiliad@s.

No es de extrañar pues el pánico que da a much@s la existencia de una cuota que pagar. Y si los miembros de un colectivo son pobres de solemnidad, lo normal es que el colectivo también lo sea salvo que mucha gente pague religiosamente su pequeña cuota mensual, motor de tantas luchas. A día de hoy los colectivos antiautoritarios saben preparar mejor un concierto que una huelga general, y tienen escasa relación con el mundo asalariado y productivo, con lo cual pueden levantar ciertos recelos entre la clase trabajadora cuando interpelan a la misma (cosa que ya de por si se da rara vez). Este hecho hace que se pierda una gran baza, puesto que históricamente el anarquismo ha arrancado multitud de conquistas paralizando el aparato productivo.

Sin capacidad de condicionar la economía va a ser difícil presionar al Poder, por muy masivas que logremos que sean nuestras movilizaciones.

El tema económico no es baladí. Lo mismo que algun@s comparñer@s al encontrar un trabajo dan a sus compañer@s de militancia todo tipo de explicaciones, como tratando de justificarse, como poniendo excusas por haber cometido algún tipo de pecado (¿?¡¡), también noto que el hablar de dinero es una cosa que está muy fea en ámbito anarquista. El no pararse demasiado a hablar del «vil metal» para no aparecer ante l@s dem@s como un/a «peseter@» hace que se pase de puntillas por el tema económico. Y sin una planificación a fondo de la economía de los diversos proyectos, estos suelen acabar en banca rota. Especialmente si se trata de proyectos con gastos fijos (ateneos, librerías, distribuidoras, editoriales, oficinas de información, imprentas, tabernas, periódicos, radios…). Está claro que han existido infinidad de colectivos que sin apenas dinero han hecho millones de cosas. Por el contrario, también los ha habido que con mucho presupuesto apenas han sido capaces de hacer alguna cosilla.

Más que el dinero, la materia gris, el entusiasmo y la justicia de nuestra causa deben de ser nuestra gasolina. Pero una economía razonable y organizada nos dotará de mayor eficacia. Dice el dicho popular que «el dinero no da la felicidad,… pero ayuda». Yo me conformo con afirmar que para un colectivo tener solvencia económica es al menos tener un problema menos. ¿Cuantos locales alternativos han cerrado al poco de inaugurarse por no ser viables?, ¿Cuántas radios han dejado de emitir e imprentas de editar porque se rompió una pieza un poco cara del equipo? ¿Cuantas ediciones de libros, de publicaciones, de camisetas, de música, etc. con las que nos íbamos a financiar nunca retornaron los beneficios? Demasiados esfuerzos malgastados.

La guetización del anarquismo ha provocado el comportamiento tóxico de despreciar a aquellos colectivos que muestran mejor situación económica, que tienen cierta solvencia. En vez de tratar de aprender de su funcionamiento, de sus capacidades para hacer las cosas más o menos bien, se les desprestigia y se les acusa de los mayores pecados y de hacer las mayores concesiones al Sistema. Los compañer@s de lucha se convierten en algo así como en otra clase social distinta de la nuestra.

Una vez oí a un compañero denominar este comportamiento político infantiloide como «malditismo»: sólo nos gusta cuando la cosa va mal. Si nuestra mani es un éxito y viene una multitud, entonces empezamos a quejarnos por la presencia de ciertos asistentes que no nos son gratos; si la txosna va bien empezamos a criticar que se vendan refrescos de marcas multinacionales; si el concierto musical funcionó fue por traer bandas «comerciales» en vez de grupos más «alternativos»; si la radio tiene oyentes es «porque hablan de los mismos temas que la prensa burguesa» ….y así hasta el infinito.

Soy firme partidario de hacer las cosas por nuestros medios, lo más autogestionariamente posible. Pero vuelvo a repetir: ¿cuál es el objetivo que nos marcamos? Si lo que necesito son 500 euros para sacar un cartel puedo montar un concierto de bandas amigas en un local no muy céntrico, con aforo para 150 personas. A lo mejor con que sólo vengan 70 u 80 lo habré conseguido.

