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Raymond Craib: “Para mí es esencial recuperar la alianza entre estudiantes y obreros”

category bolivia / peru / ecuador / chile | historia del anarquismo | entrevista author Thursday April 12, 2018 22:46author by Pascual Brodsky - Revista Santiago Report this post to the editors

Durante 10 años, el historiador de la Universidad de Cornell estuvo trabajando en las persecuciones que sufrieron dirigentes y simpatizantes anarquistas tras las masivas marchas del hambre, y cuyo símbolo trágico es el poeta de 24 años José Domingo Gómez Rojas. Su muerte, ocurrida en un hospital siquiátrico luego de ser acusado de sedicioso, es el nudo de Santiago subversivo 1920, una historia de persecución política y étnica que muestra, a su vez, la convulsionada vida en las asambleas, escuelas populares, teatros, cafés e imprentas.
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Uno de los mayores aciertos del libro Santiago subversivo 1920, concentrado en los cuatro meses álgidos de un proceso de persecución política, es el detalle con que recorre un entramado de solidaridades y conflictos entre obreros y aristócratas, estudiantes y profesores, poetas y policías, fiscales y sindicalistas. Así, indaga en la experiencia cotidiana de una ciudad donde conviven en un mismo plano personajes recurrentes (Manuel Rojas, González Vera, José Domingo Gómez Rojas) y otros menos visitados, pero no menos brillantes, como Julio Valiente, Casimiro Barrios y los hermanos Gandulfo.

Desde el primer capítulo, Raymond Craib nos introduce en la vigorosa cultura política y urbana que hizo posible “las marchas del hambre”, en el precario y hacinado Santiago de 1918. Enfocado en los barrios de San Diego e Independencia, Raymond Craib relata la vida diaria en las asambleas, huelgas, escuelas populares, ollas comunes, presentaciones teatrales, conversaciones en cafés y en imprentas. Luego, el relato sigue las consecuencias de la gran marcha que puso a 100 mil personas tomándose la Alameda. El gobierno de Sanfuentes respondió con medidas de emergencia contra la escasez de alimentos y, al mismo tiempo, para recuperar la unidad, promovió un fuerte discurso nacionalista, acusando a las organizaciones populares de querer traer el caos desde la reciente Revolución Rusa, aun cuando la organización más temida por el gobierno era la filial chilena de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), surgida en Estados Unidos. De inmediato, el gobierno aprovecha un incidente menor en la embajada en Perú, para remover las cenizas de la Guerra del Pacífico, demonizando a los peruanos y propagando una paranoia de espionaje y sabotaje. Así se consigue aplicar la Ley de Residencia: no solo se empiezan a deportar a los residentes de origen peruano (a excepción de los empresarios de renombre); cualquier vínculo de las organizaciones obreras y estudiantiles con Perú bastaba para declararlas ilegítimas.

Una notable descripción de Santiago complementa el relato de la persecución política y étnica. Abundan las redadas y los montajes policiacos; se controlan los desplazamientos por la ciudad, los dirigentes y simpatizantes anarquistas se fondean en los conventillos, o son capturados y puestos en prisión preventiva, mientras la fiscalía (el juez Astorquiza) busca o inventa los vínculos entre sus organizaciones, partidos y revistas con dineros y políticos peruanos.

Raymond Craib ha concentrado sus investigaciones en la historia moderna de México y Chile, desde distintas perspectivas: urbanismo, teoría del espacio, historia del anarquismo y del comunismo. Su primer libro fue traducido y publicado el 2014 por la UNAM: México cartográfico: una historia de límites fijos y paisajes fugitivos. El 2015 organizó la conferencia y la recopilación No Gods No Masters No Peripheries: Global Anarchisms. Su segundo libro se titula The Cry of the Renegades (Oxford Press 2016), publicado ahora por LOM y traducido como Santiago Subversivo 1920.

¿Cómo empezó el proyecto de este libro?

Siempre estuve interesado en la política de la gente joven, en parte porque repudiaba la manera en que mis propias convicciones políticas de juventud fueron denigradas por una generación más vieja, que las tildó de rudimentarias, faltas de teoría, ingenuas, etc. El mismo discurso se repite una y otra vez. Recuerdo en 1999, durante las protestas contra la World Trade Organization (Organización Mundial de Comercio) en Seattle, los reporteros le ponían el micrófono en la cara a alguien y le preguntaban por qué estaba protestando, esperando una exégesis política perfectamente articulada y coherente. Si no la encontraban, usaban ese registro como arma para sugerir que los manifestantes eran unos ociosos, mimados, o que solo habían sido arrastrados por otros agitadores. Este tipo de expectativa es debilitante, reaccionaria e históricamente imprecisa. Entonces, quise capturar ese sentido de fluidez, de riqueza y capacidad. Es una forma de emancipar la imaginación y reelaborar las ideas, para desafiar las exigencias de autoridad.

