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A 60 años del Bogotazo: violencia política y dominación de clase en Colombia

category venezuela / colombia | historia | opinión / análisis author Monday May 12, 2008 08:25author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

El siguiente artículo se desarrolló en base a uno más largo titulado "Desenmarañando la Madeja Colombiana", que aparecerá en el número 23 de la revista libertaria chilena Hombre y Sociedad, el cual fue desarrollado en abril, con motivo del 60 aniversario del Bogotazo. En él queremos dejar planteada la enorme importancia histórica que reviste este hecho y rescatar este acontecimiento para la memoria popular colombiana y latinoamericana.
Jorge Eliecer Gaitán
Jorge Eliecer Gaitán


A 60 años del Bogotazo: violencia política y dominación de clase en Colombia




En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban en un viaje sin regreso (...) pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas (...) “Seguro que fue un sueño”, insistían los oficiales. “En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”. Así consumaron el exterminio de los jefes sindicales.


(Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez, 1967)


Un nueve de abril, en el año 1948, a plena luz del día, el dirigente liberal colombiano Jorge Eliecer Gaitán, “el caudillo del pueblo”, caía fulminado a tiros en la esquina de la Carrera Séptima con la Avenida Jiménez, en el corazón de Bogotá. Este hecho marcará toda una época en la historia colombiana, la cual aún no termina de cerrarse. El asesinato de Gaitán no inició la violencia política en Colombia, pero sí la extendió por todo el país, llevándola como un torbellino implacable hasta los rincones más apartados. Pese a la enorme importancia histórica de este evento, la cobertura de su 60 aniversario fue bastante pobre en los medios colombianos, y nulo en los medios internacionales. Parece como si “el cuadillo del pueblo” estuviera viviendo esa “muerte dentro de la muerte” de la que nos hablara García Márquez, que es el olvido –en este caso, un olvido impuesto desde el Poder, el cual controla, distorsiona y mutila la memoria histórica. Muchos no lo recuerdan sino por estar su figura en el billete de mil pesos.


A 60 años del vil asesinato de Gaitán, creemos más necesario que nunca rescatar este crimen del olvido o del anecdotario histórico para descifrar las claves de una historia que aún se sigue escribiendo, y para no permitir que esta historia se desvanezca en la peste del olvido. Olvido (impuesto), que se sucede a la eliminación física y que representa la culminación del proceso de exterminio de la disidencia por parte de quienes detentan el poder. En el acto de descifrar las claves de este acontecimiento, es donde yacen las posibilidades para la superación real de una historia de medio siglo de masacres.


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El conflicto social y armado colombiano es el más antiguo de nuestra América: esto es algo que frecuentemente se dice, pero rara vez se habla de sus orígenes o de las fuerzas que le han ido moldeando en su desarrollo. Colombia es una república en la cual diversos intereses se han enfrentado prácticamente desde los inicios mismos de la república; durante la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX, este conflicto se presentó en la forma de liberal y conservadores, alcanzando su expresión más brutal en la “Guerra de los Mil Días”, entre 1899 y 1902, durante la cual murieron unas 100.000 personas de una población de unos 4 millones de habitantes.


En el primer cuarto del siglo XX hubo una expansión notable de la economía colombiana: el valor anual del comercio, que era de U$ 61.000.000 en 1913, en 1929 era de U$ 200.000.000[1]. A partir de la década de 1920 la nueva burguesía colombiana, formada con el comercio y la industria, comienzan un período de cambios dramáticos en la estructura social y productiva del país, que se consolida después de la crisis económica de 1929: es en este período, bajo el impulso de un proceso industrializador y una substitución forzada de las importaciones (por la crisis productiva de los EEUU, país al cual el mercado colombiano está íntimamente ligado desde épocas muy tempranas), en que se comienza a desbaratar la antigua república de raigambre señorial y se promueven los primeros intentos modernizadores, que culminarán en alianzas entre sectores conservadores y liberales. Fruto de esta alianza, se instalará en el poder al liberal López Pumarejo (1934-1938), quien logra impulsar algunas reformas al aparato estatal, al sistema tributario, hace una tímida y abortada reforma agraria, y dinamiza la producción, pero cuyo impulso modernizante no toca a fondo el patriciado oligárquico colombiano, el cual se sigue reproduciendo herméticamente en las dinastías políticas que rigen hasta el día de hoy –es solamente cosa de ver cómo los mismos apellidos se repiten en las esferas del poder durante un siglo y medio, para comprobar el carácter celosamente hereditario de la política colombiana.