Pero, ¿y si tengo que conseguir urgentemente 30.000 euros para sacar a alguien de la cárcel? Entonces a lo mejor no es suficiente vender refrescos de cola «marca alternativa» a precios «super-populares» en una recóndita okupa con aforo para no más de 300 personas. Ni aunque los músicos vengan sin cobrar y llenemos el local.

En un caso así hay que valorar cuál es la prioridad: ser totalmente fieles a nuestros principios autogestionarios o sacar a esa persona lo antes posible de su cautiverio. Nuevamente la cuestión del objetivo, ¿cuál era? ¡Ayyy Sun Tzu!, ¡lástima que no estés ya aquí para iluminarnos!

Que seamos gente abierta no significa que aceptemos a cualquiera

A lo largo de mi extensa vida militante he asistido a situaciones surrealistas en donde personas en un obvio estado de embriaguez, expertos saboteadores de asambleas, personas con graves problemas psíquicos o de comportamiento han «participado» en asambleas de grupos. No saber gestionar estas situaciones hace que en las asambleas se acabe discutiendo acerca de cualquier peregrina ocurrencia en vez de acerca de los temas por los que inicialmente se había convocado la reunión. Sin prisas y a las tantas terminan estas asambleas en las que no se suele llegar a ningún acuerdo fructífero. Visto el percal las personas con agenda más apretada (generalmente los que tienen que trabajar y levantarse temprano, o que tienen responsabilidades familiares) enseguida dejan de acudir a las reuniones. Finalmente el colectivo se convierte en un poco operativo grupo de jóvenes parados y estudiantes. De ahí que veamos tan pocas canas en los colectivos anarquistas de hoy en día. Alguien dijo una vez que al Poder el anarquismo «o le da miedo o le da risa».

Como no cortemos estas situaciones con mano de hierro y empecemos a poner orden en casa vamos a ser un permanente hazmereir.

A catalanes, italianos y argentinos los manda el Estado para destruirnos

Un caso específico de lo anterior es la continua aparición por goteo de nuevos militantes venidos de otras latitudes. Y que me perdonen, por supuesto, l@s valios@s compañer@s venidos de fuera que tanto han aportado a nuestras luchas. Pero estoy seguro que a much@s lectores/as de este texto enseguida les habrá venido a la cabeza el recuerdo de algún personaje que hizo una aparición triunfal en el colectivo y que desapareció al poco después de ponerlo todo patas arriba. En el bromista título de este párrafo, he nombrado algunas latitudes recurrentes, pero bien podía haber dicho uruguayos, mexicanos, alemanes, andaluces o madrileños. El caso es que hay que frenar rápidamente a aquellos individuos que nada más aparecer y sin casi tener tiempo de observar nada empiezan a criticarlo todo ferozmente y a decirnos lo que tenemos que hacer, como si ell@s tuviesen la fórmula mágica para solucionar nuestros problemas. Personalmente estoy harto de soportar a individuos soberbios que tras decirnos que no tenemos ni puñetera idea nos explican que en Londres, Barcelona o Grecia «las cosas se hacen de tal manera», como si fuese posible extrapolar una situación a todas las demás. No tengo inconveniente alguno de conocer y analizar otras realidades, seguro que algo aprenderemos de ellas. Pero creo que este tipo de «listill@s» son perniciosos y hay que bajarles los humos a la primera de cambio. En su mayoría (no todos, algun@s incluso aprenden con el tiempo) tienen la fea costumbre de desatar una feroz crítica y un nervioso activismo que suelen dejar siempre a medias (desaparecen en mitad de unas jornadas por ell@s organizadas, dejando en suspenso unos cursillos o unos talleres que ell@s se habían comprometido a gestionar, dejando todo empantanado). Es fácil reconocerl@s, hablan mucho y alto, dicen cosas como que «debemos cartografiar los mapas de nuestra realidad» (claro indicio de una sobredosis de lecturas de Toni Negri), que todo tiene que ser mediante el ilegalismo, es decir, montar manifas, txosnas, conciertos, etc, sin el menor permiso de nadie (claro indicio de sobredosis de insurreccionalismo italiano que nos llevará a perder la txosna, a que se suspenda el concierto, a sufrir suculentas multas o a cobrar una inesperada mano de ostias en una carga policial), suelen ser muy políticamente correct@s en el lenguaje, nos recordarán constantemente lo poco trabajado que tenemos aquí «el tema del género» y si son varones hablarán siempre en femenino, esto último sólo si hay alguna mujer delante. ¡Y además son agradables y simpátic@s!