¿Cuáles eran sus principales objetivos?

Para mí era (y es) esencial recuperar la alianza entre los estudiantes y los obreros. Los estudiantes no ocupan siempre una posición de privilegio (ni en el Santiago de 1920 ni ahora). Este supuesto de que los estudiantes y los obreros no pudieron (ni pueden) hacer causa común es equívoca y anacrónica. Como estudiante de doctorado en Yale, los ayudantes fuimos a paro para exigir a la administración el derecho a sindicarnos. Y tuvimos un apoyo fuerte desde los empleados sindicados y el mundo no académico, y vi de primera mano cómo –y de nuevo–, en el Santiago de 1920 y ahora, las categorías de “estudiante” y “obrero” se volvían más fluidas. Pero el proyecto en sí dio sus primeros pasos cuando terminé mi tesis doctoral: tenía dos hijos, y quería escribir un libro que pudiese resonar en ellos cuando fuesen adolescentes. Entonces recogí la hebra de una investigación anterior, sobre la revista Claridad, que existió en Argentina, Perú y Chile. Allí encontré a la figura de José Domingo Gómez Rojas y la importancia que había tenido para su generación y la posterior.

El rol político de los estudiantes es crucial para el período que investigó. ¿Cómo llegaron a politizarse de esa manera?

La Fech surgió de una protesta en 1906, cuando unos estudiantes de medicina fueron ninguneados durante una celebración en Valparaíso que, se suponía, era en su honor. Estos estudiantes habían estado en la primera línea de voluntarios organizando y habían ayudado a combatir una epidemia. En el evento, se relegó a los estudiantes al fondo de las galerías. Como respuesta, abuchearon a los dignatarios y autoridades que presidieron el evento, y decidieron formar la federación. Hasta 1917 fue un lugar donde los estudiantes podían juntarse, organizarse, y tenían una tendencia reformista, orientada a asuntos estudiantiles. En 1917 tomó un giro más militante hacia la izquierda, con el liderazgo de Santiago Labarca y Juan Gandulfo. Pienso que es una década notable, la de 1910, en que los estudiantes de la Fech estaban cada vez más inmersos en la sociedad, no retraídos de ella, la universidad estaba cambiando, creando nuevas facultades, nuevos cursos de estudio, expandiéndose para incluir a más alumnos; y tiene también a grupos de jóvenes militantes que no estudiaban pero que estaban asociados a la universidad, capaces de organizar y movilizar.


Algunos protagonistas


Santiago Labarca y Juan Gandulfo son personajes importantes en el libro. Santiago Labarca llegó a Santiago desde Chillán, a estudiar ingeniería, fue partidario de la Federación de Obreros de Chile, dirigente de la Asociación Obrera por la Alimentación Nacional, además de un coeditor del diario anarquista Numen. Juan Gandulfo vino de Los Vilos a la Escuela de Medicina; su habilidad como cirujano era legendaria, lo mismo que su don como orador, escritor, dirigente estudiantil y miembro de la IWW. Ambos estudiantes pasaron a la clandestinidad después de que la Fech criticara la demagogia nacionalista del gobierno, mientras este intentaba justificar un movimiento de tropas hacia las fronteras del Norte. El gobierno criminalizó a la Fech como cómplice de un supuesto sabotaje y espionaje peruano.

Otro de los blancos del gobierno fue el destacado dirigente político Casimiro Barrios, asociado al Partido Obrero Socialista (POS) y a la AOAN. Era un inmigrante que había vivido y trabajado desde los 14 años en el barrio San Diego. Bajo la Ley de Residencia, hubo una orden expresa de deportarlo (aunque ni siquiera era inmigrante de Perú, sino de España), lo que provocó una serie de protestas desde la Fech y la AOAN, además de algunos senadores.

¿Puedes comentar la importancia de una figura como Casimiro Barrios para discutir el nacionalismo del gobierno y la importancia de lo que tú llamas “sedentarios radicales”?

La ironía del caso de Casimiro Barrio es que, a pesar de la retórica del gobierno que lo retrató como un agitador extranjero y una amenaza al orden social traída desde afuera, fue de hecho su sedentarismo –el hecho de haber vivido casi toda su vida adulta en la calle San Diego, conocer las leyes del trabajo, ser un organizador incansable y habilidoso, formar parte de una red de agitadores y activistas– en fin, era eso lo que preocupaba a los que estaban en el poder, incluyendo a los distribuidores locales de vino que no querían sus campañas antialcohol. Pienso que, por la fuerte orientación actual entre los historiadores hacia los estudios trasnacionales, vale la pena no perder de vista la importancia y el poder del lugar.

A propósito, ¿qué aspectos de Santiago facilitaron esa cultura de asambleas y escuelas populares?