Es en este período que comienza una integración hacia adentro (integración de la actividad económica nacional, antiguamente aislada bajo la dinámica de los cacicazgos y los procesos regionales), aparte de la ya existente integración hacia afuera –de las áreas dinámicas de la economía con los mercados externos. Es así como se constituye el eje de las cuatro ciudades principales de Colombia: Barranquilla, Cali, Medellín y Bogotá. Se consolida la industria en estos centros, donde surge una clase obrera urbana de importancia, susceptible al discurso radical del sindicalismo revolucionario y de la izquierda socialista. Pero no solamente la industria urbana florece, sino que también el petróleo, la explotación de monocultivos -como los bananos- y el café, el cual surge en lo que se ha llamado como el “eje cafetero” en las regiones de Risaralda, Caldas y Antioquia. Estos productos constituyen algunas de las áreas más dinámicas de la economía colombiana, todas las cuales están estrechamente ligadas a intereses, capitales o mercados norteamericanos.


Desde los años ’20 aparece un movimiento revolucionario de alguna importancia que da a los de abajo las herramientas para convertirse en actores del proceso político colombiano en derecho propio: en 1926 se formaba el Partido Socialista Revolucionario y en 1928 los anarquistas, que eran particularmente fuertes en el movimiento obrero constituido en el eje industrial-plantador de Barranquilla-Santa Marta, fundan la Federación Obrera del Litoral Atlántico (FOLA).


El campesinado y el naciente movimiento obrero fueron reprimidos brutalmente, y esa respuesta violenta a la demanda popular se mantendrá hasta nuestros días como una constante del Estado colombiano. Recién con López Pumarejo comienzan las tentativas serias por “arbitrar” los conflictos laborales y sociales. El apogeo de la violencia de clase en contra de los trabajadores se vivió en Santa Marta, en la localidad de Ciénaga, cuando en el año 1928 una huelga de trabajadores de la United Fruit Company, organizada por la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena, donde tuvo notoria participación el anarquista Raúl Eduardo Mahecha[2], fue violentamente reprimida con un saldo superior a los 1000 muertos. Este hecho se conocerá como la “Masacre de las Bananeras” y fue uno de los más trágicos eventos de la trágica historia colombiana, el cual sirvió como una de las fuentes de inspiración de García Márquez en su obra Cien Años de Soledad.


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Es así como, tras la modernización frustrada que López Pumarejo intentó impulsar en su “Revolución en Marcha”, y el retorno al conservadurismo, surgen sectores radicales en el partido liberal, encabezados por Jorge Eliecer Gaitán, quien, con un carisma único, comienza a inquietar al liberalismo más burgués con su discurso populista que excitaba a las masas urbanas en contra de las oligarquías y en contra del “país político”. En el campo, ya se desataba la violencia de los conservadores (desde 1946 nuevamente en el poder, con la elección de Mariano Ospina Pérez) en contra de los campesinos liberales: esta guerra no declarada se hizo particularmente cruda en el eje cafetero, donde la presión por tierras se hacía muy intensa. En Febrero de 1948 una marcha de más de cien mil personas, “la marcha del silencio” demandaba el término de la violencia en el campo, la cual había recientemente llevado a la destrucción del poblado de Román en el departamento de Santander –esta marcha fue encabezada por Gaitán, de la misma manera en que en 1928 había liderado la protesta en contra de la masacre de las bananeras, la cual los medios habían tratado de ocultar[3].


