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América Latina: Problemas y Posibilidades para el Anarquismo

category américa del norte / méxico | movimiento anarquista | debate author Saturday August 25, 2007 00:31author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

Documento leído en el Encuentro Anarquista de Ciudad de México, el 7 de Julio del 2007

Este documento fue elaborado con ocasión del encuentro Anarquista de Ciudad de Mexico, y fue presentado el 7 de Julio. Intenta sintetizar algunos de los problemas que enfrenta el desarrollo de una alternativa libertaria para las luchas populares en América Latina, sobre todo, aspectos en los que estamos débiles y que deben ser profundizados.
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AMERICA LATINA: PROBLEMAS Y POSIBILIDADES PARA EL ANARQUISMO




Antes que nada, a nombre del Workers Solidarity Movement de Irlanda agradecemos la invitación que se nos ha hecho a esta conferencia y valoramos enormemente los esfuerzos realizados por la Comisión Organizadora. Ciertamente, la necesidad de espacios de encuentro y reflexión como este nos son sumamente necesarios para compartir experiencias y pensar qué clase de movimiento es el que necesitamos para enfrentar los desafíos que nos impone la lucha.

La significación de un encuentro como este adquiere luces nuevas al ser realizado en un lugar como México –país que en el concierto latinoamericano ha tenido un vibrante movimiento libertario por más de un siglo y que hoy ve renovados aires libertarios en un movimiento popular que desafía al sistema, demostrando gran heroísmo por parte de las masas anónimas. Ha habido un trabajo de construcción del mundo popular que no deja de despertar simpatías en todo el mundo, por lo que un encuentro de esta naturaleza adquiere una urgencia e importancia mucho mayor.

Internacionalmente, atravesamos por un momento de reajustes y crisis dentro del sistema capitalista que se ha abierto francamente desde aproximadamente una década. Esta crisis y este agotamiento, se expresa en el resurgente movimiento popular en América Latina, el cual se ha visto favorecido por una serie de condiciones circunstanciales, como ser la caída de los mal llamados “socialismos reales” y, consecuentemente, el desgaste de la izquierda tradicional; el agotamiento de las posibilidades de la apertura neoliberal impulsada desde fines de los ‘70s por las clases dominantes como respuesta a la crisis abierta en los ’60 y en gran medida, la desintegración de los sujetos tradicionales de lucha, lo que ha supuesto la recomposición de manera original de éstos.

Sin embargo, aunque los hechos circunstanciales mencionados hayan tenido un impacto a la hora de facilitar una revitalización del movimiento libertario, es responsabilidad de los mismos anarquistas el transformar este potencial en una posibilidad real de transformación. Y es precisamente esa la gran falencia del movimiento ácrata en la actualidad, que no ha sabido aprovechar del todo la potencialidad del nuevo despertar de luchas en tierras americanas. Desde la caída del Muro de Berlín se ha contentado el movimiento con una actitud muy poco autocrítica, en que no nos dejamos de señalar el “fracaso del modelo soviético” sin ser capaces de reconocer que el siglo XX también signó el fracaso del anarquismo en todos sus intentos revolucionarios. El asumir esta situación no significa desconocer la potencialidad que tiene el movimiento –esa es la razón por la cual nos encontramos hoy reunidos- sino que significa utilizar la crítica como una herramienta de superación revolucionaria. Si el movimiento no es capaz de superar sus propios errores y si seguimos obstinados en obrar de igual manera como siempre, ¿cómo se espera que pueda superar revolucionariamente al capitalismo?

El estudio, acompañado de la práctica, asume entonces una dimensión crítica en las tareas de liberación. Jamás me dejaré de insistir en este punto pues, muy frecuentemente, encontramos una falsa dicotomía entre los “prácticos” y los “teóricos”. Cuando la verdad es muy otra: ni hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria, ni hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria. Permítaseme entonces señalar algunos de los problemas fundamentales que creo enfrenta nuestro movimiento en la lucha por la liberación en nuestra América:

1. El resurgir del movimiento popular con características libertarias ha generado, de una u otra manera una situación de espontaneísmo en el movimiento libertario. Una situación semejante de optimismo se vivió ante la revolución rusa en 1905. Nos hemos confiado en el puro instinto del movimiento popular y hemos creído que el pueblo “naturalmente” es libertario. Si bien las respuestas de carácter libertario por parte del pueblo ante situaciones de crisis del sistema o ante las necesidades de la lucha son una realidad presente aún en ausencia de un movimiento anarquista propiamente dicho, son una respuesta casi “natural”, no por ello, es menos cierto que en el seno del pueblo también coexisten tendencias autoritarias nada despreciables. Y al desestimar la importancia de ellas, hemos permitido la recomposición del sector autoritario en el campo popular, o la revalidación del Estado y el capitalismo. Un caso muy claro (hay más en toda América Latina durante lo que va de la década) es la situación de Argentina, donde del “Que se Vayan Todos” se pasó rápidamente al “Se quedaron todos”, y tanto el capitalismo como el alicaído Estado pudieron recomponerse de la crisis relativamente fácilmente, mientras la izquierda libertaria no fue capaz de plantear una alternativa estratégica. El nivel de consenso social por parte del mismo pueblo que formó asambleas espontáneamente en torno a las figuras burguesas de la recomposición, como Kirchner, es pavoroso –e incluso abiertos derechistas como Macri han ganado muchísimo terreno. No podemos confiarnos demasiado en los impulsos libertarios espontáneos como “suficientes”: es necesario un argumento político claro, programático, más allá de la coyuntura. Debemos comprender que el rol político de los anarquistas es insustituible y que si nosotros no estamos presentes para impulsar nuestras tareas, nadie lo hará por nosotros.

2. De lo anterior, del carácter insustituible del movimiento anarquista, se desprende la necesidad de la organización político revolucionaria de los libertarios, donde poder discutir una aproximación de conjunto a la problemática de la construcción de poder popular. Tal organización necesita de premisas claras para llevar adelante su rol –unidad teórica, unidad táctica, disciplina, acción colectiva y democracia interna. Tales son las premisas que deben sustentar a la organización si se quiere que ésta tenga la consistencia mínima para darle un sentido. El rol de la organización anarquista está insuficientemente desarrollado en la gran mayoría de los países latinoamericanos, pese a que esfuerzos serios de construcción han existido principalmente en Sudamérica. No basta con decir que los anarquistas no estamos contra la organización: eso hay que demostrarlo en la práctica, y es en la práctica donde está nuestro más serio problema. Los meros colectivos o grupos coyunturales no bastan: ellos no sirven para acumular experiencia más allá de la experiencia que personalmente puedan acumular quienes hayan formado parte en ellos ni tiene capacidad de organizar o canalizar fuerzas a nivel nacional, nivel en el que la mayoría de las grandes luchas contra el poder burgués se dan. Es necesario superar personalismos, localismos y una visión provincial del anarquismo para asumir las amplias tareas de regeneración que se corresponden con estos momentos.

3. Así como hay una organización revolucionaria, han de haber espacios de convergencia con otros sectores, pues estamos convencidos que los anarquistas no harán la revolución solos. Hay organizaciones sociales y populares en las cuales también hemos de ejercer nuestro trabajo y en donde nos tocará, de rigor, confluir con sectores de la otra izquierda, así como con personas ajenas al anarquismo o incluso a la política. La pregunta importante aquí es: ¿Cómo lograr el máximo de influencia? Pues aunque mucha gente en estas organizaciones quizás no se conviertan nunca en anarquismo, queremos a los métodos, principios y políticas libertarias jugando un rol en el desenvolvimiento de estos movimientos. Ahí entra en juego la cuestión de la organización política-revolucionaria como el instrumento para llegar con políticas coherentes y colectivamente discutidas a estas instancias. A veces, entre la organización política y la organización social, habrá espacios intermedios de organización, los llamados espacios político-sociales, que pueden ser corrientes o frentes. Por ejemplo: puede haber una o dos o tres organizaciones políticas anarquistas, que difieran en ciertas de sus políticas generales sobre sociedad. Pero pueden tener una línea sindical colectiva: entonces, formarán un frente sindical. Y la línea colectiva de este frente se aplicará a diversas federaciones sindicales. Este modelo de organización e inserción social nos permite los niveles óptimos de unidad en la acción. La unidad, que siempre debe ser forjada desde la base y en la lucha, debe buscarse siempre que sea posible y de provecho. Con una política clara y discutida de organización a los tres niveles diferentes en que ésta se maneja, podemos volver a desarrollar un anarquismo del pueblo para el pueblo, y romper con las lógicas del grupo alienado que hace política para sí mismos de manera completamente ombliguista y sin reparar en lo que a su alrededor ocurre.

4. Muchas veces el anarquismo ha sido reducido a una especie de “receta de cocina” sobre organización. Se piensa frecuentemente que el único aporte que los anarquistas tienen que hacer al movimiento popular es en términos de organización: asambleas, delegados revocables, democracia directa, autonomía del Estado y los partidos, etc. Pero el anarquismo no solamente es propuesta orgánica, de democratización desde la base, sino que además es contenido. El anarquismo tiene un gran aporte que hacer, además, en términos de un programa revolucionario, de propuestas concretas sobre QUÉ es lo que queremos lograr y no solamente sobre el CÓMO queremos lograrlo. Este programa debe ser debatido, discutido e impulsado por todos los anarquistas organizados en sus distintos espacios de base. No basta con formar asambleas populares si estas carecen de un proyecto social más allá. Necesitamos ser más que táctica y convertirnos en estrategia. El anarquismo requiere de un programa, de un proyecto de sociedad, no solamente para el glorioso día de la revolución, sino que para el aquí y el ahora. Necesitamos desarrollar una alternativa que se transforme en un polo de atracción para quienes quieran ver un cambio en su vida, no para un siglo más, sino que ahora. Debemos entender el cambio que podemos realizar a corto, mediano y largo plazo como una unidad programática. Huelga decir que este proceso de discusión y elaboración requiere, necesariamente, de una organización sólida, permanente en el tiempo y activa en la lucha.