Siendo como somos en demasiadas ocasiones una pandilla de cafres llen@s de sectarismo desconozco el por qué mostramos tanta tolerancia con estos personajes.

La revolución está muy bien, pero antes mejor hacemos un colectivo o al menos alguna reunión

«No puedo ir a la reunión porque tengo un cumpleaños», «porque me voy a ver el concierto de…x», «porque me voy con un@s colegas a Pirinieos»,… Lo dicho, estamos europeizad@s y el ocio y el consumo son tótems sagrados en nuestra sociedad. De ahí que rara vez se sacrifiquen por algo tan ingrato como la militancia revolucionaria. Y más cuando vemos que esa militancia no va a dar ningún fruto a corto-medio plazo, normal habiéndonos puesto el listón teórico tan alto. Vamos que la revolución no se va a resentir mucho porque yo me vaya de excursión. La revolución puede esperar. La diferencia entre el militante real y el de postal reside básicamente en su agenda social. La vida social del militante será más escuálida cuanto mayor sea su compromiso. Porque siempre preferirá pegar unos carteles o arreglar unas paredes de la okupa antes que ir a una fiesta o a tomarse unas cañas. Un compañero ya entrado en años se sorprendía cuando durante el desalojo de un gaztetxe los jóvenes que lo gestionaban decían que no habían podido poner muchas fuerzas en defenderlo porque les había pillado en época de exámenes en la universidad. Es decir, les era vitalmente más importante aprobar la carrera que mantener el gaztetxe. Claro indicio de que en el futuro ell@s se veían más de funcionarios (o algo parecido) que de okupas. El viejo compañero se lamentaba por cómo había cambiado la cosa. «En nuestra época-decía-habríamos mandado al carajo los exámenes y todo lo demás por defender el gaztetxe, el gaztetxe era nuestra obra, nos iba la vida en él». Esta falta de vitalidad, de pasión es un signo de nuestros tiempos. De ahí que siendo como somos, no podemos luego andar predicando por ahí no se qué insurrecciones justicieras como si fueramos «V» de Vendetta. De nuevo lo repito: ¡un poco de humildad, por favor!

Militar es una mierda poco placentera, si quieres pasártelo bien cómprate la guía del ocio

La frasecita de marras de «si no se puede bailar, no es mi revolución» ha sido interpretada en demasiadas ocasiones y por demasiada gente como una excusa para pasarse el día bailando a la espera de una mágica aparición de la Revolución. «Bailo mucho, luego ya soy revolucionari@». Hay que dejar claro que aunque militar no significa estar todo el día sufriendo, tampoco es algo muy divertido que se diga. Implica muchas tareas poco agradecidas y si en nuestro colectivo nos lo pasamos genial habrá que plantearse si realmente lo estamos haciendo bien o si nos hemos convertido en una asociación de tiempo libre.

Si nos dejamos llevar por toda la sarta de moderneces (o mejor dicho, de posmoderneces) que nos hablan de llevar una vida irresponsable, sin ataduras, sin comprometerse, gozosa de vivir el momento, ociosa y en donde la militancia seria, comprometida y en general ingrata, es cosa de gilipollas cristianoides a quienes les gusta sufrir e ir de mártires, entonces la llevamos clara. Es evidente que esta actitud no lleva a cambio social alguno. A lo sumo sirve para que cierto número de individuos consigan llevar, al menos durante algún tiempo, una vida más o menos cómoda, hedonista y en muchos casos parasitaria. Muchos de sus seguidores suelen abandonar este tipo de vida con el paso del tiempo porque, salvo que te lo montes muy bien, se trata de un estilo de vida bastante precario (aunque quién no lo es hoy en día) y empiezan a aspirar a algo más estable, cosas de la edad.