Gaitán se perfilaba como candidato presidencial aventajado para las elecciones que debían celebrarse en 1950. Pero un disparo certero cegó su vida un 9 de Abril de 1948, en momentos en que se realizaba en Bogotá la Conferencia Panamericana, presidida nada menos que por el Secretario de Estado norteamericano George Marshall[4]. Con esta acción se abre un período histórico que ha sido llamado por los historiadores, de manera aséptica, como “La Violencia” –como si la violencia fuera algo que flotara en el aire, sin un contexto social, sin responsables, sin actores detrás, sin motivaciones políticas o de clase.


El pueblo enardecido ante el cadáver de Gaitán reaccionó con furia, linchando al presunto asesino, Juan Roa Sierra, y arrastrando su cadáver desnudo hasta el Palacio de Gobierno. Hay incluso quienes plantean que Roa Sierra ni siquiera fue el verdadero victimario, pero que fue una víctima fácil en medio de la confusión, debido a su comportamiento errático a causa de problemas psiquiátricos. Lo cierto es que, de haber sido Roa Sierra el asesino, éste no habría actuado solo, sino que el asesinato habría sido orquestado, con seguridad, desde las cúpulas conservadoras, quizás con la connivencia de la derecha liberal. De cualquier modo, este crimen no puede ser entendido al margen de la violencia de clase que ya se respiraba en Colombia y que se hará omnipresente en las décadas venideras.


Mientras el cadáver linchado del presunto asesino material era llevado en una macabra procesión hacia el Palacio de gobierno ante quienes muy probablemente dieran la orden de disparar, se desencadenaban incendios de tranvías, almacenes, automóviles, edificios gubernamentales, e iglesias –el Palacio de Justicia, el Arzobispado y la Gobernación forman parte de los más de 100 edificios arrasados. Hasta la Casa de Nariño fue atacada por la turba enardecida después de arrojar frente a ésta el cadáver de Roa Sierra. Las masas asaltaban las ferreterías para conseguir armamento o para improvisarlo con artefactos contundentes. Esta masa en rebelión ciega era azuzada por transmisiones radiales de los gaitanistas que, con rabia y dolor, llamaban al pueblo a las armas, a tomar todo cuanto tuvieran a la mano y vengar la muerte de su caudillo. Solamente ese día, 3.000 personas murieron en los disturbios en las calles bogotanas. Mientras tanto, la revuelta se expandía como un reguero de pólvora a otras ciudades de importancia como Barranquilla o Medellín, y se formaban juntas revolucionarias y consejos revolucionarios en diversos puntos del país: en Barrancabermeja, por ejemplo, el consejo revolucionario se tomaba el poder durante 14 días. Los campesinos ocupaban los latifundios y los obreros protestaban en las calles, ante una fuerza policial que muchas veces o no actuaba o se sumaba a los rebeldes.


Mediante concesiones a los liberales, represión abierta y encubierta, se mantuvo a raya la rebelión –la ausencia de una dirección y coordinación clara impidieron que se pasara a un acto revolucionario abierto. Había cólera, había ganas, pero no había estrategia revolucionaria. Mientras tanto, se afinaban los elementos estructurales del Estado autoritario: se hipertrofiaba el ejecutivo y se clausuraba el congreso en 1949. A la vez, se desataba una revancha genocida por parte de los elementos conservadores, que con sus escuadrones de la muerte, los Chulavitas y los Pájaros (de carácter paramilitar), se dedicaron a exterminar cuanto liberal, izquierdista y campesino pobre encontraban a su camino. La crueldad y el sadismo de estos pioneros del paramilitarismo eriza los pelos, ya que no les bastaba sencillamente con matar a sus víctimas, sino que las torturaban, violaban y asesinaban de las maneras más horrendas imaginables –en esta época es que se “popularizan” el “corte de corbata”[5], más conocida como la “corbata colombiana”, el “corte de franela”[6] o el “corte de florero”[7], lo que demuestra una asombrosa continuidad del terrorismo paramilitar a lo largo de las décadas. Este sadismo no deriva de una sencilla deformación patológica de ciertos individuos, sino que responde a la necesidad estructural de las clases dominantes de mantenerse en el poder mediante el terror, y a mayor desigualdad, mayor terror se hace necesario infundir. La brutalidad es un acto disuasivo, la muerte brutal no busca solamente eliminar al adversario político, sino que también infundir el terror y el pánico en los que potencialmente pudieran convertirse en adversarios. Esa práctica, que constituye un auténtico terrorismo de clase, buscaba infundir un miedo paralizante que lleve al silencio y la inacción. Cada asesinato político se convierte así en un mensaje hacia el resto de la sociedad.