5. Tal programa revolucionario, tal proyecto social, no puede ser ni calco ni copia de otros programas revolucionarios. Éste debe responder a las necesidades locales, al conocimiento de las problemáticas nacionales y regionales, a las tradiciones de lucha locales. Nuestro anarquismo debe ser eso: el encuentro original de una tradición de lucha internacional, universal, válida donde quiera que se esté, con un espacio local y concreto donde llevarle a la práctica. Solamente así podremos desarrollar un internacionalismo real, auténtico, de todas las sangres, que se nutra de la experiencia de lucha en todas partes y que por lo mismo, sea una herramienta de transformación más eficaz. De la teoría clásica, de las experiencias extranjeras o históricas podemos inspirarnos, podemos extraer lineamientos y tesis centrales: pero ellas no reemplazan el imperativo de la reflexión propia.

6. Es necesario, además, conocer las profundas dificultades que enfrentará un proceso revolucionario de cualquier signo en América Latina. Muchas veces, las dificultades más grandes de la revolución se dan cuando la burguesía ha sido derrotada. El anarquismo entonces, debe asumir todas las complejidades de una alternativa constructiva. Hay que estudiar las dificultades enfrentadas por otros procesos revolucionarios en el pasado, sea Nicaragua, sea Bolivia, sean los movimientos revolucionarios desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego. No bastan la tesis de Kropotkin de recoger del montón: ¿cómo vamos a enfrentar el aislamiento inicial? ¿El embargo? ¿Cómo vamos a reconstruir una economía en ruinas? Suponiendo que no heredamos un país en ruinas ¿cómo hacemos funcionar la sociedad de una manera colectiva? ¿Cómo nos relacionamos con el mundo exterior? Nada de esto puede ser dejado a la improvisación, pues cuando improvisamos, es cuando el peso de la costumbre se hace sentir. Sin un programa constructivo alternativo, la gente tenderá a recurrir, a la larga, muchas veces a la única manera (capitalista) que conoce de hacer las cosas.

El anarquismo entrega herramientas de análisis y propuestas que debemos discutir y debatir de antemano, a fin de evitar las improvisaciones y todos los riesgos que esto conlleva, a la vez que estar concientes de que, al ser la realidad no siempre predecible, ciertos niveles de improvisación son necesarios. Esto requiere pues de un programa, con flexibilidad. Pero aunque de la teoría general podamos extraer ciertas respuestas, estoy persuadido de que la Revolución Social en Irlanda, será diferente de la de Chile y ésta será diferente de la del Japón, aunque el espíritu y las tesis fundamentales que les animen sean idénticas. Por tanto debemos entender la teoría como una guía para la resolución práctica de las realidades específicas que nos toca vivir. Pocas veces ponemos suficiente énfasis en estos problemas constructivos y como hemos dicho es esta fase, precisamente, la que presenta el desafío más grande para el movimiento revolucionario.

Esos son algunos de los problemas; sin lugar a dudas, otros compañeros identificarán otros que yo no he señalado o encontrarán otros nuevos en el camino de la lucha. El intercambio de información y la práctica de la organización son los mecanismos para empezar a elucidar muchas de estas cuestiones. Cabe indicar que no hay respuestas fáciles para ninguna de estas cuestiones, pero es necesario comenzar a plantearse seriamente todas estas cuestiones con perspectiva al cambio.

La cuestión de la organización asume, por tanto, una prioridad fundamental no por meras consideraciones teóricas o por una obsesión fetichista con ésta, sino porque es éste el espacio donde se comparten directamente y almacenan estas experiencias. Y es esa experiencia acumulada la que garantiza, mejor que nada, la superación práctica de las concepciones y prácticas erróneas. Es cierto que el hecho de que exista la organización política-revolucionaria, no garantiza que nos transformemos en una alternativa; pero también es cierto que sin la organización, la alternativa pues jamás tendrá la posibilidad de concretizarse. De nosotros depende el rol que el pensamiento y las prácticas libertarias tengan en los eventos de transformación que comienzan a sacudir a América Latina.

Agradezco la atención prestadas por los camaradas y saludo nuevamente a la Comisión Organizadora deseándoles éxito en los objetivos que se han planteado con este encuentro.

José Antonio Gutiérrez D.

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