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Thursday May 03, 2018 04:02 by José Luis Carretero Miramar - ICEA
La autogestión, en la práctica, aprendiendo y rectificando, no es algo definitivamente logrado, ni un paraíso prometido, sino el comienzo de un proceso hacia la liberación La democracia en el trabajo, la posibilidad de una economía basada en la autogestión por parte de los propios productores, el control colectivo de la infraestructura material que permite solventar las necesidades vitales del pueblo, es una alternativa al sistema capitalista de producción que ha permeado todas las resistencias obreras y populares desde la emergencia misma de la sociedad del salario y la mercancía. Ya fuera desde la memoria de grabada en la psiquis proletaria por los siglos de uso de los llamados bienes comunales, que en la sociedad precapitalista permitían el acceso de los campesinos a recursos imprescindibles para su subsistencia, sometidos a un régimen de gestión colectiva, y más o menos democrática según las zonas y los momentos. O ya fuera por la expansión en la naciente clase obrera de las “utopías” socialistas que veían como finalidad inmanente del propio desarrollo capitalista la conformación de la infraestructura material y social que permitiría construir un socialismo preñado de abundancia y riquezas, tanto materiales como culturales, para todos. En ambos casos, la posibilidad de construir o revivir el escenario del comunismo deseado, iba teñida de la idea de favorecer el autogobierno de los trabajadores, provocando la desaparición de la relación salarial y la progresiva (o inmediata, según las corrientes) pérdida de sentido del Estado, como mecanismo de gestión política de la fuerza de trabajo que desaparecería ante la emergente potencia de las relaciones directas y democráticas entre los propios productores. Esta visión animó el proceso de desarrollo del movimiento obrero, así como la paralela generación de experimentos sociales que permitían iluminar aspectos de la realidad que la explotación capitalista dejaba en la penumbra, como la potencia económica de la cooperación productiva o la capacidad misma del trabajo asociado en pié de igualdad para resolver necesidades humanas básicas y para producir un avance en la conciencia política de la clase trabajadora. Así, el desarrollo de los sindicatos, las cooperativas, las redes de consumo o las comunas y establecimientos utópicos (como los falansterios de Fourier o la Nueva Icaria de Etienne Cabet) iban de la mano, generando un proceso de empoderamiento de la clase trabajadora, que no sólo defendía sus intereses inmediatos en el lugar de trabajo, reclamando mayores salarios, sino que también se presentaba como portadora de una alternativa de conjunto al sistema , así como de un proyecto económico capaz de resolver las contradicciones inherentes al proceso de desarrollo capitalista. Todo ello explica que los procesos revolucionarios desatados por el movimiento obrero se vieran acompañados, casi invariablemente, por el ensayo de formas de organización autogestionaria de la producción como los soviets rusos o los consejos obreros alemanes, llegando a la tentativa global de construir la sociedad de la autogestión en las colectividades españolas, durante la guerra civil, o en la estructura económica (que no en la política) del socialismo yugoslavo a partir de la ruptura de Tito con el Kremlin en 1951. Mucho ha llovido desde entonces. El fracaso de la experiencia del socialismo estatista y burocrático del Este de Europa, junto a la derrota de la gran oleada de luchas populares del 68 en todo el mundo, y a la transformación de las estructuras de la clase obrera misma en las ultimas décadas de globalización y neoliberalismo, han llevado a la descomposición de determinadas formas de resistencia proletaria, junto a la recomposición en nuevas áreas de experimentación de las luchas de la clase trabajadora. Y en este nuevo escenario, la autogestión, lejos de desaparecer como horizonte de transformación, se ha diseminado en una miríada de propuestas, que tanto invitan a delinear las estructuras fundamentales de una hipotética sociedad post-capitalista (como en el caso de la Economía Participativa de Michael Albert o la Democracia Inclusiva de Takis Fotopoulos), como construyen alternativas reales para supervivencia de las clases populares desde ya en el seno del propio sistema, entrando en un conflicto irresoluble con él (como las empresas recuperadas argentinas, latinoamericanas y europeas o el creciente movimiento de la economía social y solidaria). Los conceptos de autogestión, sustentabilidad ambiental y democracia económica se han convertido en una melodía recurrente que permea gran parte de las resistencias antisistémicas a nivel internacional, así como en una forma efectiva de ganarse la vida dignamente para miles de personas a través del globo. Desde el espacio del cooperativismo clásico, a los mercados sociales, las cooperativas integrales, la Economía de los Trabajadores (estrechamente vinculada a la experiencia de las fábricas recuperadas), las iniciativas de transición ecológica, al discurso de gran parte del sindicalismo combativo o de cada vez más numerosos estudiosos e intelectuales, la democracia en el trabajo, la autogestión, se está convirtiendo sin prisa pero sin pausa en la única alternativa global coherente a un sistema capitalista en crisis y en plena senilidad. Una alternativa construida desde la pluralidad de los registros, y no desde la imposición de un discurso único, monolítico y dogmático, que tantas veces ha llevado al fracaso a las tentativas obreras de emancipación. Por supuesto, esta nueva potencia se expresa también en la Península Ibérica. Las Cooperativas Integrales; mercados sociales como el de Madrid; redes de redes de economía social como REAS (Red de Economía Alternativa y Solidaria); experimentos urbanos como La Canica, en Madrid, o rurales como las ocupaciones de tierras del sindicalismo jornalero en Somontes, en Andalucía; iniciativas de cooperativismo de consumo o, incluso de vivienda por medio de la cesión de uso como La Borda, en Barcelona; centros sociales, en casi todas las ciudades; huertos urbanos…con todas sus contradicciones y ambivalencias, dan fe de la vitalidad de un sector emergente de la economía que permite afirmar con solvencia que existen otras formas de producir y de vivir, más allá de la relación salarial y de la mercantilización de la vida impuesta por el proceso de valorización del Capital. ¿Cómo desarrollar y reforzar ese sector? ¿Cómo hacer crecer la alternativa y dar herramientas útiles para la lucha económica a quienes la sostienen en el día a día? Sin querer ser exhaustivos, vamos a delinear una serie de ideas fuerza o propuestas que permiten alimentar un debate necesario: El proyecto de la economía autogestionaria, en definitiva, es un proyecto de cambio sistémico, que permite sentar las bases (junto a las luchas y la organización popular) para el inicio de la transición a otra forma de producir, de sentir y de vivir. A otro tipo de sociedad. Una sociedad del socialismo autogestionario que sólo se puede edificar desde la cooperación mutua de todos los sujetos sometidos. José Luis Carretero Miramar. (Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión –ICEA) |
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