Los campesinos liberales y comunistas, por su parte, formaban grupos de autodefensa guerrilleros (los cuales eran llamados despectivamente “Chusmeros”), en tanto el eje de la violencia política se desplazaba, definitivamente, al campo. En los llanos, las guerrillas se alzaron como un poder dual y planteaban la necesidad de realizar transformaciones profundas a la estructura social colombiana. En 1950 llegaba al poder el conservador Laureano Gómez, admirador de Franco, como candidato único en elecciones celebradas en medio del terror de clase, y con él, el horror de la Violencia llegaba a su clímax. En 1953 el general Rojas Pinilla derroca al gobierno de Gómez y en 1954 da amnistía a 5.000 guerrillas liberales, con lo cual la mayor parte de las tropas guerrilleras se desmovilizan. Durante este ciclo de violencia, se estima que entre 200.000 y 300.000 personas fueron asesinadas, sin contar ni los desplazados ni los torturados.


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Pero aún quedaban algunas cuantas guerrillas de liberales y comunistas que no estaban dispuestas a desmovilizarse por un número de razones –porque ya han comenzado a plantearse cuestiones como la reforma agraria y el cambio del sistema social o porque no creyeron que hubiera garantías para hacerlo. De hecho, muchos campesinos liberales desmovilizados, fueron expulsados de sus tierras por conservadores o asesinados en acciones retaliatorias por parte de Pájaros y Chulavitas. Todo esto contribuye a que la desmovilización no sea completa y a que muchos campesinos se reintegren a las fuerzas irregulares, con lo cual la guerra continúa en una existencia subterránea. Estas guerrillas fundan zonas liberadas (las llamadas “repúblicas independientes”) en el Caquetá, Tolima y Cauca. Con la caída de Rojas Pinilla y el establecimiento de un sistema bipartidista hermético en 1957, el llamado Frente Nacional, que establecía la alternancia en el poder de conservadores y liberales, la exclusión de alternativas políticas se hacía absoluta, más aún si se considera que para entonces las fronteras entre ambos partidos son casi imperceptibles, forjando un sólido frente de la clase burguesa. El movimiento popular había sufrido enormemente con el genocidio desencadenado en el período desde 1946, y las expresiones organizadas del pueblo estaban sumamente debilitadas. Todo esto, sumado a la persistencia del terror paramilitar y de las fuerzas del Estado, juega a favor de limitar las opciones del movimiento por la transformación social a la lucha armada. Las “zonas liberadas” son atacadas por el ejército en 1962, dentro del marco de la estrategia de contrainsurgencia promocionada por los EEUU en América Latina en los ’60, y es de esos núcleos de donde saldrá el grupo que formará las FARC[8] en 1966. Ya en 1964 se había formado el ELN[9] en Santander, motivados por la revolución cubana y los límites impuestos por el régimen de exclusión, y posteriormente, en 1967, se formará el EPL[10].


Aquí está el inicio de una historia de violencia política en Colombia que aún no termina de escribirse; Gaitán no sería el último candidato incómodo asesinado por la derecha política –lo seguirán en la lista Jaime Pardo Leal (1987), Luis Carlos Galán (1989), Bernardo Jaramillo (1990) y Carlos Pizarro (1990). Desde el término oficial, según los historiadores oficialistas, del período de “La Violencia” (1954), los muertos han seguido contándose por decenas de miles. No puede hablarse del conflicto ni de los movimientos guerrilleros[11] sin hacer referencia a esta historia –pese a que los medios colombianos y la estrategia del gobierno actual sea mostrar a los movimientos insurgentes como criminales sin motivaciones políticas, sin historia, o hasta como “narco-terroristas”[12], el origen de los movimientos insurgentes está firmemente clavado en las contradicciones sociales propias de la sociedad colombiana y en la violencia de clase practicada por la oligarquía como la única manera en que se han podido mantener en el poder por décadas.