Un aspecto clave, y que se mantiene, fue lo compacto de la ciudad. Mientras la universidad se expandía en la primera década del siglo XX, más estudiantes llegaban a Santiago, y la mayoría vivía en pensiones alrededor de la Escuela de Medicina, al norte del Mapocho, pero también estaba la zona de la calle San Diego, a la que Manuel Rojas llamaba el “barrio latino”. En esos lugares, por ejemplo, el café Los Inmortales o El Soviet, o en la imprenta de Numen, los estudiantes se encontraban a diario, ahí la gente se involucraba en sindicatos, se radicalizaban y se organizaban.

Todavía recuerdo una conversación excelente con Víctor Muñoz y Mario Araya sobre “mapear” los lugares donde la gente trabajó, vivió y se organizó en ese tiempo. Y claro, el libro terminó teniendo varios mapas que intentan ilustrar la política espacial de la ciudad.

Su libro se restringe a un período bastante breve de tiempo, si bien lo cubre desde distintas perspectivas. ¿Por qué ese acercamiento?

Quería cavar en profundidad en las experiencias de la vida diaria, cuestiones de experiencia, cambio urbano y morfología de la ciudad. Encontré una excelente variedad de fuentes: los registros de la Intendencia, las interrogaciones del Segundo Juzgado del Crimen; las hermosas novelas de Manuel Rojas y las historias breves de José Santos González Vera, entre otros. Uno de mis hallazgos favoritos fue encontrar el cuento sobre el hombre con visión de rayos X, que incluí en el libro. Ese documento tan breve, acerca de un arresto, revela una enormidad sobre tecnología, vigilancia, la policía y los estándares de evidencia en la época. Momentos así me llevaron a querer reconstruir esa vida diaria, en detalle. También traté de apuntar maneras en que el anarquismo se permea en la vida más cotidiana, basado en Colin Ward, o en Manuel Rojas y sus descripciones del anarquismo como una poética de vida. Por ejemplo, lo que en el libro llamo “política de la insolencia”, la forma en que Gómez Rojas y otros mantuvieron una actitud abierta de desafío y desacato a las autoridades y sus protocolos, basada en principios claros, que exacerbaba la intensidad de la persecución que sufrían. A su vez, vi que el trabajo político de organizar, resistir y cambiar estructuras es laborioso, cotidiano, y suele transcurrir sin reconocimiento ni apreciación de otros. La tediosa y casi siempre desapercibida labor de tocar puertas, confrontar violaciones a leyes del trabajo, afrontar el mal tiempo para convencer a la gente de protestar, hacer encuentros en vez de pasar tiempo durmiendo o con la familia. Esto era algo que quise acentuar.


Una muerte violenta


Entre los casos de “política insolente” destaca la petición de libertad bajo fianza de dos dirigentes políticos (Pedro Gandulfo y Soto Rengifo), al juez Astorquiza, quien procesaba a los “subversivos”. En plena “limpieza” étnica, Gandulfo y Rengifo descubrieron que el mismo juez Astorquiza había nacido en Perú, y publicaron una carta exigiéndole su renuncia. Por supuesto, aparte de denunciar la hipocresía de todo el proceso, la ironía les ganó un nuevo período de confinamiento solitario.

El otro caso, más famoso, fue la respuesta de José Gómez Rojas, al juez Astorquiza (o “don Pepe”, como Gómez Rojas le decía confianzudamente), cuando este le remarcó que estaba acusado de uno de los crímenes más severos: atentar contra la seguridad interna del Estado. Él respondió: “No nos pongamos tan dramáticos, señor ministro”. En breve, Astorquiza lo mandó a una celda aislada, húmeda y oscura, sin comida, aunque esas celdas podían usarse solo para los culpables y él estaba todavía en proceso. Pronto enfermó, fue trasladado al manicomio y murió. La procesión de su funeral fue una marcha multitudinaria que paralizó el centro de Santiago en pleno viernes por la tarde. Varios sindicatos se declararon en paro; presos desde Santiago y Valparaíso enviaron coronas de flores. Como se nos cuenta en la introducción de este volumen, la popularidad y violenta muerte de Gómez Rojas fue otra de las preguntas que incentivaron la escritura de Craib.

¿Daría algún consejo para los que están leyendo, escribiendo y “haciendo” historia?

Bueno, hay mucha presión ahora, especialmente en las universidades, para que haya especialización y dominio a largo plazo de un solo tema. Por ejemplo, se espera que un historiador del México moderno lo sea para siempre y que lea todo el trabajo reciente sobre esa historia. A mí eso no me resulta. Mucha de la inspiración para este libro surgió de leer al crítico marxista y escritor John Berger, al urbanista Henri Lefebvre, al antropólogo Jim Scott, a Kirstin Ross (crítica literaria que trabaja en Francia) y, por supuesto, de leer a Manuel Rojas y González Vera. También lo inverso es crucial: lo que lees y escribes también es relativo a cómo te comprometes políticamente.

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