Puede que me equivoque pero para mí estos planteamientos tienen más que ver con actitudes personales, con opciones filosóficas (y por lo tanto encerradas en la esfera de lo personal), que con planteamientos políticos y colectivos. Sin embargo, l@s defensores/as de esta forma de vida tratan de darle barniz político a su actitud utilizando el manoseado tótem de que el cambio empieza en un@ mism@ y tal. Vamos, que «si todo el mundo hiciese como yo este mundo sería un generoso vergel poblado por seres guiados por su propio egoísmo viviendo en total armonía». Impresionante «buenismo» que recuerda a aquel del fin y los medios («como yo quiero construir un mundo justo y en paz, todo lo que hago es justo y pacífico» y nunca voy a tener que cortarle el rollo de malas maneras a ningún opresor, añado yo).

El caso es que estos planteamientos absolutamente individualistas no molestarían lo más mínimo si no fuese porque quienes los practican tienen la manía de dejarse caer por los colectivos, centros sociales y lugares en donde nos encontramos las personas militantes. Quizá por necesidad de reconocerse en algo, quizá porque tienen demasiado tiempo libre y se aburren, quizá porque somos buena gente y le hacemos caso a cualquiera…, sea por lo que sea, el caso es que este tipo de gente siempre acaba pululando por nuestros colectivos. No aportan nada, no asumen tarea ni responsabilidad alguna, a lo sumo se suman a los actos sociales más agradables (fiestas, conciertos…), en ocasiones tienen el descaro de participar en asambleas simplemente para dejar patente su desprecio por cualquier compromiso militante, o para desviar el debate hacia alguna de sus ocurrencias. Creo que debemos cuidarnos de este tipo de personas, al menos en los debates y asambleas. Nunca aportan nada y sin embargo manejan mucha información, pues son especialistas en meter el morro en todo.

«Si no aportas, no pintas nada aquí», esa creo que debe ser nuestra consigna. Andar jugando con fuego, con nada menos que con la destrucción del Estado y el Capital, puede tener unas consecuencias muy graves para l@s implicad@s. Y más en estos tiempos que corren. Si hay gente que no se quiere dar cuenta de la situación y se lo toma como un juego, mejor que se larguen a otro sitio. . Los colectivos deben ser y mostrarse como proyectos serios de gente seria. Quien quiera entretenimiento o matar el rato que se vaya al cine.

Compañer@s de militancia, no colegas: deja de contarme tu vida

Estoy hasta la gorra del rollito de la «afinidad» una palabra totalmente pervertida en nuestros círculos ya que lo que debiera significar «cercanía política» en realidad se traduce como «coleguéo». No tengo nada en contra de hacer buen@s amig@s en nuestros círculos militantes, ni tampoco en hacer buen@s amantes, follar es muy saludable. Sólo digo que cuando organizamos actividades hay que hacerlo desde la óptica del colectivo, fijándonos en qué va a ser lo más beneficioso para nuestra causa. Si mandamos un/a emisari@ a otra ciudad para tratar un tema o dar una conferencia, hay que fijarse en quién va a estar más capacitado para exponer la cuestión y no en quién tiene más colegas allí y por tanto se lo va a pasar mejor.

Siempre es agradable dormir en casa de alguien que conoces y con quien tienes confianza, pero si esto no puede ser, pues mala suerte. Lo importante es la cuestión que el colectivo se trae entre manos. Lo que no puede ser es que esa cuestión se convierta en una mera excusa utilitaria para que algun@s amplíen su vida social o practiquen el turismo revolucionario («yo le organizo actos a mi colega y mi colega a mí»). Si esa relación se rompe por una discusión entre ambos individuos automáticamente la comunicación entre ambos colectivos queda rota, ¿nos parece esto normal? ¿Nos parece normal que una y otra vez nos visiten l@s mism@s conferenciantes / emisari@s sólo porque son colegas de alguien de nuestro grupo y que por el contrario no le organicemos actos a otra gente, sólo por el hecho de que nunca nos fuimos de juerga con ell@s?