Sin tocar estos factores, es muy difícil que el conflicto armado se pueda superar a largo plazo. Daniel Samper, quien no podría ser llamado por nadie un colaborador de la insurgencia, con una agudeza que es rara en el establishment colombiano, dijo al respecto:


"Sería muy peligroso olvidar que los FARC surgen de un problema social, porque de otro modo pensaríamos que mediante la mera represión se va a solucionar el problema de los grupos armados en Colombia (…) Violencia contra violencia no lleva a una solución. Es preciso llevar a cabo diálogos, negociaciones. La sola fórmula violenta en 40 años ha llevado a la multiplicación de las personas que están armadas en Colombia, llámense guerrilleros, narcotraficantes o paramilitares (…) Si en nuestro país no hay una solución social al lado de la solución política en el término de 10 a 20 años otra vez estaremos combatiendo contra campesinos sin tierra y muchachos sin empleo."[13]


Y así como es necesario recordar las causas estructurales del conflicto en Colombia, ciertamente, es necesario recordar también, ante las distorsiones que se han vuelto moneda corriente en los medios de comunicación, que la insurgencia es un fenómeno muy anterior al narcotráfico en Colombia...


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Toda esta campaña mediática de distorsión es parte del juego de espejos invertidos de la Colombia actual. Mediante él, se pretenden trastocar las causas estructurales del conflicto y mediante un acto de prestidigitación, reforzar la visión de los sectores dominantes con una serie de mitos derivados de la política de Seguridad Democrática del gobierno de Uribe:


-Hoy se machaca, y es parte del discurso oficial, que la miseria que en Colombia golpea las puertas del 68% de los hogares es consecuencia del conflicto y no su causa. Sin necesidad de entrar en la cuestión del huevo o la gallina, es necesario aclarar que tal cuestión puede ser abordada solamente en perspectiva histórica: la época del surgimiento de las guerrillas contemporáneas (1960-1968) está también signado por el aumento de las desigualdades sociales. En esa época la participación del 50% más pobre en el ingreso nacional pasó del 17,5% al 10%, mientras que el 5% pasó a controlar el 40% del ingreso nacional. Es esta fuerte contradicción social la que está en los orígenes del conflicto; pero también es cierto que el conflicto ha alimentado la pobreza y las contradicciones sociales de clase, aunque de manera diferente a la que los adeptos a Uribe quieren hacernos creer. La violencia de las clases dominantes ha librado, por medio del terror, una guerra sin cuartel contra los salarios de los obreros y contra sus organizaciones sindicales (más de 2.500 sindicalistas han sido asesinados desde 1991), y el terrorismo paramilitar ha arrebatado 6.000.000 de hectáreas a campesinos pobres, las cuales han sido ocupadas por narcotraficantes, por ganaderos, por latifundistas para instalar monocultivos como la palma africana, y para el desarrollo de megaproyectos. Si uno hace un mapa de los megaproyectos en Colombia, se dará cuenta que calza casi a la perfección con el mapa de la violencia paramilitar. Toda esta violencia, que es una violencia marcadamente de clase, que afecta a los campesinos, a los obreros, y de la cual lucran los grandes capitalistas, ciertamente, ha contribuido a profundizar, durante su curso, la desigualdad que estaba en el origen del conflicto.

-Hoy se insiste en que, el paramilitarismo, es una respuesta al “terrorismo” guerrillero, y que, de no ser por la insurgencia, no habría paramilitarismo. En un completo acto de travestismo histórico, llegan a apropiarse del nombre de “autodefensas”[14] que describía originalmente a las guerrillas. Una rápida ojeada al desarrollo histórico de la violencia política en Colombia, demuestra que todos los elementos que definen lo esencial del paramilitarismo, ya se expresan en las bandas de chulavitas y pájaros que con machetes y rifles, arrebataban tierras a campesinos liberales y pobres, en el período de 1946-1953. De hecho, esta violencia, que era una violencia de clase desde la oligarquía hacia las masas rurales y urbanas que presionaban por cambios profundos, es la que está en la génesis del conflicto. El término de grupos de autodefensas originalmente describía a las guerrillas campesinas, que deben armarse para enfrentar el terror desatado por los godos (conservadores). Los paramilitares en todas sus encarnaciones (chulavitas, pájaros, los comités de autodefensa habilitados por la ley 48 de 1968[15], la AAA[16], el MAS[17], los Pepes[18], ACCU[19], CONVIVIR, AUC, Águilas Negras, Los Rastrojos, Nueva Generación) son parte de una larga historia de violencia de clase, así como un elemento fundamental de la estrategia de contrainsurgencia diseñada por Washington para América Latina en los ’60, pero que ya había comenzado a ser madurada desde fines de los ‘40.

-Hoy se niega que haya conflicto, y se plantea que sencillamente hay una amenaza terrorista sobre Colombia. El mote de “terrorista” que se cuelga sobre las fuerzas insurgentes (para no hablar del mote de “narco-terrorista”) no hace más que obscurecer la naturaleza del conflicto –un conflicto en el que todas las partes, algunas más, algunas menos, han recurrido a recursos que pueden ser catalogados como terroristas- y desplazar las posibilidades de una negociación política, la cual implicaría, necesariamente, poner sobre la mesa de negociación asuntos que la oligarquía colombiana ve con pánico, tales como una reforma agraria o políticas redistributivas. Se dice en todos los medios, hasta el cansancio, que los insurgentes no tienen “ideales”, que no tienen programa, que es pura delincuencia, etc. Al negar el conflicto, además, se niega la necesidad de la negociación, y al recalcar el término de terrorista, se desprende solamente la solución militar, de fuerza, como alternativa única, a tono con la “Guerra contra el Terrorismo” auspiciada por Washington. Se alimenta, con esta retórica una lógica maniquea que sataniza cualquier forma de rebelión como la encarnación del mal absoluto y hasta el mismo lenguaje de protesta o de demandas sociales, hasta las más básicas, es tachado de jerga de “guerrillero” –con lo cual, se entrega carta blanca a la represión abierta o a la acción encubierta del paramilitarismo[20].


Estos son lo ejes ideológicos que articulan el actual discurso dominante, repetido ad nauseam por los medios locales, con El Tiempo a la cabeza, y repetido por sus papagayos españoles de El País, para Europa. Ellos constituyen el alma propagandística de la violencia de clase y del terrorismo del Estado colombiano. Pero tan importante como lo que se dice, es lo que no se dice: los silencios, hablan tan fuerte como las palabras. Y el silencio, la peste del olvido, la amnesia histórica, son una parte integral de esta estrategia mediática de validación del Poder. Por ello, no está de más recordar la historia incómoda, aún abierta, de aquel lejano 9 de Abril de 1948, cuando Gaitán caía fulminado por las balas de los godos.


La versión oficial, mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos...”[21]. Tal cual en Macondo, en Colombia hoy se dice que no pasa nada, y la gigantesca maquinaria propagandística que acompaña al Plan Colombia, ha llegado a gritar a los cuatros vientos la fantasía frívola de que Colombia es el país más feliz del mundo... “En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”. El más feliz, de hecho. Al compás de esta afirmación, seis décadas después, se sigue consumando el exterminio.


José Antonio Gutiérrez Danton

12 de Mayo del 2008







[1] Todos los datos económicos son extraídos del trabajo “Colombia: Medio Siglo de Historia Contemporánea” de Antonio García, en “América Latina: Historia de Medio Siglo” Vol. 1, Ed. Siglo XXI, 1977, pp.178-230.

[2] Si bien en Cien Años de Soledad los críticos no han pasado por alto los notables y explícitos paralelos entre la figura literaria del coronel Aureliano Buendía y la figura histórica del general Rafael Uribe Uribe, no conozco que hayan hecho el mismo paralelo que pareciera existir entre la figura literaria de José Arcadio Segundo Buendía, el dirigente sindical de la compañía bananera, y la figura histórica de Raúl Eduardo Mahecha, líder histórico de la huelga de la United Fruit Co. De hecho, en la obra literaria, es el mismo personaje aristocrático representado por Fernanda del Carpio, quien al enterarse que su cuñado es dirigente de la huelga, exclama que lo único que faltaba en la familia era que hubiera un “anarquista”.