Yo he estado en colectivos en donde han roto parejas y en donde era un poema ver sus miradas fulminantes en las asambleas inmediatamente posteriores. Pero el colectivo seguía adelante. Con el tiempo la tensión se rebajaba o desgraciadamente uno de los miembros de la expareja abandonaba el colectivo para no tener que ver a la otra persona. ¡Qué le vamos a hacer!. Alguien me dirá que habría que haber discutido la situación. Por supuesto, pero después de la asamblea y tomando una café. Y que vaya quien quiera, yo no valgo de «Elena Francis» (l@s más mayores entenderéis este chiste). La asamblea no es un sitio en donde hablar de problemas personales y mucho menos de líos de cama. Tan sólo si se trata de una comuna, una comunidad agraria, una vivienda ocupada o algo así, tiene sentido abordar estos temas, pues al final estamos hablando de la convivencia diaria en el mismo espacio.

Pero en un colectivo pongamos contra las corridas de toros o contra la incineración de basuras…. ¡qué demonios hay que discutir los problemas personales! ¿Quién no los tiene? Yo los tengo a cientos y necesitaríamos muchas horas y muchas reuniones para que me diese tiempo a exponerlos todos, ¿tengo derecho a robarle ese tiempo a un colectivo en el que milito? Lo siento pero para mí una cosa son l@s compañer@s de lucha y otra cosa son l@s amig@s. Tengo amig@s (y familiares) que jamás compartirán mis postulados ideológicos y que me quieren mucho. A ell@s suelo contar mis problemas personales. A mis compañer@s de lucha les cuento los problemas políticos que observo y debato cómo mejorar las perspectivas de nuestra causa, incluso aunque entre ell@s exista alguna persona con la que no tenga buena relación. Los que hemos militado en organizaciones grandes y no sólo en el minúsculo gueto al que estamos relegad@s sabemos que es muy difícil que todo el mundo te caiga bien. Incluso hay compañeros que no quieren intimar y no se quedan a tomar la cerveza de rigor tras la asamblea. Ni falta que hace. Si en vez de ser un escuálido «meneillo» fuésemos un movimiento amplio y serio, nos daría igual si hay gente que se queda o no a intimar tras una asamblea.

Perdonar es muy hermoso, asumir responsabilidades lo es aún más

Recuerdo una frase que me hizo gracia y que aparecía en el dossier sobre el «Movimiento skinhead en Euskal Herria» a propósito de la progresiva infiltración de elementos neonazis en el mismo: «Dios perdona pero el Proletariado no». Yo creo que el Proletariado también debe perdonar, a no ser que quien ha realizado la ofensa la repita una y otra vez sin ánimo de enmendarla.

El «buen rollo» instalado en nuestro «antiautoritario» espacio y lo poco que realmente nos importan las luchas en las que participamos hace que cuando algo fracasa, cuando algo sale mediocremente o directamente mal ni nos molestemos en recapacitar en cuáles han sido las causas. En muchas ocasiones son ciertas personas las que, al no aplicarse en las funciones a las que se habían comprometido, hacen que la cosa fracase. No os preocupéis, aquí no somos pérfid@s leninistas exigiendo purgas. La palmadita en la espalda, el «no te preocupes», «otra vez lo haremos mejor», etc, suelen ser las respuestas que se dan a este tipo de resultados.

Así el grupo queda cohesionado, la amistad permanece, porque esa es la finalidad del grupo: ser un grupo de amigos. Pero ¿y la causa que se persigue? Esa quedará hecha una mierda y a la espera del próximo fracaso, que se saldará nuevamente con la enésima ausencia de responsabilidad.

Pues no. Creo que ya va siendo hora de exigirnos responsabilidades. Olvidarnos de amiguismos y ver quién vale y quién no. No es por ponerme en plan Nechayev, pero si se supone que la revolución es un bien tan preciado, a lo mejor de vez en cuando hay que echarle a algún colega un buen rapapolvos a pesar de que nuestra amistad quede por ello resentida. A veces puede ser ese compa que no nos cae especialmente bien el que realmente puede desempeñar unos cometidos que le vengan bien a nuestra causa. Lo que no puede ser es que destilemos en nuestros panfletos y en nuestras soflamas auténtica furia y luego cuando entre nosotros tenemos compañeros que por su falta de seriedad nos sabotean constantemente, despachar el asunto con un «no importa cari». ¡Menud@s «warriors» de la revolución estamos hech@s!

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