[3] Entonces, desde el parlamento, denunció la “excusa” presentada por el Ejército colombiano para justificar la masacre: decían que buques norteamericanos merodeaban la costa y que de no haber reprimido a los huelguistas, los mismos US Marines habrían desembarcado para hacer valer los intereses de la United Fruit Co. A lo que Gaitán replicó diciendo que esas balas, en vez de utilizarse para disparar a obreros colombianos, debieron utilizarse para detener al invasor. Cómparese esta actitud digna con las genuflexiones de los políticos colombianos actuales hacia los EEUU, y particularmente, las posiciones rastreras del uribismo.

[4] Quien pasará a la historia como arquitecto del Plan Marshall.

[5] Un corte en el cuello por el cual se saca la lengua de la víctima.

[6] Decapitación y corte de brazos.

[7] Que consistía en mutilar a la víctima y clavarle sus brazos y piernas en un corte longitudinal en la barriga

[8] Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. El agregado Ejército del Pueblo se lo agregan solamente en 1982, quedando entonces como FARC-EP, nombre que conservan hasta la fecha.

[9] Ejército de Liberación Nacional

[10] Ejército Popular de Liberación. Es importante destacar que ninguno de estos tres grupos armados surgen de la nada, y todos provienen de experiencias y orgánicas armadas anteriores, como el MOEC, FAL o las guerrillas liberales y comunistas.

[11] El gobierno colombiano y los medios, frecuentemente, hablan de “la guerrilla”, como si todos los grupos y organizaciones en armas en Colombia pudieran ser agrupadas en la misma categoría, cuando en realidad, presentan diferencias políticas y tácticas notables entre ellas y no responden a una estrategia conjunta. Los movimientos guerrilleros actualmente activos en Colombia son seis: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Ejército Revolucionario Guevarista (ERG), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y el Grupo Jaime Báteman Cayón. El ERG y el ERP son escisiones del ELN y el Grupo Jaime Báteman Cayón es una escisión del M-19, guerrilla desmovilizada en 1990, que no aceptó sumarse a la desmovilización.

[12] Si bien es cierto que las FARC-EP cobran un impuesto al tráfico, el gramaje, eso dista mucho de hablar de narco-guerrillas o de que esta organización sea un cartel. Estas acusaciones responden más bien a un esfuerzo de propaganda sistemático.

[13] www.bbc.co.uk/.../1441_farc/page19.shtml

[14] Dos de los principales grupos paramilitares de las últimas dos décadas han sido llamadas “autodefensas”: las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

[15] Primera vez en que formalmente se utiliza el término de autodefensa para referirse al paramilitarismo.

[16] Alianza Anti-Comunista Americana.

[17] Muerte a Secuestradores

[18] Perseguidos por Pablo Escobar, grupo paramilitar ligado al cartel de Cali, de donde salieron los hermanos Castaño, quienes serían posteriormente, de los más criminales de los elementos dirigentes del paramilitarismo.

[19] Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá

[20] Cada vez que el gobierno vincula a una persona u organización con alguna agrupación guerrillera, lo que hace, es poner en la mira del paramilitarismo a elementos que consideran “molestos”, independientemente de si tienen alguna vinculación efectiva con la insurgencia o no.

[21] “Cien Años de Soledad”, Gabriel García Márquez, Ed. Cátedra, 2007, p.428.

Escenas de muerte en las calles de Bogotá
Escenas de muerte en las calles de Bogotá

La muchedumbre gaitanista se toma las calles
La muchedumbre gaitanista se toma las calles

El cadáver de Gaitán
El cadáver de Gaitán

Tranvías en Llamas
Tranvías en Llamas

El lugar donde cayó fulminado Gaitán, en la Carrera Séptima con Av. Jiménez (Fotografía de J.A. Gutiérrez)
El lugar donde cayó fulminado Gaitán, en la Carrera Séptima con Av. Jiménez (Fotografía de J.A. Gutiérrez)

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